domingo, mayo 27, 2007

Se acabó el exilio

Lo lamento. Estoy de nuevo. Acá

domingo, mayo 20, 2007

la incomodidad de la locura




Mi abuelo no sólo se rompió la cadera hace dos semanas. Mi abuelo rompió toda conexión con la realidad.

Mi abuelo siempre fue un hincha pelotas; cuando era chico, me seguía de incógnito - con un detectivesco sobretodo negro - para ver que no me pasara nada cuando iba a la plaza a jugar al fútbol. Hoy mi abuelo es un hincha pelotas: me pregunta cuarenta veces en diez minutos si soy titular de cátedra, me habla de la filosofía y la completitud, y después entra en una gelatina de palabras; una gelatina mal echa, de esas que vos ponés algo encima y se hunde; lo podés mirar desde afuera pero siempre te va a parecer que está irremediablemente abajo.


Mi abuelo siempre prefirió que yo no me moviera y que me quedara tranquilo, sin moverme, sin necesitar nada. Mi abuelo, por ejemplo, no entiende que yo viva solo. Y cuando digo que no lo entiende no quiero decir que está en desacuerdo sino que no entiende el concepto.

- Abuelo, soltate de la barra.

- Pero es que si me suelto, me caigo.

-Pero si estàs en una cama.

- No, estoy parado. Con el cansancio que tengo y no me puedo ni sentar.

- Abuelo, estás acostado sobre la cama.

- Bueno, tiráme una manta en el suelo y por lo menos me siento.

- Estás en la cama.

- Ah.

- Bueno, quedate tranquilo. Dormí que estás cansado.

- Y dónde me acuesto yo?

- Ya estás acostado. En una cama.

- Y dónde me acuesto? Aunque sea en el suelo.

-Abuelo, ya estás acostado.

- Mirá que estoy muerto. Quiero tirarme a descansar.

- Ves? Mirá.. ¿ves que son tus piernas?

- Ah, claro, no sé que me pasa.

- Bueno, ya está dormí. Son las 3 de la mañana.

- Y dònde me acuesto yo?



miércoles, mayo 09, 2007

PH en exilio interno: La medición del pene de Diego Corrales

Por Playmobil Hipotético

No todo el mundo puede entender el boxeo; tampoco es posible que todo el mundo entienda la muerte.

Ayer murió Diego Corrales. ¿Quién carajo es Diego Corrales, se preguntarán, que motiva que yo salga de un exilio interno que está siendo más complicado de lo que se creía originariamente?

Diego Corrales fue uno de los protagonistas de la pelea más emocionante que ví en mi vida. Ayer, justo ayer, cuando Corrales decidía viajar en moto pero no decidía que se iba a morir viajando en moto, se cumplieron dos años de esa pelea. La pelea fue entre José Luis Castillo y Corrales.

El boxeo supone la puesta en práctica de lo que todos, más o menos conscientemente, hacemos teóricamente: medirnos el tamaño de la poronga. Hasta el round 9, Castillo había hecho sangrar a Corrales por todos lados; en el décimo lo tiró dos veces.

Yo había grabado esa pelea porque me imaginaba que mi novia de ese entonces se iba a quedar dormida por el efecto del porro y porque yo me iba a despertar por un bajón considerable. Efectivamente, a eso de las 2 de la mañana, luego de irme a buscar lo que fuera que hubiera en la heladera, prendí la tele y empecé a ver la pelea.

Las banderas mexicanas de la parte más alta del estadio flameaban y el triunfo de Castillo era inevitable. X seguía durmiendo, yo seguía comiendo y la recuperación de Corrales era tan quimérica como lo iba a ser la posterior reconquista de X.

En el medio de la noche, en el medio de unos ojos hinchados de recibir golpes, Corrales descubrió que sus manos podían quebrar a un confiado Castillo y lo cagó tanto a palos durante casi treinta segundos que el referí paró la pelea y Corrales ganó por nocaut técnico.

Como un idiota, o más bien como si hubiera sido un fanático total de Corrales de toda la vida, empecé a saltar y a gritar con el único motivo de hacer lo único que se podía hacer frente a un tipo que ya estaba muerto y que, sin embargo, había matado.

Hoy, después de dos años de peleas y revanchas más o menos anodinas, Corrales se murió; es raro, pero pienso que es mejor que se haya muerto y no que se hubiera convertido en el eterno recordador de esos treinta segundos de un pasado que ya no vuelve. Para eso estoy yo.

martes, mayo 08, 2007

Ser padre hoy (7)


Por Matías Pailos


-Te voy a contar algo, papá. No te espantes. Yo fumo. Y no cigarrillos.

Okey. Podía soportarlo. Ya no me parecía algo tan grave.

-Pero no es eso lo que quería contarte. El otro día salí con unos amigos de la Facultad. Uno de ellos tenía merca. Les pedí que se peinaran unas líneas, que quería ver cómo se las tomaban. Uno de ellos, Gastón, estuvo particularmente insistente. Quería, aparentemente a toda costa, que probara. Me boludeó. Me boludeó de lo lindo. Decía algo así como “¿Qué te pasa, Fede? ¿Qué onda? Vos estás haciendo todo el camino por etapas. Primero fumás unos tres, cuatro años, mirás como pegan merca, después te clavás un ácido, después un éxtasis, después, solo después, te aspirás una línea. ¿Cuál es la diferencia? Hacelo ahora”. Tiene razón. Claro que tiene razón.
No te lo digo para que te preocupes. Hace más de tres o cuatro años que fumo, y no tengo ganas de probar otras cosas más fuertes, no todavía. Pero sí, si estoy haciendo algo, lo estoy haciendo por etapas. ¿Cuál es la diferencia de hacerlo todo de golpe? Ninguna. Una puramente mental. Si lo hacés todo de una, tu cerebro se encarga de reacomodar las fichas para que eso no te parezca forzado, para que se vea natural. Sin embargo, prefiero el recorrido escalonado. Y no es que afirme que estoy transitando por ninguna escalera, ojo.

Claro que es un drogón. Seguro que se clavó un ácido, el pendejo. Seguro. Sí, me preocupa. Le tengo miedo a las drogas, sí. Soy un viejo choto, soy todo el medio pelo que se pueda conseguir. Sí, ese soy yo. Tengo miedo. Tengo miedo que se bandee. Ese, sin embargo, no es el punto. El punto es que yo también prefiero viajar con escalas en el camino. Y el día anterior había quemado etapas a lo tarado. De apenas hablar, de solo insinuar bosquejos de historias, le zampo una de las más pesadas que se pueda imaginar. ¿De dónde salió eso? Del porro.
No nos engañemos: salió del porro. Sin el porro no hubiera visto la luz nunca. Claro: estaba en mí. Al menos como posibilidad, aunque más no fuera estaba en las cuarenta del mazo. ¿Quería que Fede se cogiera a Laura? Ni en pedo.
O sí. Pero ni en pedo.
O sea: ni en pedo.
Sin embargo…
¿Qué era ese ataque de celos? ¿Era mi “cerebro encargándose de reacomodar las fichas para que eso no me parezca forzado”? Porque de hecho me parecía forzado. Porque no la estaba pasando bien, pendejo. ¿Entendés? ¿Entendés, pendejo? Todo por tu culpa.
Ni siquiera lo podía enunciar de un modo convincente. Soy grandecito. ¡Soy su padre, por Dios! La responsabilidad sobre mi vida es mía, mía y solo mía.
Sin embargo…
Me resistía a creerlo. Quería culparlo, lo culpaba. Me moría de celos. De solo pensarlo, de solo imaginarme cogiéndose a Laura, se me paraba la pija.
Sí. ¿Qué me pasaba? De solo recordar a Laura gimiendo estaba a punto de acabar.
Hablé, les dije. Casi conté otra historia. Después me arrepentí. Después me solté. Los relatos fueron, desde cierta perspectiva, clásicos. Los protagonistas éramos, en general, ella y yo. A veces metía a otra mujer. A veces metía a su mejor amiga, una gortita tetona. Y se recalentaba.
Nunca, jamás, nunca ni jamás como aquella primera vez, fumada, con mi hijo.
Un día me animé.
Habíamos fumado otra vez y se lo conté de nuevo. Y después de coger, le pregunté si se cogería a Federico.

-¿Qué? ¡¿Qué?! ¡Ni en pedo!
-…
-Ni en pedo.
-Te lo digo en serio.
-…
-Yo quiero. Quiero que te lo cojas. Quiero que te coja.

Ella me miró. Enrojeció. No dijo nada.

-No sé

murmuró. Yo supe que había levantado la tranquera. Se lo iba a coger.
¿Lo supe? ¿Qué supe, qué vi? No vi, no supe nada. ¿De qué estoy hablando? Solo vi que se apagaba, o que prefería brillar a escondidas. ¿Qué vi o supe? Nada, a ciencia cierta.
¿Quería?

-Tenemos deseos y creencias contradictorias, papá. Más deseos que creencias, en algún sentido. La cosa es poner orden para gozar mucho y sufrir poco. La cosa es ser feliz.

Qué original, Fede. ¿En serio?
Lo que me reventaba era que él sí parecía implementar en el paño estas declaraciones. Mi asentimiento no se traducía en ninguna maniobra concreta. Aunque, ¿quién sabe? Hacer lo que le hice, decirle lo que le dije a Laura quizás, solo quizás contara como una traducción a una mayor satisfacción. ¿Y Laura? A Laura le fue presentado Federico.
Una cena. Una cena como tantas otras. El restaurante lo eligió Fede. Yo estaba inquieto. No va a pasar nada, me decía. Vino el vino. Las lenguas se soltaron. Se perdieron.

-El sexo hay que vivirlo a pleno. Nunca sabés cuándo se te va a cortar el chorro.

Ella sonrió. Sí, sonrió. Le sonrió. Sabía que yo estaba ahí, mirando, y le sonrió. Indisimuladamente, adrede. Para provocarme y solo para provocarme. Para excitarme. Para calentarse, la muy puta. ¿De dónde salió? ¿De dónde salí? ¿Quién soy?
Más, no puedo más. ¿Por qué ahora, ahora que quizás se me esté terminando la soga, ahora que quizás se me esté cortando el chorro?
Sexo. No hubo otro tema.
Estábamos tirados en el suelo, incomodísimos. Que lindo, es incomodísimo.
Él acerca su oído al de ella. Ella se ríe y sonríe. Le sonríe. Me sonríe. Es una gran, uniforme, incólume puta. Estoy a punto de estallar. Estoy recaliente.

-Después está el tema de las fantasías. Me están quedando pocas sin concretar.

Le sonrió. Él a ella. El círculo se cerraba. Era inminente. Las gigantescas sombras del futuro se cernían sobre el presente. Fastas o nefastas, ambas quizás, no podía comprender. Estaba cegado. De calentura, de celos. Tomé más vino.

-¿Cuál es la tuya?
-¿Mi qué?
-Tu fantasía sin realizar, Laura.

Ella no sonrió. Se quedó, copa en mano, mirándolo. Pero luego sí sonrió. Y mientras me miraba, sonrió.
Apreté cuchillo y tenedor. Separé otro filamento de entraña y me lo incorporé. Lo mástique poco y mal. Rápidamente, me hice de más y más pedazos, hasta que desapareció de mi plato.

-¿Estás bien, papá?

Lo miré. ¿Era mi hijo? ¿No debería ser uno como yo? Quizás lo fuera. Quizás yo no era quien creía ser. El lugar común, que para mi desgracia capté al instante, indigestó mi intelecto. El resto de mis facultades psíquicas ya estaban nubladas.
Llené la copa. La alcé. Lo miré a los ojos.

-Salud.

Brindamos. No sabía cómo había llegado hasta ahí, aunque me parecía bastante natural. Vi Federico en todos lados. Eso era. Sangre de mi sangre, eso era. Estaba dando de comer a la fiera. ¿Eso era? ¿Era yo otra víctima inconsciente de los mecanismos evolutivos? ¿Estaba operando selectivamente, aún sin saberlo, precisamente, quizás, por no saberlo, a favor de mis genes? ¿Qué estupidez es esta?
Debía huir. Ese no era mi mundo. Esta mano no es mía.
Hasta acá llegué. No voy a boicotear ninguna fiesta. Yo no soy así. No me meto con nadie si no se meten conmigo. No me meto con nadie. Ni si se meten conmigo. Soy un cobarde. Soy un soldado de futuras batallas.

domingo, abril 15, 2007

Apuntes sobre el tránsito a las drogas duras

Por Playmobil Hipotético

Estoy esperando que se baje el capítulo 13 de la tercera temporada de Lost. También que empiece la pelea de Manny Pacquiao, un filipino con cara de niño malo y peleador (una especie de Nelson pero más chiquito).





Mariela de Gran Hermano me parece hermosa; no así el compañero de Peluffo, uno que le dicen Tartu: es pelado pero le crece al pelo al costado, provocando ese perfil tan de contador lameculos.su estrategia de comentario televisivo consiste en poner cara de sorpresa, aplaudir como una teenager lo que dice cualquier otro panelista y hacerme acordar a un gordo quinceañeros aplaudiendo al espíritu de grupo sólo para sentirse parte de algo alguna vez; algo así como aquel al que sus amigos le piden que se ponga en bolas en el medio de una ruta y lo hace.


La cocaína es una droga un poco complicada, me parece. Ayer un amigo me decía: no te hiciste adicto demasiado rápido? Es verdad. No sólo demasiado rápido sino demasiadamente abstracto. Una sóla vez y fue suficiente para que tomar sea una buena opción.


Un amigo cool y su novia cool dicen que van a ver Turf; lo único que pienso viendo al de Supergrass cantar es que fea copia es el rock argentino.


Parece que, por suerte, la del otro día no era muy buena. Eso me hace creer que quizás el despertar sea mejor. Ese mismo amigo me dijo que la merca nunca deja de decepcionarte.

miércoles, marzo 21, 2007

Emancipación femenina

La integrante femenina de Afiebrados, Luciana, en uso plenipotenciario del teclado de su computadora, acaba de abrir un nuevo blog: La muerte del ratón. Pasen y vean…

martes, marzo 13, 2007

Ser padres hoy (6ta parte)


Por Matías Pailos


No dije nada porque nada entendía. Desconfiaba. Pero un hombre no puede mostrar esos recelos. No frente a una mujer. Hice un gesto rápido y breve con la cabeza. Evité sonreír. También procuré no mostrarme hosco y indiferente. Me es muy difícil transitar por superficies resbaladizas y movientes. Me dijo

-¿Ves? ¿Sabés lo que es?
-… Marihuana, ¿no?

Sonrió. Me sonrió.

-Quiero que fumemos.
-Mirá… si querés fumar… hacelo. No hay problema. Pero yo no…
-Pero si vos fumás.
-No eso.
-Es más sano que el tabaco.

No quería tener esa discusión. Menos en ese momento. En el momento en que me mira algo decepcionada, algo extrañada. Con una pizca de desprecio.
Las hijas de puta saben qué botones tocar.

-Tá bien.

En el acto, volvió a sonreír.

La dejé armando un torpe y regordete cigarro, ancho en el centro. No sabía que fumaba. Evidentemente, fumaba. No demoró nada en fumar. Evidentemente. Otra generación. Sabía que era más jóven, pero no que éramos de dos mundos distintos. Ella, seguro, calificaba de ‘puritanas’ y ‘chupacirios’ a las minas de mi edad. Tenía razón. Quizás ella misma lo fuera para una pendeja de treinta. Y mientras digo esto me pregunto si alguna vez podré ahorrarme los lugares comunes del pensamiento. No, quizás ya no.
Lo prendió.
Es probable que ya esté condenado. El rearmado, la reprogramación que mi mente exigiría para ello es, muy factiblemente, superior al alcance de mis facultades anímicas. Aunque tuviera la fuerza (y no la tengo), carezco de un elemento aún más importante: las ganas. ¿Por qué últimamente se me dio por leer textos filo religiosos? En ‘La agonía del cristianismo’ (en otro tiempo, y estoy hablando de cinco semanas atrás, ni lo habría notado. Quizás hubiera acompañado su visión con un gesto de asco, ni siquiera hubiera huido espantado. La semana anterior, sin embargo, al reparar en él en un estante medio escondido de la Biblioteca de Alsina, recordé que Fede hablaba mucho de Unamuno. Claro, de esto mucho tiempo ha. Todavía era adolescente. ¿No lo es, todavía?) ¿Qué decía, con respecto a las ganas? ¿Qué basta con tener ganas de creer para creer, o que no basta con las ganas?
Fumó.
Me lo pasó.
Fumé.
Estuvimos fumando un rato largo. Creo que un rato largo. En algún momento saqué a relucir mis cavilaciones en torno a la fe, las ganas, que si era un asunto viril o no.

-¿Qué cosa?
-La fe.
-¿La fe en Dios?
-No… sí… ponele. Ponele que la fe en Dios. Pero en general, digo.
-¿Y sobre qué otro asunto se puede tener fe?
-Y… en uno mismo. En los demás. Se puede creer en una persona. Se puede tener fe en uno mismo.
-Eso es tener confianza, en uno mismo o en los demás. La fe es otra cosa.
-¿Otra cosa?
-Fe es entrega absoluta. Como en el amor.
-Mmhh… entonces no sé si puedo tener fe.
-Yo sé que sí podés.
-Vos tenés confianza en que yo puedo.
-No: yo tengo fe en que vos podés.

Me tocó la cara. ¿De qué estábamos hablando?

-¿De qué estábamos hablando?
-… ¿Qué?
-… no sé. Qué linda que sos.
-¿Sí? ¿Te parezco linda?
-Me parecés hermosa.
-Estoy hablando como Federico.
-¿Cómo quién?
-Como mi hijo.
-Ah, no. Yo te quiero a vos, no a tu hijo.
-¿Sí?
-Sí.

Mi boca estaba en su seno derecho. Había quitado su blusa y removido su corpiño. Ella había quitado mi camisa.

-Estoy actuando como Federico. Podría ser Federico.
-Podrías ser tu hijo.
Había quitado sus botas, sus medias, su falda. Había quitado su bombacha. Yacía totalmente desnuda, exuberante, desguarecida en la cama, lista para ser abordada con violencia. Lista para ser violada.

-Si fuera Federico, en este momento sería Federico quien te estaría metiendo esto adentro.

Laura no era una mojigata. Nunca, en toda nuestra relación, podría afirmar que no disfrutó de uno de nuestros encuentros. Nunca, hasta eso momento, la escuché gemir como esa vez.
Había intensidad, había liberación, había estremeciendo en su grito. Había verdad.

-Si yo fuera Federico sería él quién te estaría cogiendo. Sería un pendejo de 30, con toda la fuerza, con todo el ímpetu, el que te calaría hasta lo más hondo, el que te la metería sin piedad. Así, así como te la estoy metiendo ahora, mi pija jóven, mi pija indiscreta, puta, así. Así, trolita, así, cagadora, putita infiel, así me estás metiendo los cuernos con mi hijo, hija de puta, tomá. Tomá, guacha, cogiéndote a mi hijo, yegua, trola, recagadora. Putita infiel, tomá tomá tomá, cómo te gusta culearte a mi hijo, cómo te gusta que te ponga en cuatro, así, y te la inserte hasta el fondo, yeguita, putita, tomá, puta, ¡tomá, tomá, tomá!

Jadeé, y no pude más. Ella hundió sus uñas en mi piel, y tampoco pudo más. Me fui, me extinguí y perdí la conciencia. Al recuperarla, segundos u horas más tarde, Laura todavía temblaba.
Hubo otros escarceos. Insólitamente, la pija se me paró de nuevo. Laura me chupó la pija cómo nadie más lo hizo. (Las putas no cuentan.) Volví a traer a la cama a Federico, la obligué a que se tocara, la hice tragar esa pija jóven y dura que no era la mía e hice que se tragara toda la lechita. Obediente y golosa, se limpió los restos con la lengua.
No puedo decir que no me sintiera muy extraño al día siguiente. La miré, y la miré raro. Ella lo vio. Agachó la cabeza. Pero sonreía. Me abrazó.
Cedí.
La besé, e intenté hacerlo tiernamente. Pude. Quise. La amaba. La amé hasta que se fue.
Al cerrar la puerta y quedarme solo, fui arrebatado. Un ataque de celos. Unos celos que no podían cuajar, que se negaban siquiera a ser dichos. ¿Por qué? Es evidente por qué.
¿Lo es?
Cogimos otras veces.

lunes, marzo 05, 2007

Intercambio epistolar de un matrimonio proletario (iv)


Por Playmobil Hipotético


Monte Quemado, 4 de enero de 1985


Edith:

Esther era la puta que visitaba cada vez que tu mamá se instalaba durante dos meses en el living de casa y no me dejaban ni siquiera dar vuelta el diario por que les molestaba el ruido. Una vez, vos te habías ido a hacer la manicura o a teñirte el pelo – total, nunca te miraba demasiado – y llegó la viuda eterna, cargada de bolsas marrones de modistas de Mataderos, y con su tapado verde oscuro. Empezó a tocar el timbre y yo no atendí. Los Teraksy la dejaron pasar al pasillo de la casa y como si no hubiera entendido que si se toca el timbre y nadie atiende es que no hay nadie, siguió durante cuarenta minutos apretando el timbre.

Había algo raro en esa casa, en ese living; siempre pensé que era el tufo que dejabas, el olor de tu bombacha sudada en el plástico de las banquetas. Y siempre pensé que eso no sólo me deprimía sino que era como un anestésico. Tu concha anestesiaba. En vez de empezar a cagarme de risa porque la vieja pelotuda estaba afuera, con ese sobretodo tan viuda de Onganía, empecé a tener miedo. Me imaginaba que la vieja encontraba la llave que dejábamos en la maceta de afuera o que llamaba a la policía y les decía que adentro había terroristas y entraban con tanquetas. Mientras los perros me mordían los talones para que no escapara por las escaleras, tu vieja se ponía a tomar mate en la mesa y se reía con el comisario. Fue tanto el miedo que me cagué. Y me cagué de verdad, no de metáfora. Y mientras trataba de no hacer ruido al bajarme los pantalones en el baño, sentí tal olor a mierda que supe que lo único más fuerte que tu menopausia anestésica era mi mierda miedosa.

Se murió la vieja. Es una pena. Ojalá la hubieras tenido que cuidar por toda tu vida. Decís que ahora ya nada te retiene en Buenos Aires, que ahora estás preparada para venirme a buscar. ¿Cómo hacés para entender tan poco de todo?¿Cómo hacés para que todas las palabras que rozan tu cerebro nunca, nunca jamás tengan influencia sobre una acción tuya? No sé. Nunca lo voy a poder entender; es como una energía, me dijo la bruja esa de mierda que estuve visitando, en valor negativo. Todo lo que te toca, todo lo que te roza, esa energía se encarga de alejarlo de vos.

Quizás hasta me asuste que todo esto que estoy haciendo, que lo empecé a hacer por el más puro resentimiento, ahora se haya convertido en otra muestra de tu influencia. ¿Qué yo te confiese mi odio es lo que te hace estar más cerca de mí? Reniego de todo. Me arrepiento de todo. No quiero odiarte porque eso te hace bien, te da existencia. Quiero verte muerta. Quiero nunca haberte conocido. Quiero que no me hubieras cagado la vida. Quiero que llegues acá y tengamos un duelo criollo. Te voy a clavar un cuchillo, no, mejor una punta oxidada de la cama que tengo en la pensión en toda esa carne que rodea tu nada. Y después de hacerlo, me voy a matar yo. Para que no existas más.

Walter.

jueves, febrero 22, 2007

Papá

Por Luciana

Escribo con la libertad que me otorga saber que papá no va a leer. No es la primera vez que me dedico a esto, papá tiene en su haber todas las cartas, relatos y hasta poemas que la poca represión de mi infancia pudo darle.
Es cierto que nunca fui del todo sincera, no porque no lo quiera, no me refiero a la falta de franqueza en esa clase de expresiones, sólo que el afecto no se desenvuelve naturalmente.
Me acuerdo ahora de cuando papá y yo salíamos. Exigía que le diera la mano fuerte, por eso, cuando estaba enojada con él, solía dejarla floja y con los dedos colgando sin sostener su mano firme como él sostenía la mía. Odiaba que no le diera la mano “bien”, se quejaba de eso.
A decir verdad, tengo buenos recuerdos de papá, pero la mayor parte de ellos remiten a la infancia y porque a papá le gustan los chicos también pienso en su propia infancia, una fascinación de banderines, historietas y libros de medicina; una infancia adorando bananas y odiando pollos (no fue una buena idea dejarlo ver cómo mi bisabuela degollaba a uno).
No sé si de chico fue feliz, es algo que nunca le pregunté, imagino que no me contestaría con la gravedad que tal pregunta merece y esas cosas me molestan de él.
Yo no fui feliz de chica pero tuve un buen padre, jugábamos juntos, me llevaba a patinar a las calles poco transitadas de Florida, dejábamos entrar al perro cuando mamá no estaba y me decía que para dormirme piense en que nos tomábamos un helado gigante entre los dos.
Yo también tengo algunas cartas de él, de cumpleaños o de navidad. Lo que no conservo (y lamento) son los dibujos que hacía. ¿Los tendrá él en algún lugar?. A papá le encantaba dibujar cerditos sonrientes, con el hocico y los ojos enormes. Si la fascinación de papá habían sido los banderines, la mía eran las caras redondas de los cerditos.
Y así fue que ya nos queríamos. Es extraño que sienta que pasábamos tiempo juntos porque ese tiempo era escaso. Tengo más presentes las escenas con papá que las escenas con mamá, con la que sí al principio pasaba muchas más horas. Hasta los seis, que se separaron, mamá no trabajaba y se dedicaba exclusivamente a mí.
A medida que fui creciendo, fui perdiendo la espontaneidad y creo que papá, de alguna manera, también. Yo sentía que ya no tenía la capacidad de dejar entrar a ningún perro a escondidas. Sentía que ya no podíamos planear hacer lo que nos diera la gana siempre y cuando no hiciéramos mal a nadie.
Pero yo no estaba dispuesta a aceptarlo. Tuvo que ayudarme a pintar con distintos colores las provincias de los mapas de Argentina, tuvo que explicarme matemáticas y tuvo que hacerme practicar ejercicios. En esos momentos, el niño de papá volvía a jugar: en una hoja borrador ponía el título de prueva, sí, con ve corta y con letra trémula emulando mis nervios frente a los exámenes, para que yo me riera y le dijera que prueba iba con be larga. Si papá y yo hubiésemos sido chicos al mismo tiempo, hubiéramos sido excelentes amigos.
En la adolescencia tuve algunos encuentros con papá. Si había lágrimas, podía entonces quedarme para siempre con sus pañuelos de tela celeste a rayas. La mujer de papá una vez le preguntó si él no me pagaría un pasaje a Nueva York para que yo fuera a buscar a la persona que más amaba y papá dijo que sí. No fui porque nunca fui tan valiente como su mujer. No tiene importancia. Él me hubiese dado la oportunidad y eso bastó para varias cosas. En principio, para que pelee por lo que quiero.
El ingreso al mundo adulto para mí nunca fue algo maravilloso. Alcanzaba con que me dejaran llegar por la mañana siguiente a casa. Hube de coleccionar algunos pañuelos más y papá me tuvo paciencia pero su terquedad sirvió para que no abandonara la empresa de presionar para que trabajara además de estudiar. Es algo que hoy le agradezco.
Papá es despistado pero un tipo íntegro e imagino que cuando tenga nietos va a traer de regreso al papá del perro adentro de la casa y yo probablemente pueda rescatar de alguna tarde de crayones, un cerdito sonriente con ojos celestes desmesuradamente abiertos.

viernes, febrero 16, 2007

Ser padre hoy (5ta. parte)

Es notable cómo uno se miente. Fueron escasos los minutos que tardé en comprender que, no, no había desactivado de una vez y para siempre el darle vueltas a la ideas. Darle vueltas, dije. Nada más falso. Era la idea que me acosaba, que me insistía, que me daba vueltas, que se multiplicaba y me acosaban, y me insistían, y me daban vueltas. En cualquier momento iban a empezar a cagarme a trompadas.
Llegué al encuentro con Laura con dudas. Como la acción pone en retirada las neurosis, ya que no el pensamiento, que suele incrementarse, las vacilaciones se limitaron a cumplir funciones de coro griego. Muchísimo, dirán. Sí. Mucho menos, sin embargo, que no dejarme en paz.
Al momento de coger comencé con las porquerías de rigor. Me sentía bien. Me asombraba. El comienzo fue trabado. No estaba suelto. Me podía mover, ojo. Pero no estaba del todo en el asunto, con la mente acompañando el movimiento, con la mente jugando con el cuerpo, con mi mente y su mente y mi cuerpo y su cuerpo en el mismo lugar, para lo mismo, haciendo lo mismo. Juntos. No.
Yo no estaba del todo en sintonía. Pero casi. Sentía que casi casi, pero no, y se me escapaba. Seguía cogiendo. Cuando dije la primera porquería me soné falso. Ella no reaccionó. Pensé en bajarme. En dejar que siguiéramos hasta que todo terminara. Hasta la próxima oportunidad. No sé quién eligió por mí seguir. Le dije otra basura de rigor. Apenas un gemido. Repetí. El gemido fue más sólido. Le dije: puta. Al rato acabó, y yo con ella.
Me sentía como si no me sintiera, y estaba muy bien. Muy muy bien. Porque me sentía bien, seguro. Era, no obstante, como si no me sintiera. Intenté un segundo arresto, pero esos días ya se fueron para no volver. Estuvo divertido. Intentamos un 69. No podría afirmar que ella estuviera excitándose. Más bien era como una satisfacción ligeramente potenciada. Logré una erección. No así mantenerla. Repito, estuvo muy bien.
Los días posteriores pensé mucho en sexo. Poco, sin embargo, en la táctica Federico de contar historias, de fabular. Reparar en ella era en general pensar en una práctica impensada de un pueblo exótico. Llegada la fecha del nuevo encuentro, las cosas fueron diferentes.
Todo me remitía a sexo con Laura. Por partida doble: a sexo, y a sexo con Laura. No podía discriminar bien entre ambas. Comencé a pensar que, como un pelotudo, me estaba enamorando. Temí y deseé ya estarlo.
Un pelotudo enamorado, pero con suerte, y que coje. Y que, ¡Dios!, estaba de novio. Rarísimo. Me sentía comenzando a ennoviar, y deseaba y no temía volverme un novio de 60 años. Con toda la intención de boicotear un estado de cosas que me favorecía, que me hacía feliz, se hizo presente el fantasma narrativo. Me instigaba a abandonar mi presente de plenitud, a dar un salto, a seguir y seguir. Contar historias, me decía, no es una opción. No, porque ella lo quiere. No, porque vos lo querés. No, porque el sexo va a ser mucho pero mucho mejor. No, porque si no lo hacés, todo va a ser peor. No hay eterno presente. Vos sabés, nada permanece en su lugar. Permanecer es envejecer. A la larga, es morir. ¿Querés que lo que tienen muera?
Claro que no quería. Claro que el cúmulo de verdades evidentes se me venía encima, y volvían a acosarme. Sin embargo, todavía seguía, de cierta manera, sin sentirlo.
Entonces fue el cine. A instancias de Federico, fui a ver una película yanqui, muy corta, sobre una pareja que retomaba, diez años después (todavía eran jóvenes. Tendrían 30 años cada uno), un breve romance interrumpido. Era muy buena. No me pareció excelente, pero era muy buena, sí. Pero no hablaba sobre mí: hablaba sobre mi hijo. No importó. No era la película. Éramos Laura y yo, viendo una película.
Luego fue la cena, que tampoco fue una cena, sino otro modo de ser de Laura y de mí.
Conduje a casa, dejándome nuevamente acariciar el pelo. Hablamos poco. En alguno de nuestros cafés compartidos, desde mi separación para acá, Fede me había dicho, glosando no recuerdo a quién, que lo que uno quiere con respecto a la pareja es estar en silencio, pero estar bien en silencio. Asentí inmediatamente. Uno no quiere hablar. Uno no quiere el silencio incómodo. Lo que uno quiere es lo otro de eso. Pero lo quiere con ella. Fede escuchó lo que tenía para decir. Sonrió. Permaneció sonriendo desde mi primera aprobación.

-Yo no creo eso.

Eso dijo el hijo de puta. Echa luz sobre mi vida y después me dice que no está de acuerdo. Alguien más sensato… alguien más intuitivo, más bien. Alguien con más calle, más pillo que yo hubiera presentido algo. Al menos se hubiera puesto en guardia.

-Yo soy feliz hablando. Siempre.
-Siempre de vos.
-Yo soy lo que hablo. Y más. Pero todo lo que hablo soy.

El modo epigramático de hablar. Tan suyo, tan infantil. Bueno, Fede. Ahora era yo el que sonreía.
Pero solo que no lo hacía. Hubiera querido hacerlo. No lo hice. Me desconcertó. Siempre, en algún punto de la charla, me desconcertaba. Creía (siempre lo hice) entenderlo, en muchos aspectos, en lo sustancial. Veía, entonces, que me engañaba. ¿Por qué hablaba así? ¿Qué quería decir? ¿Quería decir algo, quería solo hacerse el astuto, el ingenioso, el culto? ¿Por qué quería eso? En general ni siquiera me preguntaba eso. Solo habitaba un desconcierto, una extrañeza incómoda. Algo vagamente desagradable. Súbitamente desagradable. ¿Cómo, no estaba hablando con mi hijo de un asunto importante? ¿Quién es este tipo, quién es este extraño? Más que nada: ¿dónde dejó a Federico?
No quiero hablar más de Federico.
Quiero contarles que estábamos en silencio, en el auto. Quiero contarles que ella me acariciaba el pelo, y que yo la miraba y le sonreía. Quiero decirles que transitábamos por todos los lugares comunes de una pareja mayor de enamorados, y lo hacíamos a sabiendas, felices, satisfechos. Llegamos a casa.
Ella subió adelante, y pude ver sus muslos y su firme culo, enfundado en la falda negra ajustada. Cerré la puerta y nos besamos. Puse mis manos dónde quería, en ese culo relleno y duro, en ese culo maduro y todavía jóven. Estaba al palo. Como hacía mucho no estaba. Ella se separó de mí y fue a la pieza. Caminaba de modo deliberadamente insinuante, de la manera en que la televisión y el cine nos enseñaron a calentarnos. Desde el marco de la puerta, me sonrió ligeramente, rimando con los gestos previos, y con el dedo, en la misma tónica, me dijo vení.
Dentro de la pieza nada fue como esperaba.
¿Cómo decirles? Ya cosa ocurrió así:
Al llegar me dio un beso. Corto. Un pico. Me dijo

-Sentate.

Y me senté. Me dijo:

-No te asustes. Quiero hacer algo. No sé si lo vas a aprobar, pero quiero hacerlo con vos. Porque siento algo muy fuerte por vos. ¿Entendés?

viernes, febrero 09, 2007

Virginia

Por Luciana
Virginia iba con el nombre arañado; con el maquillaje corrido como si hubiese sido su cara la que se cambió de sitio abrazándose toda a su oreja derecha; iba con los zapatos puestos dolorosamente, sus zapatos destruidos en una sola noche por un baile perverso que ella no quiso bailar.

Iba mirando el efecto rosado y diluido que tomaba la sangre a través del nylon de sus medias claras; las manos con dos o tres uñas rotas; iba con el reloj sin el cristal sobre las agujas. Detenidas.

Virginia caminaba y la noche era un corso de monstruos que le hacía burla, que tenían lenguas demasiado anchas. Sintió asco por la sensación del brilloso frío que le rodeaba aún el cuello.

En la esquina vomitó. Cerró los ojos con fuerza para no pensar en las manos lechosas, obscenas, peludas. Su corazón era una llaga en medio del tajo del escote.

Un hilo de elástico le rozaba la cadera. Virginia sin ropa interior pensó en dos manchas negras de encaje sobre las baldosas de la vereda.

Llegó a su casa. Se asomó al dormitorio de sus padres. Ambos dormían con placidez. Se sintió ajena para siempre a ese sentimiento. Mientras los miraba, escuchaba la respiración pausada del sueño, parada como un ángel muerto en el marco de la puerta.

jueves, febrero 08, 2007

Amo a Laura

El gobierno provisorio de Afiebrados adhiere de todo corazón a esta campaña. Ante cualquier duda remitirse a www.nomiresmtv.com. Desde ya, muchas gracias.





UPDATE: Según diversas fuentes que estimamos de confianza, el video clip "Amo a Laura" y su sitio web asociado forman parte de una campaña publicitaria de la MTV española. Su parodia, en cambio, tiene un origen más dudoso. Algunos informantes atribuyen la responsabilidad de la misma a jóvenes escépticos vinculados al Opus Dei.

miércoles, febrero 07, 2007

Breakpoint (1)


Por Zedi Cioso

Es una mañana soleada y apacible. El brillo del astro rey reverbera en las veredas por donde la gente pasa caminando tranquila, contagiada tal vez por la displicencia que flota en el aire y distribuye generosamente el domingo de primavera. Todo eso, en Paris, porque acá, en Buenos Aires, hemos amanecido con un cielo plomizo que, como si hubiese aguardado paciente toda la noche a que despertáramos, ha descargado una breve y portentosa tormenta condimentada por vientos que en el trópico llamarían brisas pero acá designamos con el pomposo título de huracanados y que aún con su soplido famélico alcanzan a derribar las ramas y hasta los troncos podridos y enfermos de los árboles que decoran nuestras calles. A nadie importa, excepto a mí, que la rama de uno de esos árboles, negra y tenebrosa como una boa constrictora petrificada, haya caído sobre el baúl de mi auto. El flash informativo de la radio anunciaba, cuando la prendí al despertar, que “no se sufrieron inundaciones. Cayeron algunos árboles, producto de los fuertes vientos, pero no hubo que lamentar daños de gravedad” Claro, ¿Quién va a lamentar la destrucción parcial de una derruida pieza de la decadente industria metalmecánica rumana sino su desgraciado dueño? En el recorte de realidad que extraen, procesan, empaquetan y distribuyen los medios no hay lugar para este ínfimo suceso y su incidencia tiende a cero. Algo similar experimenté la noche que fui a un recital de Los Redondos y un policía de la montada sin decir agua va me encajó un palazo en la cabeza que me deparó quince puntos de sutura. Los programas al otro día sólo hablaban de “una fiesta del rock” a la que no llegaron a empañar unos “incidentes aislados”. Ya hubiera querido yo darle unos “incidentes aislados” en la cabeza a los que redactaron esas crónicas, las que habrían mutado de inmediato en una “brutal e inconcebible agresión a la prensa”. Por ese entonces estudiaba Comunicación Social. hora ya estoy graduado y soy periodista. Un periodista en la puerta de su casa que mira con ojos azorados y brazos cruzados la destrucción parcial del baúl de su Dacia modelo 93’ por obra y gracia de la furia desencadenada de los elementos. Y ahora, pienso en el seguro, ¿A quién reportar la cuenta? La cuenta. La nueva cuenta en el rosario de mis desdichas. Pero soy periodista y tengo trabajo por delante, así que dejo atrás mi auto medio aplastado por la rama negra y podrida y me dispongo a caminar las escasas cuatro cuadras que me separan del bar de Cid Campeador, en el centro geográfico de la ciudad, donde he montado mi sala de prensa. Repito, soy periodista. ¿Escuchaste Marcia? ¿Marcia? ¿Podés oirme? ¿Podés verme? Donde quiera que estés, soy periodista. Dejé la pileta. Y dejé, sobre todo, el vicio de la literatura, bueno ¿y que esto que esto es? Okay, hay vicios que nunca pueden abandonarse del todo, pero lo importante es que ya no transcurro las horas leyendo con sumo placer delante de una pileta vacía, templada en invierno y fresca en verano, con las mañanas libres para escribir todo lo que se me antoje. Lo admito, Marcia, tenías razón cuando me señalabas la quimera que representaba ser un guardavidas escritor. Es cierto, vos no utilizabas la palabra quimera. Capricho, despropósito, imbecilidad, tal vez, pero la figura mitológica se ajusta muy bien a esa fusión imposible: mitad bañero, con short y ojotas, mitad autor, con anteojos, pluma y pose reconcentrada. Ahora sí: abandoné la pileta y desistí de la literatura y trabajo diez horas por día en la sección contenidos de un portal de Internet. Ahora sí que puedo ser escritor: un auténtico periodista escritor. Aunque debo admitirlo, la extenuante jornada laboral agota mis energías mentales y gano la mitad del sueldo pero, como vos decías Marcia, ¿Hola? ¿Marcia? ¿Podés escucharme? ¡Tenías razón! Por algo había que empezar. Y ahora estoy a cargo de la sección deportes. Es una verdadera lástima que no participe en información general para poder informar acerca de “los graves daños que el temporal de hoy ha causado a cierto automóvil de ascendencia rumana” pero, en fin, no puedo quejarme. Los domingos, a falta de otros acontecimientos, deportes es la vedette del portal y sobre todo hoy, en este día de gloria para el deporte argentino porque, aunque nadie pueda creerlo, Marcos Sandiz llegó a la final de Roland Garros.
NOTA ACLARATORIA DEL GOBIERNO PROVISORIO
(El Lic. Cioso sufrió un grave accidente que lo tiene inmovilizado por el momento; mientras oramos a la Virgen Desatanudos de las Fiebres Puerperales de Ignaz Semmelweiz por su pronta mejoría, comenzamos la publicación de su hasta ahora inconclusa y potencialmente póstuma novela o cuento (no lo tenía - perdón -, no lo tiene decidido aún). Asimismo, pedimos disculpas al distinguido auditorio por su faltón al Congreso Afiebrados Exnovias.
Se aceptan donaciones de velas para el Santuario en Construcción en la Oficina de Redacción del Gobierno Provisorio.
Actitud Afiebrados 2007 +

miércoles, enero 31, 2007

Congreso Exnovias: Del primero al último

La chica que hipostasia todo - ahora lo hace en su propio blog - excava en sus exnovios, como parte del II Congreso (a esta altura, casi eterno) Afiebrado.

Siguiendo la lista de expositores de los queridos colegas afiebrados, me tomo el atrevimiento de incorporar mi ponencia, nutrida de varias investigaciones de campo, acerca del fenómeno ex. Yo tengo muchos ex, y digo tengo porque todos son parte del presente (excepto el último). Este hecho, que parece ser anormal o imposible, se debe a un factor tan simple como insoportable y laburable: la perseverancia.
Mantener en el presente esa lista de nombres que han sido parte del pasado supone construir nuevas configuraciones de lo que debe ser o, al menos, de cómo debe ser entendida una relación. No se puede hablar de amigos, no podemos hablar de novios, no podemos hablar de touch and go (Moria ha anexado interesantes categorizaciones a nuestras vidas), sólo podemos hablar de ex, categoría que se vuelve necesaria para poder hablar de esa otredad que, en algún momento, ha sido parte de nuestra mismidad. Recuerdo mi primer beso en el jardín de la casa del vecino. Sebastián se llamaba. A Mayra también le gustaba Sebastián pero me tocó ganar la batalla por el chico. Yo tenía nueve años y una nula idea de lo que significaba un beso de lengua. El chico era más grande y, además, jugábamos a ser grandes. Cartas fueron y vinieron y, luego, la vida nos separó con el secundario. Pero ese ¿querés salir conmigo? se lleva grabado con mucha ternura y permanece como un recuerdo dulce. Tián, a quien yo le había hecho, a mis tiernos nueve años, un corazón horrible con crayones rojos que jamás le di (y que aún conservo), es hoy un vecino querido que pasea su perro por mi cuadra y con quien nos reimos de nuestra infancia y de ese día en el arbusto enorme de la esquina donde, con su bicicleta y su cara sonrojada, se animó a hablarme.

(completo acá)

martes, enero 30, 2007

Ser padre hoy (4ta. parte)

Por Matías Pailos

Hasta que un día me fue revelado. Un viernes. Volvíamos de una milonga. Ella baila muy bien. Yo, ¿a qué negarlo?, me las rebusco. Prefiero el tango de salón, el baile clásico. Hoy día está muy de moda eso de revolear las piernas a los cuatro vientos y olvidarse de abrazar a la dama. Mariconadas. Perdonen, pero mariconadas. Bueno, me fui de tema. Volvíamos de este piringundín medio caretón, en el que a pesar de haber mucho pendejo, primaba el baile clásico. Precisamente por haber mucho pendejo, permítanme aclarar. No hay forma de revolear las piernas en un salón atestado de gente sin sacarle la cabeza a uno. Así que, a las patadas, todos bailaban como se debe. Habíamos cenado, habíamos bailado. Ahora, a coger.
Durante el trayecto, mientras yo manejaba, ella me acariciaba la cabeza. Eso me relajó. Además, me la puso tiesa.
Bajamos del auto. Ella subió y abrió la puerta. Yo me acerqué lentamente. Mi mirada en la suya. Sus ojos en mi boca. En mi pecho. En mi bulto. Le acaricié los hombros. Bajé por sus brazos. Dimos vueltas. No sabía dónde tenía mis manos, salvo que estaban recorriéndola. En el comedor le saqué la blusa. En la cocina me sacó la camisa. La detuve cuando pretendía tirarse en la cama. Removí su sostén. La senté. Retiré sus bragas y dejé que la saliva abandonara mi boca y recorriera la piel reseca de sus senos, panza y vientre, hasta perderse en bajo su vello púbico. Siguiendo su derrotero, yo también me perdí. La lengua se ocupó de atrapar migajas de mucosa liquifecta, que era sorbida por mi ávida garganta. Los gemidos se prolongaron. Se hicieron más intensos. Sus muslos lo oyeron, y comenzaron a trepidar a su ritmo. Más tarde, mis pocos pelos se tensaron en las manos de una mujer que reclamaba, enérgicamente, una pija adentro. Me paré. La miré. Le dije: mirá la pija, le dije: mirá mi pija, le dije: la vas a sentir adentro, le dije: tomá, le dije: tomá, le dije: tomá, yeguita, le dije: qué yegua que sos, le dije: cómo te gusta que te la metan hasta el fondo, y acabó.
Sus piernas se cerraron reteniéndome, apresándome, como haciendo patente, como destacando y señalando y resaltando lo que acababa de pasar y quién era el culpable. De repente, un alarido. Laura reía inconteniblemente.
Esa fue la primera vez que hablé. En mi vida. No la última.
La vez siguiente no dije nada. Cuando fuimos a la cama de nuevo ella dejó caer sobre mi oído un ‘hoy decime porquerías’. Se me puso dura.
No sé qué pasó por mi cabeza. Cuando me reuní de nuevo con Fede, en la estación de servicio de Libertador y Melo (por fin se había mudado solo. No había, sin embargo, mudado de barrio), debatiéndome todavía si hacerlo o no, él dijo:

-¿Qué tal las cosas con Laura?

Y le conté todo.
Evidentemente quería decírselo.

-Pero no es la primera vez que le decís cosas a una mina… ¿o sí?

Le dije la verdad.
Sonrió.
Hubiera preferido que se cagara de risa. Hubiera sido menos humillante, e infinitamente menos condescendiente.

-Y, escuchame, ¿ya probaste contándole historias?

Se ve que reaccioné de modo extraño, como pidiendo explicación, como no comprendiendo de qué estaba hablando, porque pasó a detallar a qué se refería.

-¡No! Tenés que probar, no sabés cómo se calientan. Las vuelve locas. Pero locas, ¿eh?

Debo haber reiterado el gesto, porque el muy forro prosiguió en la misma tesitura.

-Probá. Variá. Empezá con ustedes dos en la misma situación. Contale lo que están haciendo. Después ves. Las historias se te van a ocurrir solas. El siguiente escalón pueden ser los lugares raros. La cosa no tiene límites, te garanto. Podés terminar contándole cómo la viola un burro, o cómo te cogés a tres minas. No importa. Vos probá. Ella te va a poner el límite solita. Además, no hay nada cómo imaginar situaciones de infidelidad. No importa quién sea el infiel.

Pregunté.

-No. No importa.

Es decir que…

-Sí. No importa. Nadie está siendo infiel. Es solo fantasía. Si le contás cómo se coge a Jessica Cirio, y acaba con eso, no es que es lesbiana. Ni siquiera implica que considere la posibilidad de cogerse a una mina. No implica nada. Pero nada, ¿eh? Es como hacerse la paja de a dos, pero mejor. Es como compartir una fantasía, solo que en lugar de sacudirte solo, se la metés como quieras. Es inofensivo, y de las cosas más estimulantes que probé.

¿Era mi hijo? Digo: ¿él y yo compartíamos código genético? Me era difícil imaginarlo. Recelé de él. No pude dejar de lamentar constatar un progreso de generación en generación.
Por el momento con decirle porquerías bastaba.

domingo, enero 28, 2007

La posibilidad de considerar a Bolaño como una ex novia

Por Dragón del Mar

Tengo algunas ex novias, dos o tres son importantes, pero hay una que es la principal. Primero la dejé yo, después me abandonó ella y al final, alternativamente, nos arrepentimos los dos, pero lo hicimos demasiado tarde. Esto nos produjo un resentimiento difícil de digerir, que de vez en cuando sale a flote en forma de reproches o demandas fuera de lugar.
Dicen los que la conocen que mi ex novia empezó a vivir después de nuestra separación. Cambió de peluquería, se compró otro par de tacos y desarrolló una cultura nocturna. Sus temas de conversación se ampliaron. Ya no se trataba solamente del estado del tiempo y las predicciones zodiacales. Ahora conocía de literatura, psicoanálisis y hasta se atrevía, en determinadas circunstancias, a hablar de sexo sin ponerse colorada o sonreír.
Si bien ya no sucede con la frecuencia ni la intensidad de antes, no podemos evitar volver a vernos de vez en cuando. Demasiados lazos nos vinculan aún. Suele invitarme a almorzar o a cenar para demostrarme lo mucho que mejoró su cocina desde que la abandoné. Mis elogios son escuetos, como si concederle algo, aunque sea un poco, significara concederle todo. Justo yo, que en pleno romance era un dechado de espontaneidad, ahora me volví político, astuto, sagaz. Elaboro teorías acerca de cómo y cuándo llamarla, qué movimientos hacer, cuándo demostrar algún cariño y cuándo no, con la cautela de quien camina sobre un campo sembrado de minas antipersonales. Me volví temeroso de sus llamados nocturnos que alguna vez arreciaron, sobre todo al comienzo de nuestra separación, y ahora se transformaron en un riesgo latente. No podría soportar ni una más de sus lágrimas. Ella lo sabe pero no se molesta en detener la extorsión.
Sé que procuró remplazarme por todos los medios, pero no pudo reeditar nuestro romance con ningún otro. La memoria del pasado despierta en ella la añoranza; por momentos yo no soy ajeno a esa nostalgia, aunque hace tiempo abandoné el intento de recuperar lo perdido. Ella, en cambio, se empecina. Cree saber cómo seducirme, pero ignora lo mucho que cambié en los últimos años. Otras mujeres me condujeron por caminos que mi ex novia no se atrevió a transitar conmigo. Otras me besaron, restaurando las heridas que ella me dejó. Conocí amores menos exigentes en los que me cobijé.
En su hora, mi ex novia fue un gran descubrimiento. Saber que ella estaba para mí me provocaba una profunda satisfacción. Si hoy en día puedo exhibir cierta virilidad en gestos o actitudes, se la debo a ella por entero. Sin embargo, no creo que la cuenta sea tan grande como para tener que seguir pagándola por el resto de mi vida. Yo también le di cosas: seguridad en sí misma, mis mejores años de ternura y frenesí, temas de conversación y un cierto status entre las otras mujeres de su edad. Pero ahora que el despecho nubla su visión, sólo me queda la huida para defenderme. No hay manera de contrarrestar a esta ex novia: es la más grande, efectiva y atroz. Sus múltiples y viscosos tentáculos amenazan con ir a buscarme allí donde nadie más se atreve. No importa adonde vaya, sé que ella me va a encontrar. Nos conocemos bien. Ejerció durante demasiado tiempo su influencia, la ex novia que me parió.

jueves, enero 25, 2007

El machismo feminista: introducción a la psiquis del exnovio eterno


Por Luciana

En segundo grado asistía yo a un detestable colegio religioso tooodo de mujeres. Los únicos sujetos masculinos que apenas se acercaban al establecimiento eran padres o los desaforados niños del colegio religioso tooodo de varones lindero. Recuerdo ahora que una pared de ladrillos separaba los patios descubiertos de ambas escuelas y que por un agujero en dicha pared ciertos niños satisfacían sus tendencias exhibicionistas.
Todo esto no tiene la más mínima importancia excepto por un detalle. A mediados de segundo grado, apareció un muchacho que parecía dispuesto a quedarse. Un pasante, recién recibido de maestro, aún con acné, rubio y totalmente inexperto. Como a todas alguna vez nos sucede, me enamoré del profesor o de este niño pasante que oficiaba de, junto a la maestra titular.
Puse en marcha mi plan de seducción. Iría con el pelo recogido, en el primer recreo me lo soltaría en la capilla, al finalizar el recreo, antes de entrar a clases, le pediría al maestro que me atara el pelo.
Ahora, lo que voy a decir es fuerte: No pudo. Este muchacho no sabía cómo se colocaba un simple elástico al pelo de una niña, o sabía que se le daba vueltas y que así quedaría perfectamente sujetado. Fue terrible, lo intentó pero no pudo. Así, con mi primer fracaso amoroso, vino mi primer cambio de escuela. Pasé a un colegio mixto donde podría enamorarme de mis pares. Así fue.
Tercer grado. La señorita Rita era encantadora. En ese clima ameno, apareció Pablo Toscazo. Pelirrojo, pecoso y de ojos verdes. Nada atentaba contra mi amor, ni su sobrepeso, ni su desinterés ni que sus ojos miraran a Leticia Presta que se daba el lujo de rechazarlo.
De todas maneras, estos rodeos no acaban por hablar del tema propuesto. En los dos casos anteriores no fui correspondida.
Ahora bien, en sexto grado entra a la escuela Alejandro (voy a dejar de colocar apellidos, todos cometemos siempre la estupidez de googlear nuestro nombre). Era realmente un niño bello y el azar permitió que lo tuviera de compañero de banco.
Las maestras nos sentaban así nena con varón, no en pos del amor sino para que conversáramos lo menos posible en clase. Aquella vez no lograron su objetivo. Alejandro y yo hablábamos bastante.
La historia comienza en un asalto en la casa de Hernán. Alejandro quiere decirme algo pero me explica, con dos hojitas de una planta del jardín que lo que me quiere decir en verdad es difícil porque “estas dos hojitas son muy distintas”. Al fin me pide que sea su novia y yo acepto feliz. Él no puede creerlo (y luego entendí por qué).
Transcurrió la noche en lo que para mí a los once años era noviazgo. Tomar coca cola del mismo vaso y que me agarrara de las presillas del jean para bailar lentos.
Para Alejandro el asunto pasaba por otro lado y por eso el tema de las hojitas y el no poder creer mi inocente aceptación. La ruptura fue en el colegio, el lunes siguiente a mi fiesta de cumpleaños donde me regaló el CD Joyride de Roxette cuando en casa aún no teníamos compactera. En el pupitre a las ocho de la mañana me dijo “corto con vos” y fue la primer puñalada real.
Luego transcurrieron años de soledad y, nuevamente, con el cambio de escuela, apareció el amor. Cuarto año. Manuel tenía el pelo largo hasta la cintura y era terriblemente bueno. Todos podíamos emborracharnos porque total, Manu cargaría a los pendejos beodos, uno por uno, a sus respectivos hogares. Manuel hacía ese tipo de cosas.
La cuestión comenzó así. En la clase de literatura nos proponen crear una historieta con un capítulo del libro de Steinbeck “Los hechos del Rey Arturo y sus nobles caballeros”, el capítulo era Balin y Balan. Entre trencitas que yo le hacía en el pelo a Manu fuimos haciendo la adaptación. El último día, en su casa, me besó.
Recibimos un ocho y la felicitación y confesión de la profesora de que si nos había designado para hacer el trabajo juntos por algo era.
Con Manuel fueron dos años de intensa felicidad y de terribles tormentos. A pesar de todo, los recordamos con cariño, aunque parezca increíble.
La historia que sigue a continuación me provoca una profunda vergüenza. Alejandro segundo. Un rubiecito bastante tonto que me convenció llevándome a tomar café a bares junto al río. A medida que él, con veinte cursaba quinto año de la escuela secundaria, yo, con diecinueve cursaba segundo año de la carrera de psicología.
Me empecé a encontrar los sábados secuestrada en un auto rojo que corría picadas y que escuchaba música a todo volumen. Yo me hundía en el asiento del acompañante rogando no cruzarme con las amistades.
Hoy no puedo entender cómo mantuve nueve meses una relación ficticia con la antítesis de mi ideal. La vuelta de su viaje de egresados a Cancún le puso fin al asunto y no hubo derrame de lágrimas.
A los veinte aparece Alejandro tercero de la mano de mi amiga Silvina, un burgués tipo, estudiante de administración de empresas pero al mismo tiempo músico. En ese caso, yo pude creerle cierta veta de sensibilidad.
Fue un año donde lo conflictivo no era nuestra relación sino la de mi amiga Silvina con un amigo de él.
No tengo demasiado que decir con respecto a este muchacho, la última vez que lo vi fue en el casamiento de mi amiga tocando el bajo. Nos saludamos brevemente. A él siempre le había gustado el papel de estrella y en el casamiento era el artista invitado.
La historia del ex novio que sigue a Alejandro tercero voy a omitirla.
Pero no quiero finalizar este post de una manera tan poco elegante. Entonces, si el Dragón me perdona, quisiera que me permita decir que espero que él nunca pertenezca a la categoría de ex novio porque deseo profundamente pasar el resto de mis días junto a él.

martes, enero 16, 2007

Influencia de la sitcom sobre la realidad sentimental

Por Playmobil Hipotético

No es la mejor serie del mundo sitcom así como tampoco Charlie Sheen es el mejor actor del mundo; sin embargo, tanto Two and a half men como Charlie Sheen me caen bárbaro. Es más fácil justificar lo de Sheen: una cara donde escasos músculos se mueven pero que sin embargo transmiten algo; una historia personal cargada de putas, alcohol, drogas y un padre con más prestigio que vos. Lo de Two and a half men sirve más que nada para empezar esto.

En esa serie, Charlie Harper, el personaje de Sheen, es un mujeriego incontrolable, un amante del sexo, que no supera la tercera o cuarta noche con la misma mujer, razón por la cual se termina convirtiendo en una especie de abandonador crónico, con todas las características que ello entraña: mentiroso, desalmado, experto en excusas, desapariciones, etc.

La cosa es que un día Charlie se está googleando y descubre que hay una página que se llama algo así como “odiamosacharlieharper.com”. Ahí, de más está decirlo, están todas las exnovias de Charlie que, convertidas en una especie de culto secreto, básicamente intercambian sus historias como dejadas y pergeñan futuras venganzas contra el.

No es el propósito de este expositor preguntarse lo obvio después de esta introducción; ¿qué postearían mis exnovias?. Por el contrario, de lo que quiero hablar es de la circularidad del amor, algo sobre lo cual vengo trabajando hace algunos días y que se va a convertir en mi primer novela sin publicar.

Una vez le pregunté a mi última exnovia de verdad, antes de ser exnovia pero en franco proceso de serlo, en qué período estaba. Hay dos períodos en la vida del ser humano: el de ser dejado y el de dejar. Ella lo entendió bastante bien y me contestó en el de ser dejada, yo en el de dejar, y la cosa se terminó confirmando de lo más empíricamente posible.

Hay un capítulo de Two and a Half Men que se llama “El amor no es ciego, es retardado”. La verdad es que no lo ví pero qué buen título, macho. El amor tiene la inteligencia de un mosquito y la memoria de Alzehimer. Porque claro, cada nueva relación es encarada con sabiduría, con el aprendizaje que dan los golpes, las cachetadas, los llantos en los bares, los abrazos de despedida, los recuerdos del último beso sin saber que era el último beso, los discos que vamos a escuchar llorando hasta que dejemos de escucharlos, la reflexión idiota de cuándo fue el preciso momento en donde todo se rompió indefectiblemente.

Y toda esa experiencia no sirve para nada a la hora de evitar la repetición del ciclo tedejo-medejás. ¿De qué sirve saber que estás en la etapa de ser dejado o en la de dejar? Arrastrados en el charco de las relaciones muertas, ambos terminan cayendo, a veces más lento a veces más rápido, en el fondo barroso; al final, cada uno se va convirtiendo en una figurita que era reemplazable, que venía dos veces en el mismo paquete, que estaba al servicio de ese ciclo natural. Al final, todos terminamos en la memoria de un tipo con Alzehimer que nos confunde con su padre, con su abuelo, con el verdulero de la esquina que lo quiere matar cambiandole las pastillas por la noche.

En el fondo – ahora vuelvo a la metodología teórica del Congreso, no me quite el micrófono, licenciado Cioso, déjeme que le redondeo toda la charla; aparte, mire, las disgresiones no son exclusividad del Lic. Pailos, aunque bueno, sí, deberían serlo – lo que estoy queriendo decir es que la categoría teórica exnovia o exnovio debería ser abandonada, descartada y, más wittgenstanianamente, amenazada con un atizador. La razón es que designa demasiadas cosas; es algo así como la de “humanidad”; designa todo.
Designando todo, se hace pretenciosamente ridícula y paradójicamente vacía; es como si un hombre viera todo rojo; ¿qué sentido tiene decir rojo si no lo puede comparar con un azul, con un bermellón? Ninguna, hombre, ninguna.

Se aceptan preguntas del público

- Hola, mi nombre es Waldo. ¿Usted cree que las sitcoms han puesto sobre el tapete la relación que usted establece?
- No, por el contrario; lo que ocurre es que estoy viendo mucha tele y no tengo mucho tema de conversación; así que si no hablo de sitcoms, como que estoy muerto. También le podría hablar del primer disco de Zambayonni, Fijáte si cojo mucho, pero me parece que no da.
- Hola, soy Sara Parker de Engineer Budge; si la categoría de exnovia es vacía y su novela va a hablar de exnovias… ¿cómo va a ser su novela?
- Como una lágrima en la oscuridad, Sara, así de inútil e invisible va a ser.

lunes, enero 15, 2007

El Pasado

Por Matías Pailos


Conozco quien dice solo tener amigas. Sin embargo, su actividad sexual es, por decir poco, regular. Otro, que no coje más ni menos que aquél, sostiene estar plagado de novias. Un tercero niega que las chicas con las que ocasionalmente comparte lecho pertenezcan a uno u otro agrupamiento. Esto, que amerita estudio sesudo de esta Alta Casa de Estudios, va a servir de poco más que como una excusa para adentrarnos en los sombríos terrenos que nos preceden, nos rodean, condicionan, y sirven de guía: las ex.
Hablaremos de las ex novias, y en lo antedicho puede que ya constituya una llave para acceder a otra sala, aún más interna, casi dentro de la cámara sepulcral del faraón y sus tesoros: la influencia de ellas en nosotros, su importancia y su por qué. Lo anterior sirve, si no más, para comprender lo arduo de la tarea de precisar el concepto de ‘ex novia’. Optaré por una vía blanda, por el sendero anchuroso: dejaré que dentro de él caigan relaciones duraderas, o afectivamente trascendentes. (La disyunción es inclusiva, por lo que basta con que la fémina en cuestión satisfaga una de las dos categorías para poder ser rotulada como ‘ex novia’.)
Decía, antes de perderme (heme aquí de nuevo), que quizás lo sustancial no esté en la parte de ‘novia’, sino en la de ‘ex’. Es decir, lo más significativo de ella en nosotros yace allá lejos y hace tiempo. No ahora. Aunque puede que todavía, claro, puede que aún merodee. Pero al pensar en ella, al mentarla, traemos a colación, se instancia solito y solo un inmenso cartel luminoso privado que clama “¡Ex!”. Ya no más. Para bien o para mal.
Esta es, entonces, otra dicotomía: ¿queremos que se haya adentrado en nuestro pasado, o la queremos aún en este ápice vertiginoso entre ‘ya no’ y ‘todavía no’ que somos nosotros, aquí y ahora? Si es lo segundo, estamos bajo su poder. Si es lo primero, es capital emotivo y vivencial disponible para futuras conquistas, relaciones, y rupturas.
¿Fuimos dejados, o dejamos? (Otro tema: ¿qué prefiere, lector?) Suele pensarse que, en general, la que nos deja graba a fuego su recuerdo; no así la otra.
Creo que hay razón en esto.
Y sin embargo…
Sé de quién no quería y dejó, y lloró en el intento. ¿Por qué lloró? ¿Cuánto de sentimiento había presente? ¿Cuánto de estar a la altura de las circunstancias, cuánto de cumplir con lo que su papel especificaba? Tampoco aquí me detendré. (Pero prometo volver.)
La ex deja marcas. No aludo con ello a cortes, heridas y suturas en el alma. Más bien me refería a objetos de mediano tamaño, que suelen poblar, a la intemperie o en fatigosos recovecos, nuestro cuarto. Las ex dicen presente bajo la modalidad de fotos y cartas (ambas escondidas, guardadas bajo siete llaves); pero también están las prendas que uno exhibe, como recordatorio, como constancia de una vida rica y diversa. Como modos de tenerlas todavía con nosotros. “¿Para qué, si tanto daño nos hicieron?”, oigo lamentarse a PH. Lo que recordamos en los cachivaches no es el daño, sino el amor, la felicidad, la diversión, los momentos de sosiego. El dolor, también. Más específicamente, cómo lo superamos.
Los pequeños trastos de mis ex son legión, pero solo hablaré de dos. Ni siquiera hablaré. Me dedicaré a una actividad bastante menor: el nombrarlos. Uno es un león desarmable, antigua sorpresa de un chocolatín Jack, regalo de una rubia escultural, condiscípula, con la que salí apenas dos meses. Nuestra primera noche de sexo fue previa al primer parcial de Ética, con el docentemente extinto profesor Guariglia. Todavía no había ocurrido un beso, y ella se apareció con la golosina. Levanto la vista y veo cómo ruge. Si girase a mi izquierda, operación que acometo en el acto, puedo ver una piedra colgando de uno de los estantes de mi biblioteca, y sobre la piedra un signo: una estrella de David. ¿Usted no salió con chicas de la Cole? Yo sí. Es probable que, dado el volumen de las preguntas que le infligía acerca de las celebraciones israelitas, haya sospechado que planeaba convertirme. Lo común a ambos es su carácter de ofrenda de la que estaba exento el amor. No así su promesa.
¿Dije ‘ex’? Dolina prefiere el mote de ‘antigua novia’. No recuerdo sus argumentos. Creo que alegaba una mayor elegancia para la última fórmula; ¿encontraba resonancias leguleyas en la primera? El amplio uso de esta, desdeñada expresión (‘ex’) nos dispensa de mayor justificación para su empleo. Veamos otro tópico: ¿cuál es la relación de las ex con la actual novia?
Es el enemigo, y está bien que así lo sea. Para ellas, para las nuevas, las ex son el remolino que les chupa a su hombre, es la otra Eva tentándolos. Aquí, sumariamente, les reconozco que tienen un punto. Vuelvo a Dolina. “¿Cuál es la mujer más importante de su vida?”. Confrontado a ese interrogante, suele responder, expeditivo: la actual. Y tiene toda la razón. Uno ya no ama a las ex. Uno ama a la presente. Las ex son fantasmas. Quizás deberían cuidarse más de las venideras.
Pero esto son generalidades. Hay otras en gateras, que tiran en sentido contrario.
Finalmente: ¿quién no ha vuelto con una ex? ¿Quién, dije? Yo, me contesto. (¿Miento?) No conozco muchos casos; sí algunos, notables. Los resultados son variados. ¿Y el renombrado ‘touch and go’? No soy un especialista en el tema. Hay algo de exhibición de nuevas habilidades (Pauls habla de esto apenas nos asomamos a su última novela, y lo hace mejor que nadie), hay una competencia entre los amantes en los nuevos trucos aprendidos en otros cuerpos. ¿Qué más? Mucho más.
No fui exhaustivo; no lo pretendía. Lo anterior es, apenas, un asomarse al abismo. Mis colegas, para su deleite, procederán a tirarse de cabeza a las profundidades para contarles lo que registren en la caída.

viernes, enero 12, 2007

II Congreso Afiebrado: Las ex

Continuando con la búsqueda constante de verdades refutables, el Gobierno Provisorio de Afiebrados ha decidido exponer a la población el siguiente programa de reflexiones sobre el concepto de exnovia.



Lunes

Matías Pailos

El Pasado


Martes

Playmobil Hipotético

Influencia de la sitcom sobre la realidad sentimental


Miércoles

Luciana

El machismo feminista: introducción a la psiquis del exnovio eterno


Jueves:

Dragón del Mar

La posibilidad de considerar a Bolaño como una exnovia


Viernes:

Zedi Cioso

Represión, estado, exnovias: ¿conjunción o disyunción?




viernes, enero 05, 2007

5.01.07

Por Luciana

Las lagunas que me quedaron de vos
entre piedras negras y sordas que te sepultaron
son los pedazos de espejo que aún te miran.

Nunca te tuve como un rodaje continuado.
Algunas palabras suaves como dardos en el aire,
cartas improvisadas antes del sueño,
una madrugada celeste como un niño enfermo.

martes, enero 02, 2007

Ser padre hoy (3ra. parte)

Por Matías Pailos

Me enamoré antes de conocerla. No había hablado y ya había decidido que me gustaba. ¿Decidido? Sí. Hay un punto en que uno decide que una mina le gusta. ¿Decide? Bueno… es como levantar las exclusas que retienen un dique que amenaza ser desbordado. Pero a veces se puede contener las crecidas. ¿Para qué? Vivimos en un páramo lleno de simientes que dan frutos sin árboles al ínfimo contacto con el agua. ¿Para qué, entonces?
Laura tiene 51 años.
Laura venía de un divorcio.
Laura no había tenido una relación estable desde hacía 5 años. Desde su divorcio.
Laura es hermosa.
Laura es callada.
Laura es la mujer que más amé en mi vida.

Laura trabaja como abogada laboral en un estudio de Avellaneda. Gana bien, pero no tanto. Lee lo que Radar recomienda, más o menos lo que mi hijo me recomienda.
Aceptó mi invitación con cierta renuencia, luego de una seguidilla de vacilaciones tendientes a que me echara atrás. Ese viernes estábamos cenando en un restaurante de Valentín Alsina que no paraba de recomendar a Federico. Es ideal para una cena romántica, y el único que podía tener una cena romántica era él.

-Andá vos.
-No tengo mina, macho.
-Otra buena razón para conseguirte una.

Tenía razón. El hijo de puta acertó otra vez. Me alegré descubrir que tenía razón. Me alegraba de su inteligencia. Más me alegraba su astucia. Ver que entendía alguna cosa del corazón, que no era todo libros y timidez, como en algún tiempo temí. ¿En qué tiempo? O mejor: ¿cuándo dejé de temer?
Cuando me separé. Creo que ahí sentí por primera vez que ya no era un chico. Y empecé a temer que me diera más de una vuelta.
Pero soy el padre. Deseaba que me diera más de una vuelta. Deseo que sea todo lo feliz que se pueda ser. Deseo que es convierta en un dios omnifeliz. ¿Deseo? A veces me olvido. Deseaba.
Esa noche la besé.
Dos salidas después tuvimos nuestra primera noche de sexo. Como siempre, no se me paró. No de entrada, al menos. A veces, a algunos, sirve que nuestra partenaire sea suficientemente persuasiva. No a mí. A mí me sirve cambiar de tema. Ella, a dios gracias, hizo exactamente eso: no hizo nada. Pero exagero, y en mi exageración, la deprecio: hizo mucho. Me abrazó, me dijo todo bien, me tiró de la lengua. Y yo hablé. Nunca hablo. (Me engaño sobre este punto, pero no es el momento de expandirme sobre el punto.) Esa vez sí hablé. Ya lo creo que hablé. Hablé hasta por los codos. Hablé hasta llenarla de palabras. Hablé hasta que se me paró la pija.
Hice otra cosa que no suelo hacer la primera vez. La puse en cuatro. La azoté. Bah, la cacheteé. Le di de nalgadas a más no poder.
¿De dónde salió eso? No suelo hacerlo, menos la primera vez. No sé. Creo, ahora que recuerdo, que fue la reacción al lugar común. ¿Por qué antes no reaccionaba a él? Porque su vehículo no era el adecuado. Porque no era mi (o su) momento. Fue Federico. Me había reunido con él tres días antes. Él me había narrado lo que tomaba por penurias amorosas (pero no entendí por qué). Eso me dio pie para soltarme, y que yo le contara las mías. En algún momento, entre el vino y las entrañas chorreantes, dijo:

-A las putas hay que tratarlas como princesas, y a las princesas hay que tratarlas como putas.

¿Cuántas veces había escuchado eso antes? ¿1000, 10000? ¿1000000, tal vez? Entonces, ¿por qué pareció que lo escuchaba por primera vez?
Federico:

-Mirá, en mí las perogrulladas siempre tienen el efecto de la buena nueva, de la noticia de nuestra salvación a manos del profeta. La menor gilada se me revela como la verdad esencial de la vida. Siempre, claro que sea dicha por la persona adecuada en el momento justo. El momento justo es uno en el que estoy con la guardia baja. La persona adecuada es una a la que admire o quiera mucho.

La puta que te parió, pendejo. ¿Es posible admirar a un hijo? Creo que no. Lo lamento. Lo siento, hijos del mundo. Sí es posible quererlo más que al Universo Todo, más que a la Historia Toda. Más que a la mujer amada.
Acertó. Seguía sin poderlo admirar, pero acertó. Tenía, y eso sí, un orgullo elevado a la enésima potencia por la perspicacia del pendejo para acertar con el consejo.
El sexo con Laura no paraba de mejorar. Empezaba tierno, terminaba infaltablemente violento. Siempre. Pero siempre, ¿eh? No era yo cuando cogía. Era un hijo de puta.

-Hay que ser un hijo de puta. Con las mujeres hay que ser un hijo de puta. En algún momento, tienen que notar nuestro costado hijo de puta, tienen que creernos capaces de hacerles mal. No hay caso: quieren un hijo de puta que las haga sufrir. Hay que asumir que uno quiere ser ese hijo de puta. Que solo queremos que lloren por nosotros.

Mi hijo, se los presento.
Muy bien, Federico. Para nada machista, por sobre todas las cosas.
Claro: tiene razón. Ese es un problema. ¿Es machista el que les da a las mujeres exactamente lo que quieren?
Seamos caritativos con alguien que, por otra parte, no merece nuestra piedad. Él no está diciendo que hay que pegarles a las mujeres (a menos que lo pidan, a menos que acepten, a menos que sepamos de alguna manera, quizás mejor que ellas, que eso es lo que más desean), no está diciendo que hay que hacerlas llorar (a menos que lo exijan, lo reclamen, lo imploren y clamen por ello, a menos que su masoquismo alcance cotas inconmensurables). Solo dice: que vean un costado sádico. Solo aclara: dejemos libre al guacho puto interno. Soltate, con Wellapon soltate. Eso dice. Así habla.