miércoles, enero 31, 2007

Congreso Exnovias: Del primero al último

La chica que hipostasia todo - ahora lo hace en su propio blog - excava en sus exnovios, como parte del II Congreso (a esta altura, casi eterno) Afiebrado.

Siguiendo la lista de expositores de los queridos colegas afiebrados, me tomo el atrevimiento de incorporar mi ponencia, nutrida de varias investigaciones de campo, acerca del fenómeno ex. Yo tengo muchos ex, y digo tengo porque todos son parte del presente (excepto el último). Este hecho, que parece ser anormal o imposible, se debe a un factor tan simple como insoportable y laburable: la perseverancia.
Mantener en el presente esa lista de nombres que han sido parte del pasado supone construir nuevas configuraciones de lo que debe ser o, al menos, de cómo debe ser entendida una relación. No se puede hablar de amigos, no podemos hablar de novios, no podemos hablar de touch and go (Moria ha anexado interesantes categorizaciones a nuestras vidas), sólo podemos hablar de ex, categoría que se vuelve necesaria para poder hablar de esa otredad que, en algún momento, ha sido parte de nuestra mismidad. Recuerdo mi primer beso en el jardín de la casa del vecino. Sebastián se llamaba. A Mayra también le gustaba Sebastián pero me tocó ganar la batalla por el chico. Yo tenía nueve años y una nula idea de lo que significaba un beso de lengua. El chico era más grande y, además, jugábamos a ser grandes. Cartas fueron y vinieron y, luego, la vida nos separó con el secundario. Pero ese ¿querés salir conmigo? se lleva grabado con mucha ternura y permanece como un recuerdo dulce. Tián, a quien yo le había hecho, a mis tiernos nueve años, un corazón horrible con crayones rojos que jamás le di (y que aún conservo), es hoy un vecino querido que pasea su perro por mi cuadra y con quien nos reimos de nuestra infancia y de ese día en el arbusto enorme de la esquina donde, con su bicicleta y su cara sonrojada, se animó a hablarme.

(completo acá)

martes, enero 30, 2007

Ser padre hoy (4ta. parte)

Por Matías Pailos

Hasta que un día me fue revelado. Un viernes. Volvíamos de una milonga. Ella baila muy bien. Yo, ¿a qué negarlo?, me las rebusco. Prefiero el tango de salón, el baile clásico. Hoy día está muy de moda eso de revolear las piernas a los cuatro vientos y olvidarse de abrazar a la dama. Mariconadas. Perdonen, pero mariconadas. Bueno, me fui de tema. Volvíamos de este piringundín medio caretón, en el que a pesar de haber mucho pendejo, primaba el baile clásico. Precisamente por haber mucho pendejo, permítanme aclarar. No hay forma de revolear las piernas en un salón atestado de gente sin sacarle la cabeza a uno. Así que, a las patadas, todos bailaban como se debe. Habíamos cenado, habíamos bailado. Ahora, a coger.
Durante el trayecto, mientras yo manejaba, ella me acariciaba la cabeza. Eso me relajó. Además, me la puso tiesa.
Bajamos del auto. Ella subió y abrió la puerta. Yo me acerqué lentamente. Mi mirada en la suya. Sus ojos en mi boca. En mi pecho. En mi bulto. Le acaricié los hombros. Bajé por sus brazos. Dimos vueltas. No sabía dónde tenía mis manos, salvo que estaban recorriéndola. En el comedor le saqué la blusa. En la cocina me sacó la camisa. La detuve cuando pretendía tirarse en la cama. Removí su sostén. La senté. Retiré sus bragas y dejé que la saliva abandonara mi boca y recorriera la piel reseca de sus senos, panza y vientre, hasta perderse en bajo su vello púbico. Siguiendo su derrotero, yo también me perdí. La lengua se ocupó de atrapar migajas de mucosa liquifecta, que era sorbida por mi ávida garganta. Los gemidos se prolongaron. Se hicieron más intensos. Sus muslos lo oyeron, y comenzaron a trepidar a su ritmo. Más tarde, mis pocos pelos se tensaron en las manos de una mujer que reclamaba, enérgicamente, una pija adentro. Me paré. La miré. Le dije: mirá la pija, le dije: mirá mi pija, le dije: la vas a sentir adentro, le dije: tomá, le dije: tomá, le dije: tomá, yeguita, le dije: qué yegua que sos, le dije: cómo te gusta que te la metan hasta el fondo, y acabó.
Sus piernas se cerraron reteniéndome, apresándome, como haciendo patente, como destacando y señalando y resaltando lo que acababa de pasar y quién era el culpable. De repente, un alarido. Laura reía inconteniblemente.
Esa fue la primera vez que hablé. En mi vida. No la última.
La vez siguiente no dije nada. Cuando fuimos a la cama de nuevo ella dejó caer sobre mi oído un ‘hoy decime porquerías’. Se me puso dura.
No sé qué pasó por mi cabeza. Cuando me reuní de nuevo con Fede, en la estación de servicio de Libertador y Melo (por fin se había mudado solo. No había, sin embargo, mudado de barrio), debatiéndome todavía si hacerlo o no, él dijo:

-¿Qué tal las cosas con Laura?

Y le conté todo.
Evidentemente quería decírselo.

-Pero no es la primera vez que le decís cosas a una mina… ¿o sí?

Le dije la verdad.
Sonrió.
Hubiera preferido que se cagara de risa. Hubiera sido menos humillante, e infinitamente menos condescendiente.

-Y, escuchame, ¿ya probaste contándole historias?

Se ve que reaccioné de modo extraño, como pidiendo explicación, como no comprendiendo de qué estaba hablando, porque pasó a detallar a qué se refería.

-¡No! Tenés que probar, no sabés cómo se calientan. Las vuelve locas. Pero locas, ¿eh?

Debo haber reiterado el gesto, porque el muy forro prosiguió en la misma tesitura.

-Probá. Variá. Empezá con ustedes dos en la misma situación. Contale lo que están haciendo. Después ves. Las historias se te van a ocurrir solas. El siguiente escalón pueden ser los lugares raros. La cosa no tiene límites, te garanto. Podés terminar contándole cómo la viola un burro, o cómo te cogés a tres minas. No importa. Vos probá. Ella te va a poner el límite solita. Además, no hay nada cómo imaginar situaciones de infidelidad. No importa quién sea el infiel.

Pregunté.

-No. No importa.

Es decir que…

-Sí. No importa. Nadie está siendo infiel. Es solo fantasía. Si le contás cómo se coge a Jessica Cirio, y acaba con eso, no es que es lesbiana. Ni siquiera implica que considere la posibilidad de cogerse a una mina. No implica nada. Pero nada, ¿eh? Es como hacerse la paja de a dos, pero mejor. Es como compartir una fantasía, solo que en lugar de sacudirte solo, se la metés como quieras. Es inofensivo, y de las cosas más estimulantes que probé.

¿Era mi hijo? Digo: ¿él y yo compartíamos código genético? Me era difícil imaginarlo. Recelé de él. No pude dejar de lamentar constatar un progreso de generación en generación.
Por el momento con decirle porquerías bastaba.

domingo, enero 28, 2007

La posibilidad de considerar a Bolaño como una ex novia

Por Dragón del Mar

Tengo algunas ex novias, dos o tres son importantes, pero hay una que es la principal. Primero la dejé yo, después me abandonó ella y al final, alternativamente, nos arrepentimos los dos, pero lo hicimos demasiado tarde. Esto nos produjo un resentimiento difícil de digerir, que de vez en cuando sale a flote en forma de reproches o demandas fuera de lugar.
Dicen los que la conocen que mi ex novia empezó a vivir después de nuestra separación. Cambió de peluquería, se compró otro par de tacos y desarrolló una cultura nocturna. Sus temas de conversación se ampliaron. Ya no se trataba solamente del estado del tiempo y las predicciones zodiacales. Ahora conocía de literatura, psicoanálisis y hasta se atrevía, en determinadas circunstancias, a hablar de sexo sin ponerse colorada o sonreír.
Si bien ya no sucede con la frecuencia ni la intensidad de antes, no podemos evitar volver a vernos de vez en cuando. Demasiados lazos nos vinculan aún. Suele invitarme a almorzar o a cenar para demostrarme lo mucho que mejoró su cocina desde que la abandoné. Mis elogios son escuetos, como si concederle algo, aunque sea un poco, significara concederle todo. Justo yo, que en pleno romance era un dechado de espontaneidad, ahora me volví político, astuto, sagaz. Elaboro teorías acerca de cómo y cuándo llamarla, qué movimientos hacer, cuándo demostrar algún cariño y cuándo no, con la cautela de quien camina sobre un campo sembrado de minas antipersonales. Me volví temeroso de sus llamados nocturnos que alguna vez arreciaron, sobre todo al comienzo de nuestra separación, y ahora se transformaron en un riesgo latente. No podría soportar ni una más de sus lágrimas. Ella lo sabe pero no se molesta en detener la extorsión.
Sé que procuró remplazarme por todos los medios, pero no pudo reeditar nuestro romance con ningún otro. La memoria del pasado despierta en ella la añoranza; por momentos yo no soy ajeno a esa nostalgia, aunque hace tiempo abandoné el intento de recuperar lo perdido. Ella, en cambio, se empecina. Cree saber cómo seducirme, pero ignora lo mucho que cambié en los últimos años. Otras mujeres me condujeron por caminos que mi ex novia no se atrevió a transitar conmigo. Otras me besaron, restaurando las heridas que ella me dejó. Conocí amores menos exigentes en los que me cobijé.
En su hora, mi ex novia fue un gran descubrimiento. Saber que ella estaba para mí me provocaba una profunda satisfacción. Si hoy en día puedo exhibir cierta virilidad en gestos o actitudes, se la debo a ella por entero. Sin embargo, no creo que la cuenta sea tan grande como para tener que seguir pagándola por el resto de mi vida. Yo también le di cosas: seguridad en sí misma, mis mejores años de ternura y frenesí, temas de conversación y un cierto status entre las otras mujeres de su edad. Pero ahora que el despecho nubla su visión, sólo me queda la huida para defenderme. No hay manera de contrarrestar a esta ex novia: es la más grande, efectiva y atroz. Sus múltiples y viscosos tentáculos amenazan con ir a buscarme allí donde nadie más se atreve. No importa adonde vaya, sé que ella me va a encontrar. Nos conocemos bien. Ejerció durante demasiado tiempo su influencia, la ex novia que me parió.

jueves, enero 25, 2007

El machismo feminista: introducción a la psiquis del exnovio eterno


Por Luciana

En segundo grado asistía yo a un detestable colegio religioso tooodo de mujeres. Los únicos sujetos masculinos que apenas se acercaban al establecimiento eran padres o los desaforados niños del colegio religioso tooodo de varones lindero. Recuerdo ahora que una pared de ladrillos separaba los patios descubiertos de ambas escuelas y que por un agujero en dicha pared ciertos niños satisfacían sus tendencias exhibicionistas.
Todo esto no tiene la más mínima importancia excepto por un detalle. A mediados de segundo grado, apareció un muchacho que parecía dispuesto a quedarse. Un pasante, recién recibido de maestro, aún con acné, rubio y totalmente inexperto. Como a todas alguna vez nos sucede, me enamoré del profesor o de este niño pasante que oficiaba de, junto a la maestra titular.
Puse en marcha mi plan de seducción. Iría con el pelo recogido, en el primer recreo me lo soltaría en la capilla, al finalizar el recreo, antes de entrar a clases, le pediría al maestro que me atara el pelo.
Ahora, lo que voy a decir es fuerte: No pudo. Este muchacho no sabía cómo se colocaba un simple elástico al pelo de una niña, o sabía que se le daba vueltas y que así quedaría perfectamente sujetado. Fue terrible, lo intentó pero no pudo. Así, con mi primer fracaso amoroso, vino mi primer cambio de escuela. Pasé a un colegio mixto donde podría enamorarme de mis pares. Así fue.
Tercer grado. La señorita Rita era encantadora. En ese clima ameno, apareció Pablo Toscazo. Pelirrojo, pecoso y de ojos verdes. Nada atentaba contra mi amor, ni su sobrepeso, ni su desinterés ni que sus ojos miraran a Leticia Presta que se daba el lujo de rechazarlo.
De todas maneras, estos rodeos no acaban por hablar del tema propuesto. En los dos casos anteriores no fui correspondida.
Ahora bien, en sexto grado entra a la escuela Alejandro (voy a dejar de colocar apellidos, todos cometemos siempre la estupidez de googlear nuestro nombre). Era realmente un niño bello y el azar permitió que lo tuviera de compañero de banco.
Las maestras nos sentaban así nena con varón, no en pos del amor sino para que conversáramos lo menos posible en clase. Aquella vez no lograron su objetivo. Alejandro y yo hablábamos bastante.
La historia comienza en un asalto en la casa de Hernán. Alejandro quiere decirme algo pero me explica, con dos hojitas de una planta del jardín que lo que me quiere decir en verdad es difícil porque “estas dos hojitas son muy distintas”. Al fin me pide que sea su novia y yo acepto feliz. Él no puede creerlo (y luego entendí por qué).
Transcurrió la noche en lo que para mí a los once años era noviazgo. Tomar coca cola del mismo vaso y que me agarrara de las presillas del jean para bailar lentos.
Para Alejandro el asunto pasaba por otro lado y por eso el tema de las hojitas y el no poder creer mi inocente aceptación. La ruptura fue en el colegio, el lunes siguiente a mi fiesta de cumpleaños donde me regaló el CD Joyride de Roxette cuando en casa aún no teníamos compactera. En el pupitre a las ocho de la mañana me dijo “corto con vos” y fue la primer puñalada real.
Luego transcurrieron años de soledad y, nuevamente, con el cambio de escuela, apareció el amor. Cuarto año. Manuel tenía el pelo largo hasta la cintura y era terriblemente bueno. Todos podíamos emborracharnos porque total, Manu cargaría a los pendejos beodos, uno por uno, a sus respectivos hogares. Manuel hacía ese tipo de cosas.
La cuestión comenzó así. En la clase de literatura nos proponen crear una historieta con un capítulo del libro de Steinbeck “Los hechos del Rey Arturo y sus nobles caballeros”, el capítulo era Balin y Balan. Entre trencitas que yo le hacía en el pelo a Manu fuimos haciendo la adaptación. El último día, en su casa, me besó.
Recibimos un ocho y la felicitación y confesión de la profesora de que si nos había designado para hacer el trabajo juntos por algo era.
Con Manuel fueron dos años de intensa felicidad y de terribles tormentos. A pesar de todo, los recordamos con cariño, aunque parezca increíble.
La historia que sigue a continuación me provoca una profunda vergüenza. Alejandro segundo. Un rubiecito bastante tonto que me convenció llevándome a tomar café a bares junto al río. A medida que él, con veinte cursaba quinto año de la escuela secundaria, yo, con diecinueve cursaba segundo año de la carrera de psicología.
Me empecé a encontrar los sábados secuestrada en un auto rojo que corría picadas y que escuchaba música a todo volumen. Yo me hundía en el asiento del acompañante rogando no cruzarme con las amistades.
Hoy no puedo entender cómo mantuve nueve meses una relación ficticia con la antítesis de mi ideal. La vuelta de su viaje de egresados a Cancún le puso fin al asunto y no hubo derrame de lágrimas.
A los veinte aparece Alejandro tercero de la mano de mi amiga Silvina, un burgués tipo, estudiante de administración de empresas pero al mismo tiempo músico. En ese caso, yo pude creerle cierta veta de sensibilidad.
Fue un año donde lo conflictivo no era nuestra relación sino la de mi amiga Silvina con un amigo de él.
No tengo demasiado que decir con respecto a este muchacho, la última vez que lo vi fue en el casamiento de mi amiga tocando el bajo. Nos saludamos brevemente. A él siempre le había gustado el papel de estrella y en el casamiento era el artista invitado.
La historia del ex novio que sigue a Alejandro tercero voy a omitirla.
Pero no quiero finalizar este post de una manera tan poco elegante. Entonces, si el Dragón me perdona, quisiera que me permita decir que espero que él nunca pertenezca a la categoría de ex novio porque deseo profundamente pasar el resto de mis días junto a él.

martes, enero 16, 2007

Influencia de la sitcom sobre la realidad sentimental

Por Playmobil Hipotético

No es la mejor serie del mundo sitcom así como tampoco Charlie Sheen es el mejor actor del mundo; sin embargo, tanto Two and a half men como Charlie Sheen me caen bárbaro. Es más fácil justificar lo de Sheen: una cara donde escasos músculos se mueven pero que sin embargo transmiten algo; una historia personal cargada de putas, alcohol, drogas y un padre con más prestigio que vos. Lo de Two and a half men sirve más que nada para empezar esto.

En esa serie, Charlie Harper, el personaje de Sheen, es un mujeriego incontrolable, un amante del sexo, que no supera la tercera o cuarta noche con la misma mujer, razón por la cual se termina convirtiendo en una especie de abandonador crónico, con todas las características que ello entraña: mentiroso, desalmado, experto en excusas, desapariciones, etc.

La cosa es que un día Charlie se está googleando y descubre que hay una página que se llama algo así como “odiamosacharlieharper.com”. Ahí, de más está decirlo, están todas las exnovias de Charlie que, convertidas en una especie de culto secreto, básicamente intercambian sus historias como dejadas y pergeñan futuras venganzas contra el.

No es el propósito de este expositor preguntarse lo obvio después de esta introducción; ¿qué postearían mis exnovias?. Por el contrario, de lo que quiero hablar es de la circularidad del amor, algo sobre lo cual vengo trabajando hace algunos días y que se va a convertir en mi primer novela sin publicar.

Una vez le pregunté a mi última exnovia de verdad, antes de ser exnovia pero en franco proceso de serlo, en qué período estaba. Hay dos períodos en la vida del ser humano: el de ser dejado y el de dejar. Ella lo entendió bastante bien y me contestó en el de ser dejada, yo en el de dejar, y la cosa se terminó confirmando de lo más empíricamente posible.

Hay un capítulo de Two and a Half Men que se llama “El amor no es ciego, es retardado”. La verdad es que no lo ví pero qué buen título, macho. El amor tiene la inteligencia de un mosquito y la memoria de Alzehimer. Porque claro, cada nueva relación es encarada con sabiduría, con el aprendizaje que dan los golpes, las cachetadas, los llantos en los bares, los abrazos de despedida, los recuerdos del último beso sin saber que era el último beso, los discos que vamos a escuchar llorando hasta que dejemos de escucharlos, la reflexión idiota de cuándo fue el preciso momento en donde todo se rompió indefectiblemente.

Y toda esa experiencia no sirve para nada a la hora de evitar la repetición del ciclo tedejo-medejás. ¿De qué sirve saber que estás en la etapa de ser dejado o en la de dejar? Arrastrados en el charco de las relaciones muertas, ambos terminan cayendo, a veces más lento a veces más rápido, en el fondo barroso; al final, cada uno se va convirtiendo en una figurita que era reemplazable, que venía dos veces en el mismo paquete, que estaba al servicio de ese ciclo natural. Al final, todos terminamos en la memoria de un tipo con Alzehimer que nos confunde con su padre, con su abuelo, con el verdulero de la esquina que lo quiere matar cambiandole las pastillas por la noche.

En el fondo – ahora vuelvo a la metodología teórica del Congreso, no me quite el micrófono, licenciado Cioso, déjeme que le redondeo toda la charla; aparte, mire, las disgresiones no son exclusividad del Lic. Pailos, aunque bueno, sí, deberían serlo – lo que estoy queriendo decir es que la categoría teórica exnovia o exnovio debería ser abandonada, descartada y, más wittgenstanianamente, amenazada con un atizador. La razón es que designa demasiadas cosas; es algo así como la de “humanidad”; designa todo.
Designando todo, se hace pretenciosamente ridícula y paradójicamente vacía; es como si un hombre viera todo rojo; ¿qué sentido tiene decir rojo si no lo puede comparar con un azul, con un bermellón? Ninguna, hombre, ninguna.

Se aceptan preguntas del público

- Hola, mi nombre es Waldo. ¿Usted cree que las sitcoms han puesto sobre el tapete la relación que usted establece?
- No, por el contrario; lo que ocurre es que estoy viendo mucha tele y no tengo mucho tema de conversación; así que si no hablo de sitcoms, como que estoy muerto. También le podría hablar del primer disco de Zambayonni, Fijáte si cojo mucho, pero me parece que no da.
- Hola, soy Sara Parker de Engineer Budge; si la categoría de exnovia es vacía y su novela va a hablar de exnovias… ¿cómo va a ser su novela?
- Como una lágrima en la oscuridad, Sara, así de inútil e invisible va a ser.

lunes, enero 15, 2007

El Pasado

Por Matías Pailos


Conozco quien dice solo tener amigas. Sin embargo, su actividad sexual es, por decir poco, regular. Otro, que no coje más ni menos que aquél, sostiene estar plagado de novias. Un tercero niega que las chicas con las que ocasionalmente comparte lecho pertenezcan a uno u otro agrupamiento. Esto, que amerita estudio sesudo de esta Alta Casa de Estudios, va a servir de poco más que como una excusa para adentrarnos en los sombríos terrenos que nos preceden, nos rodean, condicionan, y sirven de guía: las ex.
Hablaremos de las ex novias, y en lo antedicho puede que ya constituya una llave para acceder a otra sala, aún más interna, casi dentro de la cámara sepulcral del faraón y sus tesoros: la influencia de ellas en nosotros, su importancia y su por qué. Lo anterior sirve, si no más, para comprender lo arduo de la tarea de precisar el concepto de ‘ex novia’. Optaré por una vía blanda, por el sendero anchuroso: dejaré que dentro de él caigan relaciones duraderas, o afectivamente trascendentes. (La disyunción es inclusiva, por lo que basta con que la fémina en cuestión satisfaga una de las dos categorías para poder ser rotulada como ‘ex novia’.)
Decía, antes de perderme (heme aquí de nuevo), que quizás lo sustancial no esté en la parte de ‘novia’, sino en la de ‘ex’. Es decir, lo más significativo de ella en nosotros yace allá lejos y hace tiempo. No ahora. Aunque puede que todavía, claro, puede que aún merodee. Pero al pensar en ella, al mentarla, traemos a colación, se instancia solito y solo un inmenso cartel luminoso privado que clama “¡Ex!”. Ya no más. Para bien o para mal.
Esta es, entonces, otra dicotomía: ¿queremos que se haya adentrado en nuestro pasado, o la queremos aún en este ápice vertiginoso entre ‘ya no’ y ‘todavía no’ que somos nosotros, aquí y ahora? Si es lo segundo, estamos bajo su poder. Si es lo primero, es capital emotivo y vivencial disponible para futuras conquistas, relaciones, y rupturas.
¿Fuimos dejados, o dejamos? (Otro tema: ¿qué prefiere, lector?) Suele pensarse que, en general, la que nos deja graba a fuego su recuerdo; no así la otra.
Creo que hay razón en esto.
Y sin embargo…
Sé de quién no quería y dejó, y lloró en el intento. ¿Por qué lloró? ¿Cuánto de sentimiento había presente? ¿Cuánto de estar a la altura de las circunstancias, cuánto de cumplir con lo que su papel especificaba? Tampoco aquí me detendré. (Pero prometo volver.)
La ex deja marcas. No aludo con ello a cortes, heridas y suturas en el alma. Más bien me refería a objetos de mediano tamaño, que suelen poblar, a la intemperie o en fatigosos recovecos, nuestro cuarto. Las ex dicen presente bajo la modalidad de fotos y cartas (ambas escondidas, guardadas bajo siete llaves); pero también están las prendas que uno exhibe, como recordatorio, como constancia de una vida rica y diversa. Como modos de tenerlas todavía con nosotros. “¿Para qué, si tanto daño nos hicieron?”, oigo lamentarse a PH. Lo que recordamos en los cachivaches no es el daño, sino el amor, la felicidad, la diversión, los momentos de sosiego. El dolor, también. Más específicamente, cómo lo superamos.
Los pequeños trastos de mis ex son legión, pero solo hablaré de dos. Ni siquiera hablaré. Me dedicaré a una actividad bastante menor: el nombrarlos. Uno es un león desarmable, antigua sorpresa de un chocolatín Jack, regalo de una rubia escultural, condiscípula, con la que salí apenas dos meses. Nuestra primera noche de sexo fue previa al primer parcial de Ética, con el docentemente extinto profesor Guariglia. Todavía no había ocurrido un beso, y ella se apareció con la golosina. Levanto la vista y veo cómo ruge. Si girase a mi izquierda, operación que acometo en el acto, puedo ver una piedra colgando de uno de los estantes de mi biblioteca, y sobre la piedra un signo: una estrella de David. ¿Usted no salió con chicas de la Cole? Yo sí. Es probable que, dado el volumen de las preguntas que le infligía acerca de las celebraciones israelitas, haya sospechado que planeaba convertirme. Lo común a ambos es su carácter de ofrenda de la que estaba exento el amor. No así su promesa.
¿Dije ‘ex’? Dolina prefiere el mote de ‘antigua novia’. No recuerdo sus argumentos. Creo que alegaba una mayor elegancia para la última fórmula; ¿encontraba resonancias leguleyas en la primera? El amplio uso de esta, desdeñada expresión (‘ex’) nos dispensa de mayor justificación para su empleo. Veamos otro tópico: ¿cuál es la relación de las ex con la actual novia?
Es el enemigo, y está bien que así lo sea. Para ellas, para las nuevas, las ex son el remolino que les chupa a su hombre, es la otra Eva tentándolos. Aquí, sumariamente, les reconozco que tienen un punto. Vuelvo a Dolina. “¿Cuál es la mujer más importante de su vida?”. Confrontado a ese interrogante, suele responder, expeditivo: la actual. Y tiene toda la razón. Uno ya no ama a las ex. Uno ama a la presente. Las ex son fantasmas. Quizás deberían cuidarse más de las venideras.
Pero esto son generalidades. Hay otras en gateras, que tiran en sentido contrario.
Finalmente: ¿quién no ha vuelto con una ex? ¿Quién, dije? Yo, me contesto. (¿Miento?) No conozco muchos casos; sí algunos, notables. Los resultados son variados. ¿Y el renombrado ‘touch and go’? No soy un especialista en el tema. Hay algo de exhibición de nuevas habilidades (Pauls habla de esto apenas nos asomamos a su última novela, y lo hace mejor que nadie), hay una competencia entre los amantes en los nuevos trucos aprendidos en otros cuerpos. ¿Qué más? Mucho más.
No fui exhaustivo; no lo pretendía. Lo anterior es, apenas, un asomarse al abismo. Mis colegas, para su deleite, procederán a tirarse de cabeza a las profundidades para contarles lo que registren en la caída.

viernes, enero 12, 2007

II Congreso Afiebrado: Las ex

Continuando con la búsqueda constante de verdades refutables, el Gobierno Provisorio de Afiebrados ha decidido exponer a la población el siguiente programa de reflexiones sobre el concepto de exnovia.



Lunes

Matías Pailos

El Pasado


Martes

Playmobil Hipotético

Influencia de la sitcom sobre la realidad sentimental


Miércoles

Luciana

El machismo feminista: introducción a la psiquis del exnovio eterno


Jueves:

Dragón del Mar

La posibilidad de considerar a Bolaño como una exnovia


Viernes:

Zedi Cioso

Represión, estado, exnovias: ¿conjunción o disyunción?




viernes, enero 05, 2007

5.01.07

Por Luciana

Las lagunas que me quedaron de vos
entre piedras negras y sordas que te sepultaron
son los pedazos de espejo que aún te miran.

Nunca te tuve como un rodaje continuado.
Algunas palabras suaves como dardos en el aire,
cartas improvisadas antes del sueño,
una madrugada celeste como un niño enfermo.

martes, enero 02, 2007

Ser padre hoy (3ra. parte)

Por Matías Pailos

Me enamoré antes de conocerla. No había hablado y ya había decidido que me gustaba. ¿Decidido? Sí. Hay un punto en que uno decide que una mina le gusta. ¿Decide? Bueno… es como levantar las exclusas que retienen un dique que amenaza ser desbordado. Pero a veces se puede contener las crecidas. ¿Para qué? Vivimos en un páramo lleno de simientes que dan frutos sin árboles al ínfimo contacto con el agua. ¿Para qué, entonces?
Laura tiene 51 años.
Laura venía de un divorcio.
Laura no había tenido una relación estable desde hacía 5 años. Desde su divorcio.
Laura es hermosa.
Laura es callada.
Laura es la mujer que más amé en mi vida.

Laura trabaja como abogada laboral en un estudio de Avellaneda. Gana bien, pero no tanto. Lee lo que Radar recomienda, más o menos lo que mi hijo me recomienda.
Aceptó mi invitación con cierta renuencia, luego de una seguidilla de vacilaciones tendientes a que me echara atrás. Ese viernes estábamos cenando en un restaurante de Valentín Alsina que no paraba de recomendar a Federico. Es ideal para una cena romántica, y el único que podía tener una cena romántica era él.

-Andá vos.
-No tengo mina, macho.
-Otra buena razón para conseguirte una.

Tenía razón. El hijo de puta acertó otra vez. Me alegré descubrir que tenía razón. Me alegraba de su inteligencia. Más me alegraba su astucia. Ver que entendía alguna cosa del corazón, que no era todo libros y timidez, como en algún tiempo temí. ¿En qué tiempo? O mejor: ¿cuándo dejé de temer?
Cuando me separé. Creo que ahí sentí por primera vez que ya no era un chico. Y empecé a temer que me diera más de una vuelta.
Pero soy el padre. Deseaba que me diera más de una vuelta. Deseo que sea todo lo feliz que se pueda ser. Deseo que es convierta en un dios omnifeliz. ¿Deseo? A veces me olvido. Deseaba.
Esa noche la besé.
Dos salidas después tuvimos nuestra primera noche de sexo. Como siempre, no se me paró. No de entrada, al menos. A veces, a algunos, sirve que nuestra partenaire sea suficientemente persuasiva. No a mí. A mí me sirve cambiar de tema. Ella, a dios gracias, hizo exactamente eso: no hizo nada. Pero exagero, y en mi exageración, la deprecio: hizo mucho. Me abrazó, me dijo todo bien, me tiró de la lengua. Y yo hablé. Nunca hablo. (Me engaño sobre este punto, pero no es el momento de expandirme sobre el punto.) Esa vez sí hablé. Ya lo creo que hablé. Hablé hasta por los codos. Hablé hasta llenarla de palabras. Hablé hasta que se me paró la pija.
Hice otra cosa que no suelo hacer la primera vez. La puse en cuatro. La azoté. Bah, la cacheteé. Le di de nalgadas a más no poder.
¿De dónde salió eso? No suelo hacerlo, menos la primera vez. No sé. Creo, ahora que recuerdo, que fue la reacción al lugar común. ¿Por qué antes no reaccionaba a él? Porque su vehículo no era el adecuado. Porque no era mi (o su) momento. Fue Federico. Me había reunido con él tres días antes. Él me había narrado lo que tomaba por penurias amorosas (pero no entendí por qué). Eso me dio pie para soltarme, y que yo le contara las mías. En algún momento, entre el vino y las entrañas chorreantes, dijo:

-A las putas hay que tratarlas como princesas, y a las princesas hay que tratarlas como putas.

¿Cuántas veces había escuchado eso antes? ¿1000, 10000? ¿1000000, tal vez? Entonces, ¿por qué pareció que lo escuchaba por primera vez?
Federico:

-Mirá, en mí las perogrulladas siempre tienen el efecto de la buena nueva, de la noticia de nuestra salvación a manos del profeta. La menor gilada se me revela como la verdad esencial de la vida. Siempre, claro que sea dicha por la persona adecuada en el momento justo. El momento justo es uno en el que estoy con la guardia baja. La persona adecuada es una a la que admire o quiera mucho.

La puta que te parió, pendejo. ¿Es posible admirar a un hijo? Creo que no. Lo lamento. Lo siento, hijos del mundo. Sí es posible quererlo más que al Universo Todo, más que a la Historia Toda. Más que a la mujer amada.
Acertó. Seguía sin poderlo admirar, pero acertó. Tenía, y eso sí, un orgullo elevado a la enésima potencia por la perspicacia del pendejo para acertar con el consejo.
El sexo con Laura no paraba de mejorar. Empezaba tierno, terminaba infaltablemente violento. Siempre. Pero siempre, ¿eh? No era yo cuando cogía. Era un hijo de puta.

-Hay que ser un hijo de puta. Con las mujeres hay que ser un hijo de puta. En algún momento, tienen que notar nuestro costado hijo de puta, tienen que creernos capaces de hacerles mal. No hay caso: quieren un hijo de puta que las haga sufrir. Hay que asumir que uno quiere ser ese hijo de puta. Que solo queremos que lloren por nosotros.

Mi hijo, se los presento.
Muy bien, Federico. Para nada machista, por sobre todas las cosas.
Claro: tiene razón. Ese es un problema. ¿Es machista el que les da a las mujeres exactamente lo que quieren?
Seamos caritativos con alguien que, por otra parte, no merece nuestra piedad. Él no está diciendo que hay que pegarles a las mujeres (a menos que lo pidan, a menos que acepten, a menos que sepamos de alguna manera, quizás mejor que ellas, que eso es lo que más desean), no está diciendo que hay que hacerlas llorar (a menos que lo exijan, lo reclamen, lo imploren y clamen por ello, a menos que su masoquismo alcance cotas inconmensurables). Solo dice: que vean un costado sádico. Solo aclara: dejemos libre al guacho puto interno. Soltate, con Wellapon soltate. Eso dice. Así habla.