jueves, septiembre 28, 2006

¿Qué es la realidad?


Por Philip K. Dick

Una vez escribí una historia sobre un hombre que fue herido y llevado al hospital. Cuando comenzaron a operarle descubrieron que era un androide, no un humano, pero él no lo sabía. Tuvieron que decírselo. De repente, el señor Garson Poole descubrió que su realidad consistía en una cinta agujereada que iba de bobina en bobina dentro de su pecho. Fascinado, comenzó a rellenar y a añadir nuevos agujeros. Inmediatamente, su mundo cambió. Una bandada de patos voló por la habitación cuando abrió un nuevo agujero en la cinta. Finalmente cortó la cinta por completo, y el mundo desapareció. De hecho, también desapareció para el resto de personajes de la historia, lo cual no tiene sentido, si lo piensas. A no ser que los demás personajes fuesen ficciones de su cinta de fantasía agujereada. Lo que yo supongo que eran. Siempre fue mi esperanza cuando escribía novelas y relatos que preguntasen "¿Qué es la realidad?", encontrar algún día la respuesta. También era la esperanza de la mayoría de mis lectores. Pasaron los años. Escribí unas treinta novelas y un centenar de relatos, y todavía no entiendo qué es real. Un día una estudiante de Canadá me pidió que le definiese la realidad, para un trabajo que estaba escribiendo para su clase de filosofía. Ella quería una respuesta de una frase. Lo pensé y finalmente contesté, "La realidad es aquello que no desaparece cuando dejas de creerlo". Eso fue todo lo que pude conseguir. Esto se remonta a 1972. Todavía no he conseguido una respuesta más exacta.

Pero esto es un problema de verdad, no sólo un juego intelectual. Porque hoy vivimos en una sociedad en la que falsas realidades son manufacturadas por los medios, gobiernos, grandes corporaciones, grupos religiosos y políticos, y existe el soporte electrónico por el que enviar estos pseudo-mundos a la mente del lector, el espectador, el oyente. A veces, cuando veo a mi hija de once años ver la televisión, me pregunto qué le están enseñando. El problema de la interpretación; considéralo. Un niño pequeño ve un programa de televisión hecho para adultos. Probablemente no entienda la mitad de lo que se dice o se hace en el programa. Quizás no entiende nada. Y el quid es, ¿cuán verídica es de cualquier forma esa información, incluso si el chico la entendiera? ¿Qué relación hay entre la situación normal de una comedia de televisión y la realidad? ¿Y qué hay de las series policíacas? Los coches están continuamente fuera de control, chocándose y ardiendo. Los policías siempre son los buenos, siempre ganan. No pases por alto este detalle: Los policías siempre ganan. Qué lección ésta. No deberías enfrentarte a la autoridad, e incluso si lo haces, saldrás perdiendo. La idea es: Sé pasivo. Y coopera. Si el oficial Baretta te pide información, dásela, porque el oficial Baretta es un hombre bueno en el que se puede confiar. Él te quiere, y tú deberías quererle a él. Así pues pregunto en mi obra : ¿Qué es real? Porque incesantemente somos bombardeados con pseudo-realidades creadas por gente muy sofisticada que usa mecanismos electrónicos muy sofisticados. Yo no desconfío de sus motivos; desconfío de su poder. Tienen mucho de eso. Y es un poder sorprendente: el de crear universos enteros, universos mentales. Necesito saber. Yo hago lo mismo. Mi trabajo es el de crear universos, como base de una novela tras otra. Y los tengo que construir de tal forma que no se destruyan dos días después. O al menos eso es lo que mis editores esperan. De cualquier modo, os revelaré un secreto: me gusta construir universos que se destruyan. Me gusta ver cómo se despegan, y me gusta ver cómo los personajes de la novela luchan contra este problema. Amo el caos a escondidas. Debería haber más. No creáis, y hablo más serio que un muerto al decir esto, no asumáis que el orden y la estabilidad son siempre buenos, en una sociedad o en un universo. Lo viejo, lo osificado, debe dejar pasar a la nueva vida y al nacimiento de nuevas cosas. Antes de que lo nuevo nazca, lo viejo debe morir. Es una comprensión peligrosa, porque nos dice que tarde o temprano debemos acabar con mucho de lo que nos es familiar. Y eso duele. Pero es parte del secreto de la vida. A no ser que nos podamos acomodar psicológicamente a los cambios, empezamos a morir sin remedio. Lo que estoy diciendo es que los objetos, las costumbres, los hábitos y los modos de vida deben morir para que los auténticos seres humanos puedan vivir. Y el auténtico ser humano, el que más importa, el útil, elástico organismo que puede rebotar para atrás, absorber, y combatir con lo nuevo.

Por supuesto, yo diría esto, porque vivo cerca de Disneyland, y siempre están añadiendo nuevas atracciones y destruyendo las antiguas. Disneyland es un organismo que evoluciona. Durante años tuvieron el Lincoln Simulacrum, como si el mismo Lincoln no fuese más que una forma temporal cuya materia y energía se tomase y se perdiese. Lo mismo es cierto para cada uno de nosotros, guste o no. El filósofo presocrático griego Parménides enseñaba que las únicas cosas reales eran aquéllas que nunca cambiaban, y el filósofo presocrático griego Heráclito enseñaba que todo cambia. Si superpones estos dos puntos de vista, se obtiene este resultado: nada es real. Hay un fascinante paso siguiente en esta línea de pensamiento: Parménides pudo no haber existido nunca porque envejeció y murió y desapareció, así pues, de acuerdo con su propia filosofía, no existió. Y Heráclito pudo haber estado en lo cierto. No olvidemos esto; así que si Heráclito tenía razón, entonces Parménides existió, luego, según la filosofía de Heráclito, quizás Parménides tenía razón, pues Parménides cumplía todas las condiciones, el criterio, según las cuales Heráclito consideraba las cosas reales. Ofrezco esto simplemente para demostrar que tan pronto cómo empiezas a preguntarte qué es real en último término, empiezas a decir cosas sin sentido. Zenón probó que el movimiento era imposible, (realmente él sólo creía que lo había probado; lo que demostró se llama técnicamente "teoría de los límites"). David Hume, el mayor escéptico de todos, una vez dijo que tras una reunión de escépticos llegó a proclamar la veracidad del escepticismo como teoría; todos los miembros de la reunión sin excepción salieron por puertas y ventanas. Veo lo que Hume quería decir. Sólo eran palabras. Ninguno de los solemnes filósofos se tomaba en serio lo que decían.

Pero yo considero que el hecho de definir qué es real es un tema serio, incluso un tema vital. Y en algún lugar se encuentra el otro tema, la definición del hombre auténtico. Porque el bombardeo de pseudo-realidades rápidamente comienza a producir hombres de mentira, hombres falsos, tan falsos como los datos que les presionan desde todos los flancos. Mis dos temas favoritos son realmente uno sólo; se unen en este punto. Falsas realidades crearán falsos humanos. O falsos humanos crearán falsas realidades y se las venderán a otros humanos, volviéndolos a su vez falsificaciones de sí mismos. Así que nos encontramos con falsos humanos inventando falsas realidades y después colocándoselas a otros falsos humanos. Simplemente es una versión muy ampliada de Disneyland. Puedes tener el Paseo Pirata o el Lincoln Simulacrum o el Paseo Salvaje del Señor Toad. Puedes tenerlos todos, pero ninguno es de verdad. En mis escritos me interesé tanto por lo falso que finalmente alcancé una definición de falsas falsedades. Por ejemplo, en Disneyland hay pájaros falsos, que funcionan mediante motores eléctricos, que emiten graznidos y gorjeos cuando pasas junto a ellos. Supón que una noche todos nosotros nos colamos en el parque con pájaros de verdad y los cambiamos por los artificiales. Imagina el horror que los oficiales de Disneyland sentirían al descubrir el cruel engaño. ¡Pájaros de verdad! Y quizás algún día incluso hipopótamos y leones de verdad. Consternación. El parque siendo astutamente transmutado de lo irreal a lo real por fuerzas siniestras. De hecho, ¿te imaginas el Matterhorn convertido en una genuina montaña cubierta de nieve? ¿Y si todo el lugar fuese, por un milagro del poder y sabiduría de Dios, cambiado, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, en algo incorruptible? Tendrían que clausurarlo.

En el Timeo de Platón, Dios no creó el Universo, como el Dios de los cristianos. Simplemente se lo encuentra un día. Se halla en un estado de total caos. Dios comienza a trabajar para transformar el caos en orden. La idea me gusta, y la he adaptado para que supla mis propias necesidades intelectuales: ¿Y si todo el Universo comenzase como algo no tan real, como una ilusión, como la religión hindú enseña, y Dios, sin amor ni amabilidad para nosotros, lo está transformando lentamente, lenta y secretamente, en algo real? No nos daríamos cuenta de esta transformación, pues no nos dimos cuenta de que nuestro mundo era una ilusión al principio. Técnicamente ésta es una idea gnóstica. El gnosticismo es una religión que unió a judíos, cristianos y paganos durante algunas cientos de años. Me han acusado de mantener ideas gnósticas. Supongo que lo hago. Hace algún tiempo me habrían quemado. Pero algunas de sus ideas me intrigan. Una vez, mientras buscaba gnosticismo en la Britannica, encontré una referencia a un código gnóstico llamado El Dios Irreal y los Aspectos de Su Universo Inexistente, una idea que me hizo reír inevitablemente. ¿Qué tipo de persona escribiría sobre lo que sabe que no existe, y cómo puede algo inexistente tener aspectos? Pero entonces me di cuenta de que había estado escribiendo sobre esos temas durante veinticinco años. Supongo que hay un gran margen en lo que puedes decir cuando escribes sobre algo que no existe.

Un amigo mío publicó una vez un libro llamado Las serpientes de Hawai. Algunas bibliotecas le escribieron pidiendo copias. Bueno, no hay serpientes en Hawai. Todas las páginas de su libro eran nada.Por supuesto, en la ciencia-ficción no hay pretensión alguna de que los mundos descritos sean reales. Es por lo que la llamamos ficción. Al lector se le ha advertido de antemano que no crea lo que está leyendo. Igualmente es verdad que los visitantes de Disneyland comprenden que el Señor Toad realmente no existe y que los piratas están animados por motores y mecanismos servoasistidos, relés y circuitos electrónicos. Así que no se produce ninguna decepción.Pero lo extraño es que, de algún modo, algún modo real, gran parte de lo que aparece bajo el título de "ciencia-ficción" es verdad. Puede no ser literariamente cierto, supongo. Realmente nunca hemos sido invadidos por criaturas de otro sistema estelar, como aparece en Encuentros en la Tercera Fase (Close Encounters of the Third Kind). Los productores de esa película nunca pretendieron que nos lo creyéramos. ¿O no? Y, más importante, si pretendían hacerlo, ¿es realmente cierto? Ahí está el quid: no, lo creen el autor o el productor, pero ¿es verdad? Porque, por algún accidente, en la búsqueda de un buen argumento, un autor o productor o guionista de ciencia- ficción podrían adentrarse en la verdad y sólo más tarde darse cuenta de ello.

La herramienta básica para la manipulación de la realidad son las palabras. Si puedes controlar el significado de las palabras, puedes controlar a la gente que debe usar esas palabras. George Orwell dejó esto bien claro en su novela 1984. Pero otro modo de controlar las mentes de las personas es controlar sus percepciones. Si puedes conseguir que vean el mundo como tú lo ves, ellos pensarán de la misma forma que tú lo haces. La comprensión sigue a la percepción. ¿Cómo consigues que vean la realidad como tú la ves? Después de todo, es sólo una realidad entre muchas. Las imágenes son un componente básico: escenas. Ésta es la razón por la que el poder de la televisión para influir mentes jóvenes es tan asombrosamente grande. Las palabras y las imágenes están sincronizadas. La posibilidad del control total del telespectador existe, especialmente en los telespectadores jóvenes. Ver la televisión es una forma de aprender mientras se duerme. Un electroencefalograma de una persona que está viendo la televisión muestra que tras aproximadamente media hora el cerebro decide que no está ocurriendo nada, y pasa a un estado de adormilamiento hipnótico, emitiendo ondas alpha. Esto se produce debido al poco movimiento ocular. Además, gran parte de la información es gráfica y por tanto pasa al hemisferio derecho del cerebro, en lugar de ser procesado por el izquierdo, donde se halla la personalidad consciente. Experimentos recientes indican que gran parte de lo que vemos en la pantalla de la televisión lo recibimos en una base subliminal. Sólo imaginamos que vemos lo que hay ahí. El grueso de la información elude nuestra atención; literalmente, tras unas horas de ver la televisión, no sabemos qué hemos visto. Nuestros recuerdos son falsos, como los de los sueños; el vacío se llena retrospectivamente. Y falsificado. Hemos participado sin saberlo en la creación de una falsa realidad, y entonces nos la hemos dado forzadamente a nosotros mismos. Hemos colaborado en nuestra propia perdición.Y - y lo digo como un escritor profesional de ciencia-ficción - los productores, guionistas y directores que crean esos mundos audiovisuales no saben qué parte de lo que contienen es verdadero. En otros mundos, hay víctimas de sus productos, contando con nosotros.

Hablando por mí mismo, yo no sé qué parte de lo que he escrito es verdad, o qué partes (si lo es alguna), son verdaderas. Ésta es una situación potencialmente letal. Tenemos ficción que imita a la verdad y verdad que imita a la ficción. Tenemos una peligrosa yuxtaposición, un peligroso borrón. Y con toda probabilidad no es deliberado. De hecho, esto es parte del problema. No se puede obligar a un autor a que etiquete su producto, como en una lata de pudding cuyos ingredientes están anotados en la etiqueta no se le puede obligar a decir qué parte es verdad y cuál no si ni él mismo lo sabe. Es una experiencia sobrecogedora escribir algo en una novela, creyendo que es pura ficción, y ver más tarde, quizás años más tarde, que es cierto.Me gustaría poneros un ejemplo. Es algo que yo no entiendo. Quizás podáis alcanzar una teoría. Yo no puedo. En 1970 escribí una novela llamada Fluyan Mis Lágrimas, Dijo el Policía. Uno de los personajes es una chica de diecinueve años llamada Kathy. Su marido se llama Jack. Kathy parece trabajar para el mundillo criminal, pero más tarde, según leemos más profundamente en la novela, descubrimos que realmente trabaja para la policía. Ella mantiene relaciones con un inspector de policía. El personaje es pura ficción. O al menos así lo creía. De cualquier modo, en el Día de Navidad de 1970, conocí a una chica llamada Kathy -esto fue tras terminar la novela, se entiende. Tenía diecinueve años. Su novio se llamaba Jack. Y pronto descubrí que Kathy era traficante de drogas. Pasé meses intentando conseguir que dejara de vender drogas; le estuve advirtiendo una y otra vez que la cogerían. Entonces, una tarde cuando entrábamos en un restaurante juntos, Kathy se paró y dijo, "No puedo entrar". Sentado en el restaurante había un inspector de policía al que yo conocía. "Tengo que decirte la verdad," dijo Kathy. "Estoy manteniendo relaciones con él".Ciertamente son extrañas coincidencias. Quizás hubo precognición. Pero el misterio se vuelve incluso más sorprendente; lo que sigue me desconcierta completamente. Lo ha hecho durante cuatro años. En 1974 la novela se publicó en Doubleday. Una tarde estaba hablando con mi sacerdote -soy episcopal- y se me ocurrió comentarle una importante escena de cerca del final del libro en la que el personaje Felix Buckman conoce a un extraño negro en una gasolinera nocturna, y comienzan a hablar. Según le describía la escena con más detalle, mi sacerdote estaba cada vez más agitado. Finalmente dijo, "¡Ésa es una escena del Libro de los Hechos, de la Biblia! En Hechos la persona que se encuentra al hombre negro se llama Philip, tu nombre". El Padre Rasch estaba tan sorprendido por el parecido que ni siquiera pudo localizar la escena en su Biblia. "Lee los Hechos", me dijo. "Y estarás de acuerdo. Es igual hasta en detalles específicos". Me fui a casa y leí la escena de los Hechos. Sí, el Padre Rasch tenía razón; la escena de mi novela era una obvia repetición de la escena de los Hechos y yo nunca había leído los Hechos, debo admitirlo.Pero otra vez el puzzle es más complejo. En los Hechos, el alto oficial romano que arrestaba e interrogaba a San Pablo se llamaba Felix, el mismo nombre que mi personaje. Y mi personaje Felix Buckman es un coronel de policía de alto rango; de hecho, en mi novela él tiene el mismo oficio que el Felix del libro de los Hechos: la autoridad final. Hay una conversación en mi novela que se parece mucho a la conversación entre Felix y Pablo. Bueno, decidí intentar encontrar otras similitudes. El personaje principal de mi novela se llama Jason. Conseguí un índice de la Biblia y miré a ver si alguien llamado Jason aparecía en algún lugar de la Biblia. No podía recordar ninguno. Bueno, un hombre llamado Jason aparece una vez y sólo una en la Biblia. Es en el Libro de los Hechos. Y, como para atormentarme aún más con las coincidencias, en mi novela Jason huye de las autoridades y se refugia en casa de una persona, y en Hechos el hombre llamado Jason aloja a un fugitivo de la ley en su casa -una inversión exacta de la situación de mi novela, como si un misterioso espíritu responsable de todo esto estuviese pasando un buen rato con ello. Felix, Jason, y el encuentro en la carretera con el hombre negro que era un completo extraño. En Hechos, el discípulo Philip bautiza al hombre negro, quien entonces se aleja regocijándose. En mi novela, Felix Buckman se acerca al hombre negro para buscar apoyo emocional, porque la hermana de Felix Buckman acaba de morir y él está hundiéndose psicológicamente. El hombre negro aleja los espíritus de Buckman y aunque Buckman no se aleja regocijándose, al menos sus lágrimas han dejado de caer. Había volado a casa, lamentando la muerte de su hermana, y tuvo que acercarse a alguien, cualquiera, incluso un absoluto desconocido. Es un encuentro entre dos desconocidos en la carretera que cambia la vida de uno de ellos - tanto en mi novela como en Hechos. Y un apunte final para el trabajo del misterioso espíritu: el nombre Felix es la palabra latina para "feliz". Lo que yo no sabía cuando escribí la novela.Un estudio cuidadoso de mi novela muestra que por razones que no puedo ni empezar a explicar me las había apañado para relatar algunos incidentes básicos de un libro particular de la Biblia, e incluso tomado los nombres correctos.¿Qué podría explicar esto? Hace cuatro años que lo descubrí. Durante cuatro años he intentado llegar a una teoría y no lo he hecho. Dudo que llegue a hacerlo. Pero el misterio no había terminado ahí, como yo había imaginado. Hace dos meses iba andando al buzón de correos por la noche para enviar una carta, y también para disfrutar de la vista de la Iglesia de San José, que se encuentra tras el edificio de mi apartamento. Vi a un hombre dando vueltas sospechosamente alrededor de un coche aparcado. Parecía que estaba intentando robar el coche, o quizás algo de su interior; cuando regresaba del buzón, el hombre se escondió tras un árbol. Por un impulso me acerqué a él y le pregunté, "¿Hay algún problema?" "Me he quedado sin gasolina," dijo el hombre. "Y no tengo dinero." Increíblemente, puesto que nunca había hecho esto antes, saqué mi cartera, tomé todo el dinero, y se lo di. Entonces él me dio un apretón de manos y me preguntó dónde vivía, para que pudiese devolverme el dinero más tarde. Regresé a mi apartamento, y entonces me di cuenta de que el dinero no le serviría de nada, pues no había ninguna gasolinera donde ir andando. Así pues regresé, en mi coche. El hombre tenía una lata de gasolina de metal en el maletero de su coche, y, juntos, fuimos en mi coche a una gasolinera nocturna. Pronto estuvimos allí, dos desconocidos, mientras el encargado llenaba la lata de gasolina. De repente me di cuenta de que ésta era la escena de mi novela - la novela escrita ocho años atrás. La gasolinera nocturna era exactamente como yo la había visto en mi ojo interior cuando escribí la escena - la parpadeante luz azul, el encargado - y en ese momento observé un detalle que no había visto antes. El extraño al que estaba ayudando era negro. Fuimos de vuelta a su coche cargados con la gasolina, nos dimos un apretón de manos, y entonces volví a mi edificio de apartamentos. No volví a verle. No podía devolverme el dinero porque yo no le había dicho cuál de los muchos apartamentos era el mío o cuál era mi nombre. Estaba demasiado asombrado por la experiencia. Había vivido literalmente una escena completa tal y como aparecía en mi novela. Lo que viene a ser, que viví una especie de réplica de la escena de los Hechos en la que Philip se encuentra con el hombre negro en el camino. ¿Qué podría explicar todo esto? La respuesta a la que he llegado puede no ser correcta, pero es la única que tengo. Tiene que ver con el tiempo.

Mi teoría es: En cierto sentido, el tiempo no es real. O quizás es real, pero no como nosotros lo experimentamos o imaginamos que es. Yo tenía la aguda, abrumadora certeza (y todavía la tengo) de que a pesar de los cambios que vemos, una zona específica y permanente subyace bajo el mundo de cambio: y que esa invisible zona subyacente es la de la Biblia; éste, específicamente, es el periodo inmediatamente posterior a la muerte y resurrección de Cristo; éste es, en otras palabras, el periodo de tiempo del Libro de los Hechos Parménides estaría orgulloso de mí. He observado un momento en continuo cambio y declarado que bajo éste subyace lo eterno, lo inalterable, lo absolutamente real. ¿Pero cómo hemos llegado a esto? Si el tiempo real es más o menos el 50 d.C., ¿por qué vemos el 1978 d.C.? Y si realmente estamos viviendo en el Imperio Romano, en algún lugar de Siria, ¿por qué vemos los Estados Unidos?

Durante la Edad Media, surgió una curiosa teoría, que ahora os presentaré, pues merece la pena. Es la teoría de que el Maligno - Satán - es el "Mono de Dios". Que crea imitaciones falsas de la creación, de la auténtica creación de Dios, y que las cambia por la auténtica creación. ¿Ayuda esta extraña teoría a explicar mi experiencia? ¿Vamos a creer que estamos engañados, que estamos engatusados, que no es 1978 d.C. sino 50 d.C.... y que Satán ha entretejido una realidad simulada para menoscabar nuestra fe en el regreso de Cristo? Me puedo imaginar siendo examinado por el psiquiatra. El psiquiatra dice, "¿En qué año estamos?" Y yo contesto, "50 d.C.". El psiquiatra parpadea y entonces pregunta, "¿Y dónde estás?" Yo contesto, "En Judea". "¿Dónde cuernos está eso?" pregunta el psiquiatra. "Es una parte del Imperio Romano", tendría que contestar. "¿Sabes quién es el Presidente?" preguntaría el psiquiatra, y yo contestaría, "El Procurador Félix". "¿Estás seguro de eso?" diría el psiquiatra, mientras hace una señal disimulada a dos enormes psicotécnicos. "Sí", tendría que contestar. "Excepto que Félix ha descendido y ha sido remplazado por el Procurador Festus. Ya ves, San Pablo fue capturado por Félix por -" "¿Quién le dijo todo eso?" interrumpiría el psiquiatra, irritadamente, y yo contestaría, "El Espíritu Santo". Y tras esto me encontraría en una habitación de goma, espiando fuera, y sabiendo exactamente cómo llegué hasta allí.

Todo en esa conversación sería cierto, en cierto sentido, pero palpablemente incierto en otro. Yo sé perfectamente bien que la fecha es 1978 y que Jimmy Carter es el Presidente y que vivo en Santa Ana, California, en los Estados Unidos. Incluso sé cómo llegar desde mi apartamento a Disneyland, un hecho que no parece que pueda olvidar. Y seguramente no existía ningún Disneyland en tiempos de San Pablo. Así pues, si me esfuerzo en ser muy racional y razonable, y todas esas otras cosas buenas, debo admitir que la existencia de Disneyland (que sé que es real) prueba que no estamos viviendo en Judea en el 50 d.C. La idea de San Pablo dando vueltas en las tazas gigantes mientras escribía las Primeras Cartas a los Corintios, mientras la televisión parisina le graba con una lente de fotografía - que simplemente no puede existir. San Pablo nunca se acercaría a Disneyland. Sólo los niños, turistas, y los altos oficiales visitantes soviéticos van a Disneyland. Los Santos no .Pero de algún modo ese material bíblico se introdujo en mi inconsciente y se coló en mi novela, e igualmente cierto, por alguna razón en 1978 reviví una escena que había descrito en 1970.

Lo que estoy diciendo es esto: Hay una evidencia interna en al menos una de mis novelas de que otra realidad, una realidad inalterable, exactamente como Parménides y Platón sospecharon, yace bajo el mundo fenoménico visible de lo cambiante, y de algún modo, de alguna forma, quizás para nuestra sorpresa, podemos llegar a ella. O a lo mejor, un misterioso Espíritu puede ponernos en contacto con ella, si desea que veamos esa otra zona permanente. El tiempo pasa, miles de años pasan, pero en el mismo instante en que vemos este mundo contemporáneo, el mundo antiguo, el mundo de la Biblia, se halla junto a él, aún ahí y aún real. Eternamente. ¿Debo dar todo por perdido y contaros el resto de esta peculiar historia? Así haré, habiendo llegado tan lejos.

Mi novela Fluyan mis lágrimas, Dijo el policía fue publicada por Doubleday en Febrero de 1974. La semana posterior a cuando fue publicada, me sacaron dos muelas de juicio picadas, bajo pentatol sódico. Más tarde ese día sufría un intenso dolor. Mi esposa telefoneó al dentista y él llamó a la farmacia. Media hora después llamaron a mi puerta: el recadero de la farmacia con la medicina para el dolor. Aunque estaba sangrando y mareado y débil, sentí la necesidad de abrir yo mismo la puerta. Cuando abrí la puerta, me encontré frente a una mujer - que llevaba un brillante colgante dorado en el centro del cual había un brillante pez de oro. Por alguna razón me quedé hipnotizado por el brillante pez dorado; olvidé el dolor, olvidé la medicina, olvidé por qué estaba la chica allí. Simplemente permanecí mirando fijamente el signo del pez."¿Qué significa eso?" le pregunté. La chica tocó el resplandeciente pez dorado con la mano y dijo, "Es un símbolo que llevaban los antiguos cristianos". Entonces me dio el paquete de medicinas. En ese momento, mientras miraba fijamente el signo del brillante pez y oía sus palabras, repentinamente experimenté lo que más tarde descubrí se llama anamnesia -una palabra griega que significa, literalmente, "pérdida del olvido". Recordé quién era y dónde estaba. En un momento, en un abrir y cerrar de ojos, todo volvió a mí. Y no sólo pude recordarlo sino que pude verlo. La chica era una secreta Cristiana al igual que yo. Vivíamos temiendo que los romanos nos detectasen. Teníamos que comunicarnos con signos secretos. Ella sólo me había dicho eso, y era verdad.Por un corto tiempo, tan difícil es de creer o explicar, vi sombreando la vista los contornos de la negra prisión de los odiosos romanos. Pero, mucho más importante, recordé a Jesús, quien había estado con nosotros recientemente, y se había marchado temporalmente, y regresaría muy pronto. Mi emoción fue de placer. Nos estábamos preparando en secreto para recibirle de vuelta. No tardaría mucho. Y los romanos no lo sabían. Ellos creían que Él estaba muerto, muerto para siempre. Ése era nuestro gran secreto, nuestro agradable conocimiento. A pesar de las apariencias, Cristo iba a regresar, y nuestro asombro y anticipación no tenían fin. ¿No es raro que este extraño suceso, esta recuperación de recuerdos perdidos, ocurriese sólo una semana después de que Fluyan mis lágrimas fuese publicado? Y es Fluyan mis lágrimas el que contiene la réplica de personas y hechos del Libro de los Hechos, que se sitúa en el momento preciso -justo tras la muerte y resurrección de Cristo- que yo recordé, gracias al símbolo del pez dorado, como si estuviesen teniendo lugar.

Si fueras yo, y esto te ocurriese a ti, estoy seguro de que no podrías dejarlo de lado. Buscarías una teoría que diese cuenta de ello. Desde hace ahora unos cuatro años, he estado probando una teoría tras otra: tiempo circular, tiempo congelado, tiempo atemporal, lo que se llama tiempo "sagrado" como contraste con el tiempo "mundano"? No puedo contar las teorías que he probado. Una constante ha prevalecido, aún así, durante todas las teorías. Indudablemente debe haber un misterioso Espíritu Santo que tenga una exacta e íntima relación con Cristo, que puede residir en las mentes humanas, guiarlas e informarlas, e incluso expresarse a través de esos humanos, incluso sin que se den cuenta.Durante la escritura de Fluyan mis lágrimas, en 1970, hubo un extraño suceso que entonces reconocí como poco ordinario, que no era parte del proceso regular de escritura. Tuve un sueño una noche, uno especialmente vívido. Y cuando desperté me hallé bajo el deseo -la absoluta necesidad- de introducir el sueño en el texto de la novela exactamente como lo había soñado. Para hacer esto perfectamente, tuve que hacer once borradores de la parte final del manuscrito, hasta que estuve satisfecho.El campo, marrón y seco, en verano, donde él había vivido de niño. Montaba un caballo, y aproximándose por su derecha una manada de caballos acercándose lentamente. En los caballos montaban hombres con brillantes ropajes, cada uno de distinto color; cada uno llevaba una coraza punteada que relucía con la luz del sol. Los lentos, solemnes caballeros le pasaron y según le adelantaban él se fijó en el rostro de uno: una vieja cara redonda, un terrible hombre viejo con rizadas cascadas de barba negra. Qué fuerte nariz tenía. Qué facciones más nobles. Tan cansado, tan serio, tan lejos de los hombres corrientes. Evidentemente era un rey. Felix Buckman les dejó pasar; él no habló con ellos y ellos no le dijeron nada. Juntos, todos se dirigieron a la casa de la que había salido. Un hombre se había encerrado en lo alto de la casa, un único hombre, Jason Taverner, en el silencio y oscuridad, sin ventanas, por sí mismo desde ahora hasta la eternidad. Sentado, simplemente existiendo, inerte. Felix Buckman siguió adelante, saliendo al amplio campo. Y entonces escuchó detrás suya un único grito terrible. Habían matado a Taverner, y viéndoles entrar, sintiéndoles en las sombras a su alrededor, sabiendo lo que pretendían hacer con él, Taverner había gritado. En su interior Felix Buckman sintió absoluta y completa aflicción. Pero en el sueño no volvía ni miraba atrás. No se podía hacer nada. Nadie habría podido detener la determinación de los hombres de trajes multicolores; no se les podría haber dicho que no lo hiciesen. De cualquier modo, eso ya había pasado. Taverner estaba muerto.Este pasaje probablemente no os sugiere ninguna cosa en particular, excepto una legal determinación del juicio de alguien culpable o considerado culpable. No está claro si Taverner ha cometido de hecho un crimen o simplemente se cree que ha cometido algún crimen. Yo tuve la sensación de que era culpable, pero que era una tragedia que tuviese que ser asesinado, una triste tragedia terrible. En la novela, este sue?o hace a Felix Buckman empezar a llorar, y entonces se encuentra con el hombre negro en la gasolinera nocturna.

Meses después de que la novela se publicase, encontré la sección de la Biblia a la que se refiere este sueño. Es Daniel, 7:9:...fueron colocados tronos y un anciano de días se sentó: su vestido era blanco como la nieve, los cabellos de su cabeza puros como la lana, su trono de llamas de fuego y sus ruedas de fuego ardiente. Un río de fuego corría y se extendía delante de él. Millares y millares le servían y una miríada de miríadas estaba de pie ante él. El tribunal se sentó y los libros fueron abiertos.El hombre del cabello blanco vuelve a aparecer en Apocalipsis, 1:13:Y en medio de los candelabros al que es como Hijo del hombre, vestido de túnica talar, ceñidos los lomos con un cinturón de oro. Su cabeza y las hebras de su barba eran blancas cual lana blanca, como nieve, sus ojos como llamas de fuego. Y sus pies semejantes al bronce bru?ido, como metales rusientes en la fragua. Y su voz como rumor de hinchado oleaje.Y después 1:17:Y viéndole, caí a sus pies como muerto. Y puso su diestra sobre mí, diciéndome: Cese tu temor. Yo soy desde siempre para siempre. Soy asimismo el viviente; y aunque estuve muerto, heme aquí vivo por los siglos de los siglos. Yo tengo las llaves de la Muerte y del Hades. Escribe, pues, lo que has visto, lo que es y lo que va a venir después de esto.Y, como Juan de Patmos, anoté fielmente lo que vi y lo puse en mi novela. Y era verdad, aunque en su momento no supe a quién se refería esa descripción:...él se fijó en el rostro de uno: una vieja cara redonda, un terrible hombre viejo con rizadas cascadas de barba negra. Qué poderosa nariz tenía. Qué facciones más nobles. Tan cansado, tan serio, tan lejos de los hombres corrientes. Evidentemente era un rey.Sin duda era un rey. Es el mismo Cristo retornado, para juzgar. Y eso es lo que hace en mi novela: Él juzga al hombre encerrado arriba en la oscuridad. El hombre encerrado arriba en la oscuridad debe ser el Príncipe del Mal, la Fuerza de la Oscuridad. Llamadlo como queráis, su hora ha llegado. Fue juzgado y condenado. Felix Buckman pudo llorar la tristeza de esto, pero sabía que el veredicto no podía ser discutido. Y así pues él siguió cabalgando, sin dar la vuelta o mirar atrás, oyendo el grito de miedo y derrota: el grito del mal destruido.Así pues mi novela contenía material de otras partes de la Biblia, aparte de las secciones de los Hechos. Descifrada, mi novela cuenta una historia bastante diferente de la historia de la superficie (en la que no necesitamos introducirnos aquí).

La historia real es simplemente ésta: el retorno de Cristo, ahora rey más que sirviente sufridor. Juez más que víctima de un juicio injusto. Todo está dado la vuelta. El mensaje central de mi novela, sin saberlo yo, era un aviso al poderoso: pronto Tú serás juzgado y condenado. ?A quién, específicamente, se refería esto? Bien, realmente no puedo decirlo; o más bien preferiría no decirlo. No lo sé con certeza, sólo tengo una intuición. Y eso no es suficiente para seguir, así que me guardaré mis pensamientos para mí mismo. Pero deberíais pensar qué eventos políticos tuvieron lugar en este país entre Febrero de 1974 y Agosto de 1974. Preguntaos quién fue juzgado y condenado, y cayó como una estrella fugaz en ruina y desgracia. El hombre más poderoso del mundo. Y siento tanta pena por él como lo sentí cuando soñé aquel sueño. "Ese pobre hombre", dije una vez a mi esposa, con lágrimas en mis ojos. "Encerrado en la oscuridad, tocando el piano en la noche para sí mismo, solo y asustado, sabiendo lo que está por venir". Por Dios, perdonémosle, finalmente. Pero lo que les hicieron a él y a sus hombres, "todos los hombres del presidente", como está escrito - tenía que hacerse. Pero ya ha pasado, y debería dejársele en la luz del sol de nuevo; ninguna criatura, ninguna persona, debería ser encerrado en la oscuridad eternamente, aterrorizado. Esto no es humano.

Por el tiempo en que la Corte Suprema estaba decidiendo que las cintas de Nixon debían devolverse a la acusación particular, yo estaba comiendo en un restaurante chino en Yorba Linda, el pueblo de California donde Nixon fue al colegio - donde creció, trabajó en el almacén de verduras, donde hay un parque con su nombre, y por supuesto la casa Nixon, simples listones de chilla y todo eso. En mi galletita de la fortuna, tenía la siguiente predicción:LO HECHO EN SECRETO HALLA EL MODO DE SALIR A LA LUZ. Envié el pedazo de papel a la Casa Blanca, mencionando que el restaurante chino se encontraba a una milla de la casa original de Nixon, y decía, "Creo que ha habido un error; por accidente obtuve la predicción del señor Nixon. ¿Tiene él la mía?" La Casa Blanca no contestó.

Bien, como dije antes, un escritor de ciencia-ficción podría escribir la verdad y no saberlo. Por citar a Xenófanes, otro presocrático: "Incluso si un hombre debiera intentar decir la verdad absoluta, ni siquiera él lo sabría; todo está envuelto en apariencias" (fragmento 34). Y Heráclito añadió a esto: "La naturaleza de las cosas tiene la costumbre de ocultarse" (fragmento 54). W. S. Gilbert, de Gilbert y Sullivan (G&S), escribió: "Rara vez son las cosas lo que parecen; leche desnatada disfrazada de crema." El sentido de todo esto es que no podemos confiar en nuestros sentidos y posiblemente ni siquiera en nuestro razonamiento a priori. Como para nuestros sentidos, entiendo que la gente que ha estado ciega desde su nacimiento y de repente se les ofrece la vista, se maravillan de descubrir que los objetos parecen hacerse cada vez más pequeños según se alejan. Lógicamente, no hay una razón para esto. Nosotros, por supuesto, hemos llegado a aceptar esto, porque estamos acostumbrados a esto. Vemos a los objetos hacerse más pequeños, pero sabemos que realmente ellos mantienen el mismo tamaño. Así pues incluso la persona pragmática de cada día utiliza una cierta cantidad de sofisticados menosprecios de lo que nuestros ojos y oídos le dicen. Poco de lo escrito por Heráclito ha sobrevivido, y lo que tenemos es oscuro, pero el fragmento 54 es lúcido e importante: "La estructura latente es el amo de la estructura obvia". Esto quiere decir que Heráclito creía que un velo yacía sobre la verdadera estructura. Él también pudo haber sospechado que el tiempo no era de algún modo lo que parecía, porque en el fragmento 52 decía: "El tiempo es un ni?o que juega, juega a las damas; de un niño es el reino." Esto es sin duda críptico. Pero también decía en el fragmento 18: "Si uno no lo espera, no encontrará lo inesperado; no va a ser rastreado y ningún camino nos guía allí." Edward Hussey, en su libro escolar Los presocráticos, dice: Si Heráclito es tan insistente en la falta de entendimiento mostrada por la mayoría de los hombres, sólo parecería razonable que debiera ofrecer instrucciones más detalladas para penetrar la verdad. El discurso de la adivinación enigmática sugiere que algún tipo de revelación, más allá del control humano, es necesario... La verdadera sabiduría, como se ha visto, está íntimamente relacionada con Dios, lo que sugiere que cuanto más avanza la sabiduría un hombre se vuelve como, o una parte, de Dios. Este fragmento no forma parte de un libro religioso ni de un libro de teología; es un análisis de los primeros filósofos por un catedrático de Filosofía Antigua en la Universidad de Oxford. Hussey deja claro que para esos primeros filósofos no existía distinción entre filosofía y religión. El primer gran salto cuantitativo de la filosofía griega fue de Xenófanes de Colofón, nacido a mediados del siglo VI a.C.. Xenófanes, sin referirse a ninguna autoridad aparte de la de su propia mente, dice: Un Dios hay, en ningún modo como las criaturas y también sin forma corporal en el pensamiento de su mente. Todo él ve, todo él piensa, todo él oye. Siempre permanece sin moverse en el mismo sitio: sin esfuerzo se mueve ahora para acá, ahora para allá. Ésta es una concepción sutil y avanzada de Dios, evidentemente sin precedente entre los pensadores griegos. "Los razonamientos de Parménides parecían mostrar que toda la realidad debe ser sin duda una mente," escribe Hussey, "o un objeto de pensamiento en una mente." Leyendo Heráclito específicamente, dice, "En Heráclito es difícil decir cuánta distancia separa los designios de la mente Dios de su ejecución en el mundo, o qué distancia separa la mente de Dios del mundo." El más lejano esfuerzo de Anáxagoras me ha fascinado siempre "Anáxagoras había sido conducido a una teoría de la microestructura de la materia que la hacía, hasta cierto punto, misteriosa para la razón humana." Anáxagoras creía que todo estaba determinado por la Mente. Éstos no son pensadores infantiles, ni primitivos. Discutían asuntos importantes y cada uno estudiaba los puntos de vista de los demás con gran detalle. No fue hasta la época de Aristóteles que sus puntos de vista se redujeron a lo que podemos inteligentemente - pero de forma equivocada - clasificar como básico. La suma de gran parte de la teología y filosofía presocráticas se puede establecer como sigue: El Kosmos no es como parece ser, y lo que probablemente sea, en su nivel más profundo, es exactamente lo que el ser humano es en su nivel más profundo - llámalo mente o alma, es algo unitario que vive y piensa, y sólo parece ser múltiple y material.

Gran parte de este punto de vista nos llega a través de la doctrina del Logos observada por Cristo. El Logos era tanto aquello que pensó, como la cosa que fue pensada: pensador y pensamiento unidos. El universo, entonces, es pensador y pensamiento, y puesto que somos parte de éste, nosotros, como humanos, somos, en el análisis final, pensamientos y pensadores de esos pensamientos.Así pues, si Dios piensa en Roma hacia el 50 d.C., entonces Roma hacia el 50 d.C. es. El universo no es un reloj de arena y Dios la mano que lo voltea. El universo no es una reloj que funciona con baterías y Dios la batería. Spinoza creía que el universo era el cuerpo de Dios extendido en el espacio. Pero mucho antes que Spinoza - dos mil a?os antes que él - Xenófanes había dicho, "Sin esfuerzo, él usa todas las cosas mediante el pensamiento de su mente".

Si cualquiera de vosotros ha leído mi novela Ubik, sabe que la misteriosa entidad o mente o fuerza llamada Ubik comienza como una serie de baratos y vulgares anuncios y termina diciendo: Yo soy Ubik. Yo existo desde antes de que el universo existiese. Yo hice los soles. Yo hice los mundos. Yo creé las vidas y los sitios que habitan; Yo los moví allí, Yo los puse allí. Ellos hacen lo que Yo digo, ellos hacen lo que Yo les ordeno. Yo soy la palabra y mi nombre nunca es pronunciado, el nombre que nadie sabe. Me llaman Ubik pero ése no es mi nombre. Yo soy. Yo seré siempre.

A partir de esto es obvio quién y qué es Ubik; él específicamente dice que es la palabra, lo que viene a ser, el Logos. En la traducción alemana, se da uno de los más maravillosos lapsos de correcto entendimiento que me he encontrado; Dios nos asista si el hombre que tradujo mi novela Ubik al alemán fuese a hacer una traducción del griego koine al alemán del Nuevo Testamento. Él lo hizo correctamente hasta que llegó a la frase "Yo soy la palabra". Esto le descolocó. ¿Qué puede querer decir el autor con esto? debió preguntarse, obviamente sin haberse encontrado jamás con la doctrina del Logos. Así que hizo un trabajo de traducción tan bueno como pudo. En la edición alemana, la Entidad Absoluta que hizo los soles, hizo los planetas, creó las vidas y los lugares que habitan, dice de sí misma: Yo soy el nombre marcado. Si hubiese traducido el Evangelio según San Juan, supongo que habría sido algo así:En el principio existía el nombre marcado; y el nombre marcado estaba con Dios; y el nombre marcado era Dios.Podría parecer que no sólo os traigo felicidades desde Disneyland sino de Mortimer Snerd. Ése es el destino de un autor que esperaba incluir temas teológicos en sus escritos. "El nombre marcado, entonces, estaba con Dios en el principio, y a través de él todas las cosas llegaron a ser; ni una sola cosa de cuantas existen ha llegado a la existencia sin él". Así que tiene nobles ambiciones. Esperemos que Dios tenga sentido del humor. O debería decir, esperemos que el nombre marcado tenga sentido del humor.

Como ya dije anteriormente, mis dos preocupaciones en mi literatura son "¿Qué es real?" y "¿Qué es el hombre auténtico?". Estoy seguro de que podéis ver que no he podido responder a la primera pregunta. He estado usando la intuición de que de algún modo el mundo de la Biblia es una zona literalmente real pero velada, inmutable, oculta de nuestra vista, pero alcanzable para nosotros mediante la revelación. Esto es todo lo que he alcanzado - una mezcla de experiencia mística, razonamiento y fe. Me gustaría decir algo acerca de los rasgos del hombre real, también; en esta aventura he obtenido respuestas más plausibles.El ser humano auténtico es uno de nosotros que instintivamente sabe lo que no debe hacer, y, además, se opondrá a hacerlo. Se negará a hacerlo, incluso si esto conlleva graves consecuencias para él como para aquellos a quienes ama. Éste, para mí, es el definitivo rasgo heroico de la gente normal; ellos dicen no al tirano y con calma acogen las consecuencias de la resistencia. Sus actos pueden ser peque?os, e incluso casi siempre desapercibidos, sin señal en la historia. Sus nombres no son recordados, ni estos auténticos humanos esperaban que sus nombres fueran recordados. Veo su autenticidad en un modo extraño: no en su desgana al realizar actos heroicos sino en sus negativas silenciosas. En esencia, ellos no pueden ser obligados a ser lo que no son.

El poder de las realidades falsas golpeándonos hoy - esas mentiras manufacturadas deliberadamente nunca penetran en el corazón de seres humanos de verdad. Observo a los chicos viendo la televisión y lo primero que me preocupa es lo que les están enseñando, y entonces me doy cuenta, ellos no pueden ser corrompidos o destruidos. Ellos observan, ellos escuchan, ellos entienden, y, entonces, donde y cuando es necesario, ellos rechazan. Hay algo enormemente poderoso en la habilidad de un niño de evitar lo fraudulento. Un niño tiene el ojo más claro, la mano más firme. Los vendedores, los promotores, están atrayendo la lealtad de estas pequeñas personas para nada. Es verdad, las compañías de cereales pueden ser capaces de vender grandes cantidades de copos para el desayuno; las cadenas de hamburguesas y perritos calientes pueden vender cantidades infinitas de unidades de comida rápida irreal a los niños, pero el profundo corazón late firmemente, sin ser alcanzado ni manipulado. Un chico de hoy puede detectar una mentira más rápido que los más sabios adultos de hace dos décadas. Cuando quiero saber qué es verdad, pregunto a mis hijos. Ellos no me preguntan; yo me vuelvo a ellos.

Un día mi hijo Christopher, de cuatro años, estaba jugando ante mí y su madre, nosotros, los dos adultos, comenzamos a discutir la figura de Jesús en los Evangelios Sinópticos. Christopher se giró hacia nosotros un momento y dijo, "Yo soy un pescador. Pesco por el pescado". Estaba jugando con una linterna de metal que alguien me había regalado, que yo nunca había usado... y de repente me di cuenta de que la linterna tenía forma de pez. Me pregunto qué pensamientos estaban siendo colocados en el alma de mi pequeño niño en ese momento - y no colocados por vendedores de cereales o caramelos. "Yo soy un pescador. Pesco por el pescado". Christopher, a la edad de cuatro años, había encontrado la señal que yo no encontré hasta que tenía cuarenta y cinco años.

El tiempo se está acelerando. ¿Y a qué fin? Quizá nos lo dijeron hace dos mil años. O quizás no fue hace tanto; quizás es una ilusión el que haya pasado tanto tiempo. Quizás fue hace una semana, o incluso hoy hace un rato. Quizás el tiempo no sólo se está acelerando; quizás, además, va a terminar.Y si lo hace, los paseos en Disneylandia no volverán a ser lo mismo. Porque cuando el tiempo se acaba, los pájaros y los hipopótamos y leones y ciervos de Disneylandia no serán nunca más imitaciones, por primera vez, y un pájaro real cantará. Gracias.

domingo, septiembre 24, 2006

Zafiro (2da Parte)


Por Zedi Cioso

La primera vez casi no me llamó la atención. Era un jueves a media mañana y yo me hallaba leyendo un texto de Deleuze sobre la desterritorialización cuando reparé en la pareja que franqueaba la puerta de ingreso para peatones. Recuerdo que llovía, o garuaba. Era una de esas típicas mañanas grises de otoño y cada vez que se abría la puerta de entrada una claridad lechosa inundaba la antesala y barría las penumbras arrinconándolas contra las esquinas. La pareja avanzó hasta quedar frente a mi ventanilla. Para garantizar la discreción yo atendía detrás de un vidrio polarizado, de modo que los clientes tenían la sensación de estar dialogando con su doble cuando solicitaban una habitación. La chica permaneció un paso atrás y fue su acompañante, como de costumbre, quien se encargó de los trámites pertinentes. Me extendió un recorte de diario donde nuestro hotel anunciaba precios promocionales y pidió una habitación “zafiro” que en nuestro argot significaba estándar. Sucedía que el hotel llevaba el nombre de una piedra preciosa y por eso el dueño había tenido la ingeniosa ocurrencia de clasificar la jerarquía de las habitaciones de acuerdo a la cotización de la gema. Los dormitorios iban de la prosaica aguamarina al excelso diamante (un inmenso cuarto temático que incluía jacuzzi, colchón de agua, sillón del amor, frigobar y una variopinta gama de artilugios amatorios). Zafiro era apenas un escalafón superior a aguamarina y difería de ésta por contar con una bañera un poco más grande. Anuncié el importe a mi cliente y éste me pago con cien pesos, con lo que diezmó mis exiguas reservas de cambio.
_Doscientos doce, dijo mi voz incorpórea a través del espejo mientras una mano fantasmal, mi mano pálida, extendía una tarjeta de plástico naranja que llevaba el número escrito en letras grandes junto a una pequeña llave. Y eso fue todo. Apenas una pareja más que hacía uso de nuestras instalaciones. Tal vez un poco grandes o un poco chicos para esa franja horaria que permanecía casi desierta con excepción de las parejitas de estudiantes secundarios que se rateaban del colegio y entraban muertos de miedo al punto que casi tenía que llevarlos a empujones hasta su habitación, o las parejas de abuelos que habían surgido como una floración espontánea en la era del viagra.
Volvieron a la semana siguiente. Yo me encontraba enfrascado en la ficción paranoica de Phillip K Dick y traté de despacharlos lo más rápido posible para retomar la lectura.
_Zafiro, dijo mi interlocutor haciendo gala de una pavorosa economía sintáctica, al tiempo que me extendía el recorte promocional del diario. Le anuncié el importe y me entregó cien pesos. Entonces reparé en el hecho de que iba vestido con un equipo de gimnasia, lo que acentuó la mala impresión que ya de por sí me provocaba. No logro concebir que la gente ande por la vida vestida de esa manera. Nunca usé jogging, aunque lo admito para la práctica deportiva. Pero salir a la calle y estar todo el día así, para mí es lo mismo que circular en pijama por la vía pública. Le entregué el cambio y anuncié a través del altoparlante de la cabina que distorsionaba mi voz hasta volverla un gruñido sordo:
_Habitación quinientos diez, caballero. Recuerdo que entonces pensé: ya que sos tan deportista podrías subir los cinco pisos por escalera, para ir entrando en calor. Pero el tipo tomó de la mano a la chica y juntos se encaminaron hacia los ascensores. De ella sólo percibí una cabellera dorada y resuelta en ondas que se balanceaban a un lado y se perdían fuera de mi campo visual. Rechisté porque volvía a quedarme sin cambio y me zambullí en Dick.

jueves, septiembre 21, 2006

El Pendejo (2da. parte)

Por Matías Pailos

Se sentó al lado de mí, enjarretada con esas prendas y afeites que sería incapaz de describir, pero que revelaban gusto, mesura, y, por sobre todo: dinero. (Mi única tesis es la siguiente: (por lo general) a mayor guita, mayor belleza.) Cruzó las piernas, logrando que el pantalón tres cuartos se tensara y me permitiera descubrir dos cosas: usaba medias muy cortas y el acentuado escote (los escotes, por supuesto, no solo son pronunciados: a veces también se acentúan) permitía comprender que tras él poco había. No me importó. Prefiero culo a gomas. Soy de esa mitad del universo (heterosexual masculino). Y de culo venía fenómeno.
Era medio narigona. Era de carita minúscula y de una sonrisa perpetua. Tenía algo de irregular en sus facciones. No me gustó. No: no me gustó. Pero estaba caliente, pero más estaba a la busca, y más que nada quería no dejar pasar la más recóndita posibilidad. Así que, una vez hubo desplegado el programa del ciclo (del que puedo dar detalles, y no me privaré de hacerlo), tuve el tino de hacerle un comentario sin sentido sobre el film que acababan de exhibir, y que yo había visto la semana anterior. Era… ¿les digo? ¿Les digo o me sigo haciendo el misterioso? No no: bastante me cuesta tenerlos ahí leyendo como para hacerme el difícil. Era ‘Gozu’, vean. ¿Que qué era? Era ‘Gozu’: ‘cabeza de vaca’. Era una de las mil películas de Takeshi Miike, de quien soy fan. Ya saben, y para los que no saben, les cuento: un exceso. Contar un exceso a una chica, contarlo con cierta reticencia, con alguna delicadez y algún rebusque (idiomático, particularmente) equivale a engancharla. Quizás no a enamorarla. Eso es más difícil. Pero sí a comprometerla (por más que ella no lo sepa) a otra salida. Eso, exactamente, fue lo que pasó. Le conté los highlights de Gozu, y, nuevamente: ya saben. El caniche yakuza revoleado por los aires, el asesinato general en la carretera, el parto insólito. El principio y el final, con un montón de atmósfera Lynch en el medio. Bueno: eso basta. Sépanlo. Contribuyo, a qué dudarlo, que en a continuación proyecten esa joya de la filmografía mundial y atemporal (otro exceso) que es ‘Donnie Darko’. El conejo, o el hombre conejo soñado y profético, ya saben (yo hablo como si supieran. Puede que no sepan, de acuerdo. Pues: ¡entérense! Donnie Darko es eso: es el conejo, o el conejo soñado y profético). Claro: Donnie Darko también es ‘The Killing Moon’, el tema de Echo & The Bunnymen (uia… ‘Los hombres conejo’… me siento muy boludo: recién me doy cuenta. Richard Kelly y la concha de tu madre… (Richard Kelly es el director: ¡y la concha de su madre!)).
Les quiero contar cómo me levanté a Julieta y no puedo. ¡Ah, la afición a la digresión, a los paréntesis, a la nota al pie! (La misma cosa, ¿no?) Le dije esa gilada (¿Cuál era?), ella se rió, yo repliqué, ella replicó, yo: otra gilada, ella: otra risa (menos pronunciada), yo: otra réplica y ella: otra réplica, y yo: otra gilada y otra réplica y ella: otra (poderosa) sonrisa y (silencio) otra réplica, y yo: un comentario en voz baja, porque la película ya comenzaba. Ella dijo algo que no escuché. De todas formas asentí, sonriendo (es importante hacer creer que uno escucha aún cuando no escucha) y la película comenzó.
¿Qué pasó? ¿Me olvidé de Julieta durante la proyección? ¡No! ¡De ninguna manera! Estuve atento a ella cada cambio de cámera, cada cambio de plano, sí: cada fotograma. Sin embargo (noten cómo funciona un obsesivo, un hombre más allá del medio en que se mueve) lograba mantener a parte mi puntilloso recuento de cada indicio de movimiento de Julieta de mi atención gozosa de la pantalla y su devenir. ‘Donnie Darko’, probablemente sea mi película favorita. Puedo decir lo mismo de tres o cuatro películas más. Lo importante es que también lo puedo decir de Donnie Darko (lo que es la experiencia: uno ya no tiene una película, un libro, un disco de cabecera. Uno tiene multitudes. Uno, sabiamente, calla este hecho.). Por suerte, lamentablemente, la película terminó.
La miro. Me mira. Sonrío. Sonríe. (¡Puta madre! ¿Vas a dejar de copiarme? (¡Vamos carajo! No dejes de copiarme).) ‘¿Vamos?’, digo. ‘Vamos’, repite. Me paro, se para. Sale, y sí: tiene un culo redondo y paradito. Bajamos la (interminable, subjetivamente) escalera y logro, en el pasillo a la sazón recta final, ponerme a la par.

-Uff…
-¿Cómo?
-La película. Uff…
-Sí.
-Y sí. Me sobrepasó.
-¿Te gustó?
-Me encantó. [Acá comentario: la manifestación de cualquier actitud que rebase la media inhibe al interlocutor. Si usted padece ese tipo de actitud, por exceso o defecto, no dude en hacerla pública y tomar control de la conversación. Claro: si eso es lo que desea.]
-Ah.
-Me mató. Muy Lynch, ¿no?
-Nunca vi nada de Lynch.
-¿No? Ah, eso hay que remediarlo. Inmediatamente.
-Te parece tan grave.
-Es gravísimo.
-Voy al baño.
-Vaya.

Y se fue. Y yo: atornillado, por un instante, a la baldosa que impedía que me precipitara al centro de la Tierra, mirando como Julieta subía las escaleras. Mirándole el culo. Buen culo. Corrijo: muy buen culo. Muy buen culo no basta para ser una belleza. Julieta (les dije) no lo era. Miraba su culo y calculaba: ¿cuánto tardaré en cogérmela? Después recordaba lo fatal: yo nunca había sido infiel. Y luego, o al mismo y superpósito tiempo: antes me la tengo que levantar. Levantar una mina x (digo: cualquier mina) seguía siendo en mi imaginario comparable a escalar el Himalaya. Por supuesto (y en esto se perdió en el baño, me parece. Dejé de prestarle atención, en cualquier caso), yo ya había escalado el Himalaya antes… una decena de veces, digamos. Es decir: algunas menos.
Sí, bueno: no tenía experiencia. ¿Y qué? ¿Qué, soy un pelotudo, acaso? ¿Se me van a reír en la cara por eso? Ah. Creía.
Sí sí: soy muy inseguro.
Sí sí: tengo temor pánico a la opinión ajena. A la burla. Al menosprecio. Al ninguneo.
Se me cruzó una imagen: Julieta en cuatro. La espalda arqueada, la espalda desnuda, su cuerpo agitado. Apareció Julieta. Ni me miró. La distancia entre la chica que, vestida, bajaba los escalones, y la perra desnuda que me abría sus cantos me pareció infranqueable. Bajó. ‘¿Vamos?’, me preguntó. ‘¿Me esperás que voy yo al baño?’. ‘Sí’.
Subí, lentamente, los escalones. Quería, anhelaba, ansiaba ser visto. Quería que sus ojos y su cara y todo su ser pendieran de mi lento ascenso al lavabo. Sabía que no, pero no lo sabía en ese preciso momento.
Me demoré en los aprestos y la realización (ubicar el mingitorio, bajar la cremallera, sacar al amigo, retirar el capuchón y entonces: respirar una, dos, tres veces, pausado; cerrar los ojos, pensar en el pensar, dejar fluir el chorro. Agradecí que no hubiera nadie en el baño. Una maldición que acarreo dificulta mi libre mear en presencia ajena), en el aseo posterior (con agua, sin jabón –como en la mayoría de los baños públicos. ¡Oh, miserables codiciosos, pendientes de la menor erogación…! ¿Qué les cuesta poner un jabón de morondanga para hacer del lugar de enjuague, uno de lavado? En fin: me miré a los ojos, sequé mis manos en mi pelo, puse cara de malo). ¿Qué hago? No planear. ¿Qué hago? La acompaño. ¿Hasta dónde? Hasta dónde sea; hasta donde sea razonable. Bien. ¿La invito…? Mmhh… Na. Le pido el teléfono. Eso: le pido el teléfono.
Bajé. Ella miraba para otro lado.

viernes, septiembre 15, 2006

El cuadro del comedor

Por Luciana

El cuadro del comedor es una reproducción poco feliz. Está enmarcada en un dorado que luce opaco por el efecto de las luces oscuras de la sala, o por el tiempo, o por la tristeza que producen esos colores lavados.
La situación es la siguiente: el cielo no tiene nada de llamativo, podría ser un día nublado, con neblina o un quince de enero a las tres de la tarde con un calor sofocante que terminó en diluvio y en serenidad como suele ocurrir a menudo.
Los árboles son flacos y desparejos, los hay a ambos lados y en las copas el color se debe de haber mareado y probablemente haya caído al charco de agua que se fue asentando a lo largo, hasta suponer que el camino seguirá mojado y desolado siempre y con ello, la consecuente resignación.
Entre el barro y el agua estancada aparecen en el extremo inferior izquierdo una serie de patos; uno de ellos parece nadar como en una laguna, con ese nado lacio y subrepticio de los patos, mirando siempre al frente mientras se deslizan hábilmente.
Más atrás la presencia de dos niños; podrían ser dos varones o un varón y una nena. No tienen cara, es como si sintieran vergüenza de la lascivia de los ojos que se dan a mirar lo que sea, de la impudicia de poseer nariz y de la ostentación de la boca con la que se pueden pronunciar palabras inadecuadas.
Y así, estos dos niños que van acompañados por un perro negro y petiso o por una mancha oscura que es un reflejo en el agua, se acercan a la figura de una persona, hombre o mujer, también sin cara que, agachada, o bien se encuentra con el atado de una cosecha, o bien le da una terrible puntada en el estómago, o bien se entretiene mirando lo que flota bajo sus pies y lo examina con una ramita.
Además, al fondo hay otra silueta que mantiene la misma vaguedad o el mismo pudor que las otras y está parada al lado de una tranquera que lleva a un descampado desde el cual se pueden, de todas maneras, divisar algunas casas, sumadas a la que se encuentra detrás de la persona que permanece en cuclillas que posee una chimenea apagada a la cual se le ha atascado una nube gruesa y definida o bien es el humo espeso, algodonado y blanco que se desprende con las primeras brasas y el mástil recién lavado y deshollinado.
A decir verdad hay otros elementos sobre los cuales resultaría tedioso detenerse salvo por una torre similar a la de los dibujos animados que frecuentemente ocultan en las sombras a algún ser malvado y sin escrúpulos y, si esta fuese realmente una obra célebre, sería grato imaginar que es el lugar de residencia del autor empalmado al escenario donde transitó los años de su infancia y demás detalles que jamás son comprobables pero sí necesarios para las visitas guiadas a galerías de arte.
Igualmente, a esta obra le falta firma como para evitar el derecho a insultos o agravios, caso similar al cuadro que lo mira desde la pared de enfrente que, donde descansa una pareja en un banco que está sobre un suelo colorado y se lee rojo en el extremo inferior izquierdo sin saber si se trata del nombre del creador o de una indicación absurda.

miércoles, septiembre 13, 2006

Záfiro (parte I)

Por Zedi Cioso
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“Los privó de su fuerza y de su figura y los redujo a meros reflejos serviles. Un día, sin embargo, sacudirán ese letargo mágico” Jorge Luis Borges

Escribo esta carta de amor desde una habitación en llamas, siguiendo al pie de la letra el consejo de un célebre escritor. Aunque para ser sincero no creo que tenga ya otra alternativa. El líquido inflamable salpica las paredes. El fósforo está echado. Ardo ya.Pues bien. Hago memoria. En esa época yo me encontraba cursando el tercer año de la carrera de Letras en la UBA y en mi casa ya me habían lanzado un ultimátum para que obtuviera mi propio sustento. Entonces se presentó esta oportunidad a través de un amigo de la infancia de mi papá y no la desaproveché. De esa forma ingenua e inocente nos encaminamos al patíbulo de nuestras desgracias. Y solemos ir charlando jocosamente con el sacerdote que intenta infructuosamente darnos la extremaunción, riendo, contando chistes. Se trataba de un trabajo simple que no requería ningún tipo de compromiso físico ni intelectual. Me desempeñaría en el turno fijo de ocho de la mañana a cinco de la tarde “el turno de la muerte” según mis compañeros que temían con pavor aquello que yo más anhelaba: estar encerrados en un cubículo oscuro de dos metros cuadrados mientras puertas afuera la vida, la mañana, la dicha, acontecían. Yo, en cambio, ¿Qué más podía pedir que tener nueve horas de máxima concentración para leer todo lo que se me antojara y encima cobrar un sueldo nada desdeñable por ello? Creo que nunca volví a leer tanto como durante ese período de mi vida. No, no cuento con tanta disciplina. Ahí, en cambio, no había otra cosa que hacer y además experimentaba un placer añadido cada vez que pasaba una página del libro o una hoja del apunte anillado, como si le hiciera una zancadilla a la plusvalía. Nunca me veía en la obligación de solicitar días de estudio, todo lo contrario, a veces pedía que me aplazaran los francos para poder estudiar mejor. Hasta que tomé ese trabajo había sido un alumno irregular y algo díscolo. No me faltaban buenas ideas pero era reacio al esfuerzo que implicaba llevarlas adelante. Estoy convencido que de no haberme incorporado a aquella actividad no habría elevado mi promedio ni obtenido la adscripción. Ahora soy ayudante de primera y vivo holgadamente gracias a una beca de doctorado. El Estado me paga por leer y ya no tengo que hacerlo a escondidas. De todas maneras no quiero dar una impresión errónea: yo me desempeñaba correctamente en mis funciones y nunca defraudé la confianza que el conocido de mi papá había depositado en mí. Si bien es cierto que cuando veía por la pantalla del monitor que su auto alemán atravesaba el portón y se estacionaba en el lugar que siempre le estaba reservado, yo procedía a guardar prolijamente el libro o apunte que estuviera leyendo en ese momento. Por entonces tenía veintitrés años y ni se me pasaba por la cabeza ser escritor. Tampoco lo pienso ahora, que cuento con treinta y dos y lo único que me interesa escribir es mi tesis de doctorado. Solía despuntar el vicio, eso sí, con algunas poesías que se perdieron en el revés de los cuadernos de apuntes, y aún hoy desgrano mis retahílas de versos de cuando en cuando. Pero escritor, lo que se dice escritor, como aquellos a los que dedico mis monografías, no fui ni pienso serlo jamás. Se trata tan sólo de que mis amigos ya se cansaron de prestarme oídos para escuchar esta historia y me instan a que la ponga por escrito a ver si en el acto de compartirla con el mundo logro sacármela de una buena vez de la cabeza. De modo que a duras penas escribo estas torpes líneas y por lo tanto creo que es mi deber informar que es esta la primera vez que me aventuro en la prosa y espero que en virtud de esa confesión sabrán ustedes disculpar todos mis errores y torpezas de iniciado. Por ejemplo, llevo un buen rato escribiendo y todavía no precisé en qué consistía mi trabajo. Pues bien, me desempeñaba como recepcionista en un albergue transitorio. Un “telo” bah, como se lo conoce popularmente. Mi papá se refiere a él como “el amueblado” y un amigo de Mendoza lo llama “el ponedero”, pero todos apuntan a lo mismo y entienden bien de qué se está hablando: se trata de un hotel al paso donde se alquilan habitaciones por horas y al que acuden parejas para mantener relaciones sexuales. Nada del otro mundo. ¿Quién no visitó alguna vez o varias veces alguno de estos lugares? Los hay de todo tipo: desde los sórdidos de Constitución hasta los lujosos de la Panamericana, donde una habitación puede costar lo mismo que la suite de un hotel cinco estrellas. Nunca tuve ningún tipo de prejuicio al respecto. No creo que tenga nada de malo trabajar en uno de estos lugares. Nada de malo, repito. Excepto que te enamores de una cliente.
(Continuará)

lunes, septiembre 11, 2006

El testamento político

Como una ficción que se rebela a serlo, como una interviú que se reniega a los canónes, el amigo de este blog y de otros blogs como éste, el señor Mavrakis y Valdes entrevista al causante de los viajes del 90 a Europa y a Perú y Bolivia. Luego de llenar el formulario 824-C para publicar las reservadas respuestas del exmandatario, Afiebrados publica algunos momentos álgidos de la entrevista.

- Presidente, usted antes daba su punto de vista sobre la sanidad psiquiátrica de Néstor Kirchner y su esposa – el doctor Menem sonríe cuando articulo de esa manera la frase e inmediatamente recobra la seriedad -, pero, en vistas al 2007, ¿descarta alguna alianza política para vencerlo?
- Para mí alianza es una mala palabra – responde el doctor: acaba de liquidar mi broma sobre la “sanidad psiquiatría” con mayor altura -; hablaría mejor de un frente político. Existe esa posibilidad pero es fundamental que los dirigentes de las distintas corrientes políticas tengan contactos que posibiliten ese acuerdo. Por mi parte estoy trabajando con mi gente solo, todavía no he tomado contacto con ninguno de los dirigentes que se están postulando también para presidente. Veremos qué es lo que pasa en el tiempo por venir…
- Sabe, Presidente, que usted debe ser de las pocas figuras políticas trascendentes a las que se les oye hablar del tiempo por venir. Personalmente, estoy harto de escuchar hablar a determinadas figuras políticas únicamente del pasado. ¿Entonces usted nunca volverá a caer en las trampas de la alianza?
Menem vuelve a sonreír. No sé si es deseable establecer la entrevista como un contrapunto entre decidores. Fundamentalmente porque me sé perdido; sé que, si el equilibrio entre dicharacheros se pierde – y espero que a esta altura no se pierda – toda la entrevista puede desbordarse. Sé que si el hilo riojano se desperdicia por mi propia impericia entonces el camino a través del laberinto del Senado se vería lícitamente dañado para siempre. Por supuesto: Menem descoloca. Acepta el punteo – quién es Fierro y quién el negro está muy claro – al tiempo que con su gracia y su sonrisa – ese magma de constante ebullición – deja muy claro que conoce el paño de atrás para adelante y de arriba abajo:
- Sabemos muy bien que la política es el arte de lo posible y cosas que hoy no se piensan mañana se pueden dar. Siempre existe esa posibilidad, pero por ahora absolutamente nada al menos de nuestra parte – dice, y yo anoto inmediatamente en la palmtop “¡Puerta de Nogal!”, y que habría que ver cuánta de esa madera exquisita había en Puerta de Hierro, porque, por un instante, el General se hizo presente.

Charles Maurice de Talleyrand
-¿Qué opina de Roberto Lavagna como candidato a presidente y de Juan Carlos Blumberg como candidato a gobernador?
Esta es la clase de interpelación que mi consejero de la revista Noticias me respondió atónito cuando le pregunté qué le preguntaría, él, a Menem, si pudiera entrevistarlo dentro de media hora. Supongo que la puntita de cada uno de sus rulitos arderá de rabia mientras lee ahora mismo que – tal y como le anticipaba desde el taxi camino al Senado – aprovechando la oportunidad, la pregunta se la haría, mejor, yo mismo. No tanto porque fuera una pregunta original – pues no lo es – sino porque, tal como le comentaba por teléfono a mi adviser editorial, arriba del RadioTaxi Diez, él seguramente no sería capaz de redactarla con la menor maestría:
- Lavagna no tiene oficio político, es un buen economista, que vio facilitada su tarea a partir de los vientos a favor que soplaron no tan sólo en la Argentina sino en el mundo entero. Hasta Haití creció 3,5 puntos en los últimos tres años a la par del crecimiento de otros países y de la Argentina. Esos vientos a favor en la economía beneficiaron a todo el mundo que se globaliza cada día más. Y este continente se sigue continentalizando. Vamos a llegar a lo que pretendía Perón: un continente americano unido.
- ¿Le parece, Presidente, que el Mercosur aporta a la continentalización que pretendía el General?
- Aquí para sacar el país adelante es fundamental la inserción en el ALCA (Asociación de Libre Comercio para las Américas). Que es lo que está haciendo Chile, Ecuador, Perú, entre otros países del área.
Tal vez el punto más delicado de la entrevista – de cualquier entrevista - es el más obvio de todos: cómo repreguntar cuando, el entrevistado, tácitamente, omite parte de la pregunta del entrevistador. En otros términos: cómo restituir diplomáticamente ese circuito de ida y vuelta que, hasta el momento, se conservaba inatacable:
- ¿Y sobre el ingeniero Blumberg, doctor Menem? ¿Lo ve como candidato a presidente? – aunque hubiese querido preguntarle: “¿lo ve como su oponente?”.
Nervioso, tomé el agua mineral. Toda. Menem, sin mediar palabra, vuelve a llenar la copa. Ubica las manos sobre su regazo – y su corbata se le corre un poco hacia la izquierda – y me mira. Alza las cejas, recorre todo el borde inmediato del escritorio con su mirada:
- Lo que le ha ocurrido al ingeniero Blumberg es una tragedia evitable. Pero este gobierno no está interesado en evitar las tragedias evitables.
Sonrío y anoto en la palm: “hoy Carlos Saúl Menem me ha dado una lección de diplomacia que ni Charles Maurice de Talleyrand”.
Es más: le comento mi ocurrencia y la festeja con un guiño. En eso estamos cuando entra, por segunda y penúltima vez durante toda la entrevista, aquel gordito retacón, el de la delatora barba candado, el hombre que en la frente podría tatuarse – de por vida – la insignia “secretario”.

Tarjeteros profesionales
La barba candado extiende unos papeles, unas fotocopias. Me mira extrañado, que es como suelen mirar todas las barbas candado: un extrañamiento que los ubica en su exacta función de periféricos auxiliares. La barba candado ahora luce unos anteojitos de esos estúpidos a la moda. Me recuerda mucho a Rozín y se lo digo. La barba candado extraña aún más su mirada extrañada.
El doctor Menem, mientras tanto, se pone sus lentes y lee. Saca de un cajón una enorme lapicera dorada y hace dos o tres firmas. Me pregunto ahora si no será muy ordinario pedirle un autógrafo.
- ¿Le falta mucho para terminar esto, doctor? – quedó grabado que preguntó la barba candado.
- Con qué – quedó grabado que responde Menem, mientras (quedó grabado en mi retina) no dejaba de ojear cada una de las fotocopias.
- Con esta entrevista, digo. ¿De qué medio es?
El problema de la barbita candado es que no me preguntaba a mí “de qué medio era”. Se lo preguntaba al doctor Menem, como si yo no estuviera allí sentado. Gordito barba candado con ínfulas de sobrador. Gordito querido, barbita candado, aspirante a permanente periférico, presunto – a lo sumo y con varios acomodos a favor - jefe turno mañana de un call center cualquiera donde exigirás que tus subordinados con 17 y acné te llamen “señor”, lacra rutilante, hermano, ¿te costaba tanto ubicarte?
- Esta entrevista es personal, el joven es un amigo – contestó el faraón y yo lo miré y supe por quién iba a votar en el 2007.
- Ahh… - la barbita candado – bueno entonces cualquier cosa que necesite, doctor… – y sacó del bolsillo del costado de su saco una cajita, que abrió, que hurgó, hasta que dio con lo que buscaba y me lo acercó, como con asco - … acá le dejo la tarjeta, con mi nombre y la dirección de mail y el teléfono del despacho.
- Pero el joven ya tiene todo, gracias; esto está resuelto – quedó grabado que dijo Menem. Pero, de todos modos, también quedó registrada mi voz:
- Muchas gracias… estebanjrrigi@senado.gov.ar. Le doy mi tarjeta. Cuando desgrabe la entrevista con el doctor le escribo, ¿le parece?, así la lee. Usted también tiene un rol que cumplir junto a él.
- Sí… cómo no… - la barba candado, y luego se oye el sonido de una puerta de nogal que se cierra.

La violencia institucional
La situación anterior me deja picando otra pregunta:
- ¿Kirchner hace abuso de poder?
- Sí, por supuesto… - el doctor se saca los lentes, los apoya junto a la taza de café cortado - ¿Sabe por qué? Por su intrínseca debilidad. Son los débiles los que hacen abuso de la fuerza; utilizan la fuerza cuando se sienten débiles. Un hombre equilibrado y en su sano juicio, que sabe gobernar, impone el principio de autoridad, que es lo que le falta a este personaje.
- ¿Qué es lo que más cuestiona de la gestión de este gobierno, doctor?
- Absolutamente todo. La prepotencia, la falta de libertad de prensa, el ataque desmedido a las instituciones y no entender el mundo. Nos hemos descolgado del mundo y tenemos problemas con todos los países de la tierra por falta de conocimiento y por no entender lo que es la política a nivel nacional como internacional.
Recuerdo la vez que trabajando en Radio Belgrano hice pasar un mensaje falso – una de esas idioteces que opinan los oyentes, la “producción” anota por teléfono y luego la presentadora lee al aire y responde -. Era un programa de historia, no importa cuál ni importa decir que la conductora era una señora muy lesbiana y muy especializada en las historias de las braguetas de varios importantes personajes históricos. Con libros sobre esas braguetas y todo. La cuestión es que apenas después de pronunciar al aire “¿Cuándo se muere Alfonsín así hacemos su necrológica?”, la conductora se dio cuenta de lo que acababa de decir. El jefe de la radio, Maharbiz, después del programa, la retó bastante. Le dijo que había sido una barbaridad, que tuviera más cuidado. Como si alguien estuviera oyendo. La cuestión es que la conductora, después, reprochándoles sus propios engaños a los productores, decía que “pedir la muerte de un político era cagarse en las instituciones”. Alguno de esos dos productores, tal vez el mismo que pudo haber redactado el falso mensaje, pudo haberle dicho, socarronamente, que “los cementerios también son una institución”. Y todo a colación de la siguiente pregunta:
- Presidente Menem, ¿qué opina de las modificaciones que Kirchner ha realizado en las Fuerzas Armadas?
- Kirchner pretende destruir a la institución Fuerzas Armadas. Todo lo que tenga uniforme para Kirchner es malo. Es un odio que le viene desde adentro y nadie puede gobernar odiando. Se debe gobernar con amor y con autoridad, si no no se puede gobernar – termina por responder Menem con visible vehemencia, un gesto ideal para retratar en la segunda imagen tomada con el celular.
(todo, todo el resto, y además la promesa de continuación, exactamente aquí)

miércoles, septiembre 06, 2006

El Pendejo (1ra. parte)

Por Matías Pailos

Yo quería ser infiel. Para lograrlo, me conseguí una novia. No la quería, y eso era un problema. Bastante marginal. Al menos así me parecía en los primeros tiempos, léase: primeras semanas. Pronto comprendí mi error, uno de esos que, sin temor a equivocarnos, podemos calificar de garrafal. De todas formas, al conseguir una novia o, más exactamente (informo, aún cuándo nadie me haya demandado precisión, aún cuando pueda ser, a qué negarlo, un tanto molesto), cuando me puse de novio, satisfice otro deseo: el de tener una novia. Para los que crean que esto que acabo de enunciar devela mi carácter soberanamente pelotudo, he de decirles lo siguiente: concedo. Concedo todo, soy culpable de todo. ¡Uia!, eso fue un exceso. Quizás tenga ocasión de contarles mi etapa adolescente de pensamiento religioso –etapa que araña con fuerza mi primera juventud, quizás. Nada, pero nada (he aquí otro exceso) me gusta más que hablar de mí mismo. Sí sí: como el hombre del subsuelo dostoievskiano, solo que de un temple más laxo y de dimensiones menos trágicas. (Eso de creer que… ¿cómo era?, ¿qué ‘el único tema digno de la ocupación de un hombre decente es sí mismo’?, teñía innecesariamente al asunto de una dimensión moral. ¡Oh, La Digresión! Otra de mis pasiones. Cierro el paréntesis y vuelvo al carril narrativo principal.) Les decía: yo quería ser infiel. Les decía: me conseguí una novia para ser infiel. Les decía: me conseguí una novia porque quería estar de novio. ¿Quería estar de novio para ser infiel? Ffff… es hilar demasiado fino. Sospecho que no. O que sí, pero que no única, no principalmente por eso. ¡Vamos! Sé que no es así. ¿Cómo lo sé? Eso es otro tema. Quizás no pueda saber que lo sé, y saberlo igual. Y además: hablar de mí mismo. ¿Soy yo el mismo que ese balbuceante energúmeno de 23 años que anhelaba con todo el ímpetu de su alma ser infiel? ¡Claro que sí! ¿De qué estamos hablando? De los filósofos y el problema de la identidad personal, claro. Pero, a ver si nos ponemos de acuerdo: por supuesto que el Federico de los 23 es el mismo Federico que el Federico de los 30. Eso, de suyo, aunque sus notas distintivas no sean idénticas. Pero entonces… basta. Basta, déjenme de hinchar las pelotas. Inscríbanse en la U.B.A., métanse en un seminario del Rojas o de la placita Serrano, pero no traigan sus tentativas filosóficas a este cuadrilátero, dónde lo único que importa es que: quería ser infiel. Nada más fácil, dirán. De qué se las da, espetarán. ¡De nada, de nada! Pero, ¿saben?, ese puto cuento del puto Gombrowicz, y ni siquiera el cuento, sino solamente el título: ‘Aventuras’, signó mi vida con un deber ser degenerado. Aventuras, hermanito, aventuras. Buscá aventuras, generá aventuras, inmiscuite en aventuras, propias y ajenas, grandes y pequeñas, colectivas e individuales y de una parva de dicotomías más que podría, si tuviera peor gusto, si fuera más inteligente, enseñarles. Buscaba aventuras y mi vida tenía pocas. (¿Por qué? ¿Temor al arrepentimiento en las postrimerías de la muerte? Seguramente. ¿Algo más? Algo más.) Nunca había sido infiel, y me sentía menos hombre por ello. Qué boludo. Y sí: qué boludo. Pero me sentía menos. Me sentía menos fuerte, me sentía más chiquito. Detesto sentirme más chiquito. El orgullo del orto. Sí: el orgullo del orto. Noten cómo en mí prima el impulso descriptivo. No condeno mi estructura psíquica, qué le vamos a hacer, cuanto mucho mala suerte pobre tigre siempre tuvo. Sí: no me… corrijo: detesto ser menos que nadie. Sentía (¿siento? Siento) que quienes no probaron en carne propia el adulterio son menos que los que sí. ¿Menos en qué sentido? En el sentido de peor adaptados, en el sentido de menos fuertes, en el sentido de con un número mayor de escrúpulos innecesarios e insatisfactorios e inconvenientes. ¿Algo más? Siempre hay algo más.
Por eso cuando Julieta, mi novia, mi novia de entonces, partió de vacaciones a Europa, no pude contenerme y salté por los aires al grito egregio de esta es la mía. Pero, permítanme recordarles: yo era un cobarde. Permítanme resaltarles: padecía una timidez patológica. Me costaba horrores, me costaba sangre, sudor y lágrimas acercarme a una mujer, hablarle, invitarla a salir. O a caminar. ¿Y besarla? El infierno es el primer beso.
Pero miento. Ya en ese entonces estaba abocado de cabeza a un cambio sustancial. Lo que implica, en este contexto, que estaba en plena etapa de transición. A Julieta me la levanté, y esto es destacable. Digo: hubo allí algún mérito, máxime (o únicamente) si se considera lo papanatas que era. Caí en un tugurio con ínfulas de centro cultural, en pleno San Telmo, con ánimos de amar. Pero ustedes comprenden lo cuesta arriba que es irse con las manos vacías en estos casos, así que siempre intentaba no hacer equilibrio sin red debajo. La red no evitaba el golpe –cuanto mucho lo amortiguaba. La red era, en este caso, lo que esperaba que fuera una buena película. Si no había amor, que al menos haya película. Ella, la película, fue excelente. Ella, la chica, fue pasablemente satisfactoria.
‘¡Qué hijo de puta!’, oigo atronar las fauces de genuinos especimenes del bello sexo. Tienen razón, tienen toda la razón habida y por haber. ¿Quieren que les diga la verdad o les mienta? Quedemos así: soy un hijo de puta, les voy a decir la verdad. La piba no era la gran cosa. Cinco puntos, digamos. Petisita, rubiecita, flaquita. Muy diminutivita ella -eso garpa a full. Eso garpa si la mina te gusta. Si te cabe un medio, te enamorás. Corríjome: me enamoro. No sé lo que le pasa al resto. Otrora especulaba, intentaba traspasar los tamices opacos de las conciencias. La decepción era el inevitable resultado. Así que no sé lo que les pasa a los demás –o lo sé, y les pasa otra cosa. Yo, a mí, a yo en este caso, si la minita es, diría mi amigo Darío, ‘maniobrable’, y me gusta algo, entonces al corto plazo me gusta todo y heme aquí enamorado.
Nada de esto pasó con Julieta.

lunes, septiembre 04, 2006

La Catedral

Por Luciana

Me lleva de la mano. Mientras entramos, alejándonos del frío asfaltado del centro a la madrugada, ése que es entre poema y melancolía; escuchamos unas cuerdas tibias. Quien las hace sonar mira como si tuviera sobre sí un cuerpo dormido al que acaricia. Pienso en cómo vibra y cómo quisiera ver a ese mismo cuerpo años después roto, acostado, sobre una cama, con sus bigotes de cobre enrulados y cortados. Un sonido de muerte en el silencio. Subimos una escalera larga hacia un lugar donde las luces prometen ser pobres, un espacio con sillones y una tela pesada que cubre lo que viene detrás. Sólo hace falta asomarse, correr ese terciopelo que no tiene nada de obstinado, una tela que basta que cubra la obra para querer dejarla a la intemperie. Me parece entrar en un lugar que no es posible, levanto la vista para encandilarme con el sudor y el reflejo de vela que llevan las luces, un reflejo caliente, encarcelado en una esfera de hierro. Lamparitas amarillas, verdes, azules, de feria, bailan ebrias como en una calesita. Parecen girar. Y en el fondo, más allá, un enorme corazón desgarrado cuelga del techo y exhibe su anatomía desnuda, sus venas, su sangre, me parece sentir cómo late, abierto, sobre nosotros, como si fuese un cuenco que hierve y cocina un compás. Después aparece ella, vestida de negro y le veo dos alas en la espalda que no tiene, trepa, se acerca al corazón de arcilla y toma dos sogas blancas, se enreda y teje un país de telarañas de aire, sube, baja, sube, vuela y es hermosa: su sonrisa deslumbrante es ahora la sonrisa deslumbrada del viento. Hay pasillos y paredes excesivas que se visten con óleos de mujeres en la sombra y el color de estas paredes se mira en el suelo, en un suelo opaco que no puede dar un retrato a cambio pero que guarda todos los pasos: círculos sobre círculos de tiza, de aserrín, de zapatos exhaustos. Y lo que sucedió luego: algunas botellas encendieron su brillo, fueron quedando como cadáveres embalsamados sobre las mesas y nuevamente la escalera hacia arriba que viró en escalera hacia abajo, las cuerdas en su cuerpo de madera roja como un testigo erguido al costado de la puerta y el frío asfaltado del centro a la mañana, ése que es entre poema y melancolía.

viernes, septiembre 01, 2006

La teoría

Por Dragón del Mar

Gerónimo sostenía que los grandes personajes de la historia fueron viajeros en el tiempo que interpretaban un papel.
—Los libros de historia son el guión —le explicaba febrilmente a quien quisiera escucharlo.
En la facultad lo tomaban por loco. Sus prédicas sólo encontraron eco en Eugenio, un estudiante de Historia que vivía medicado a causa de un trastorno bipolar. Al principio, Eugenio tomó las palabras de Gerónimo como una revelación. Luego comenzaron las dudas:
—La historia es, ante todo, interpretación. No hay una versión última de los hechos. ¿Cómo saben los viajeros qué papel es el que deben representar?
La pregunta los entretuvo durante un largo rato. Ambos sentían una enorme estima intelectual por el otro y se refutaban o confirmaban mutuamente las hipótesis. Eugenio tenía la viva sensación de que Gerónimo era un iluminado en la materia. A veces, éste último lo llamaba a altas horas de la madrugada:
—¿Cómo supo el viajero que interpretó a Jack el Destripador, cuáles eran los pasos a seguir?
A lo cual Eugenio, tras cavilar durante un largo rato, respondía:
—Debe haber actuado con suma inteligencia. Sólo pudo haberse tratado de un profundo conocedor de los crímenes, alguien que sabía qué pistas dejar para que la lista de sospechosos siga creciendo hasta el día de hoy.
Pero sus elucubraciones le parecían comentarios al margen de la gran teoría que creía adivinar, todavía balbuceante, en las palabras de Gerónimo. Sólo era cuestión de tiempo, pensaba, para que la desarrollara por completo. Y él se sentía orgulloso de formar parte, aunque fuera de manera lateral, de semejante acontecimiento.
Tras varios meses de darle vueltas al asunto, volcaron sus conclusiones en un paper que luego publicaron en internet. Nadie les prestó atención pero a ellos no les importó. Sus indagaciones los condujeron naturalmente a querer constrastar las hipótesis.
—Necesitamos a un gran hombre —dijo Gerónimo con aire meditabundo.
Contrariando su habitual verborragia, Eugenio permaneció en silencio. Esa noche se separaron sin decir nada, ambos cabizbajos por motivos diferentes. Al día siguiente, cuando volvieron a encontrarse, Eugenio disparó:
—¿Dónde está la máquina?
Gerónimo no lo escuchó.
—Estaba pensando en Kofi Annan, pero no sé si será suficiente... Además no creo que acepte reunirse con nosotros por este tema. Y Guariglia tampoco nos sirve. Tiene que ser alguien más.
—¿Dónde está la máquina del tiempo? —volvió a preguntar Eugenio que empezaba a perder la paciencia.
Entonces Gerónimo levantó la mirada.
—¿De qué estás hablando?
—¿En qué año naciste?
—En mil novecientos setenta y...
—¡No mientas! —lo cortó Eugenio—. ¿Te pensás que no me doy cuenta de las cosas? ¡No soy un pelotudo!
Gerónimo empalideció. Permaneció unos instantes observado el rostro de su amigo, por cuyas mejillas resbalaban dos lágrimas incipientes.
—Estás equivocado —le dijo—. Yo soy de esta época, igual que vos.
Los labios de Eugenio temblaban. Se habían puesto de color azulado, como si estuviera tomando mucho frío. Al cabo de unos instantes rompió a llorar como un bebé. Gerónimo lo abrazó pero no pudo contener sus gritos de desesperación. Luego de unos minutos decidió llevarlo en taxi hasta su casa. Allí le suministraron unos calmantes que le indujeron el sueño. Fue la última vez que lo vio. Meses más tarde se enteró de que había abandonado la facultad y pasaba sus días leyendo a Kant y regando los malvones del jardín.
Gerónimo dejó de lado sus estudios acerca de los viajes temporales —después de todo, si la teoría hubiera sido acertada, él debería haber nacido en el futuro y no en el pasado— y en adelante puso mucho cuidado en no divulgar sus hipótesis, de las cuales ésta resultó ser la menos imaginativa y aventurada.