miércoles, marzo 21, 2007

Emancipación femenina

La integrante femenina de Afiebrados, Luciana, en uso plenipotenciario del teclado de su computadora, acaba de abrir un nuevo blog: La muerte del ratón. Pasen y vean…

martes, marzo 13, 2007

Ser padres hoy (6ta parte)


Por Matías Pailos


No dije nada porque nada entendía. Desconfiaba. Pero un hombre no puede mostrar esos recelos. No frente a una mujer. Hice un gesto rápido y breve con la cabeza. Evité sonreír. También procuré no mostrarme hosco y indiferente. Me es muy difícil transitar por superficies resbaladizas y movientes. Me dijo

-¿Ves? ¿Sabés lo que es?
-… Marihuana, ¿no?

Sonrió. Me sonrió.

-Quiero que fumemos.
-Mirá… si querés fumar… hacelo. No hay problema. Pero yo no…
-Pero si vos fumás.
-No eso.
-Es más sano que el tabaco.

No quería tener esa discusión. Menos en ese momento. En el momento en que me mira algo decepcionada, algo extrañada. Con una pizca de desprecio.
Las hijas de puta saben qué botones tocar.

-Tá bien.

En el acto, volvió a sonreír.

La dejé armando un torpe y regordete cigarro, ancho en el centro. No sabía que fumaba. Evidentemente, fumaba. No demoró nada en fumar. Evidentemente. Otra generación. Sabía que era más jóven, pero no que éramos de dos mundos distintos. Ella, seguro, calificaba de ‘puritanas’ y ‘chupacirios’ a las minas de mi edad. Tenía razón. Quizás ella misma lo fuera para una pendeja de treinta. Y mientras digo esto me pregunto si alguna vez podré ahorrarme los lugares comunes del pensamiento. No, quizás ya no.
Lo prendió.
Es probable que ya esté condenado. El rearmado, la reprogramación que mi mente exigiría para ello es, muy factiblemente, superior al alcance de mis facultades anímicas. Aunque tuviera la fuerza (y no la tengo), carezco de un elemento aún más importante: las ganas. ¿Por qué últimamente se me dio por leer textos filo religiosos? En ‘La agonía del cristianismo’ (en otro tiempo, y estoy hablando de cinco semanas atrás, ni lo habría notado. Quizás hubiera acompañado su visión con un gesto de asco, ni siquiera hubiera huido espantado. La semana anterior, sin embargo, al reparar en él en un estante medio escondido de la Biblioteca de Alsina, recordé que Fede hablaba mucho de Unamuno. Claro, de esto mucho tiempo ha. Todavía era adolescente. ¿No lo es, todavía?) ¿Qué decía, con respecto a las ganas? ¿Qué basta con tener ganas de creer para creer, o que no basta con las ganas?
Fumó.
Me lo pasó.
Fumé.
Estuvimos fumando un rato largo. Creo que un rato largo. En algún momento saqué a relucir mis cavilaciones en torno a la fe, las ganas, que si era un asunto viril o no.

-¿Qué cosa?
-La fe.
-¿La fe en Dios?
-No… sí… ponele. Ponele que la fe en Dios. Pero en general, digo.
-¿Y sobre qué otro asunto se puede tener fe?
-Y… en uno mismo. En los demás. Se puede creer en una persona. Se puede tener fe en uno mismo.
-Eso es tener confianza, en uno mismo o en los demás. La fe es otra cosa.
-¿Otra cosa?
-Fe es entrega absoluta. Como en el amor.
-Mmhh… entonces no sé si puedo tener fe.
-Yo sé que sí podés.
-Vos tenés confianza en que yo puedo.
-No: yo tengo fe en que vos podés.

Me tocó la cara. ¿De qué estábamos hablando?

-¿De qué estábamos hablando?
-… ¿Qué?
-… no sé. Qué linda que sos.
-¿Sí? ¿Te parezco linda?
-Me parecés hermosa.
-Estoy hablando como Federico.
-¿Cómo quién?
-Como mi hijo.
-Ah, no. Yo te quiero a vos, no a tu hijo.
-¿Sí?
-Sí.

Mi boca estaba en su seno derecho. Había quitado su blusa y removido su corpiño. Ella había quitado mi camisa.

-Estoy actuando como Federico. Podría ser Federico.
-Podrías ser tu hijo.
Había quitado sus botas, sus medias, su falda. Había quitado su bombacha. Yacía totalmente desnuda, exuberante, desguarecida en la cama, lista para ser abordada con violencia. Lista para ser violada.

-Si fuera Federico, en este momento sería Federico quien te estaría metiendo esto adentro.

Laura no era una mojigata. Nunca, en toda nuestra relación, podría afirmar que no disfrutó de uno de nuestros encuentros. Nunca, hasta eso momento, la escuché gemir como esa vez.
Había intensidad, había liberación, había estremeciendo en su grito. Había verdad.

-Si yo fuera Federico sería él quién te estaría cogiendo. Sería un pendejo de 30, con toda la fuerza, con todo el ímpetu, el que te calaría hasta lo más hondo, el que te la metería sin piedad. Así, así como te la estoy metiendo ahora, mi pija jóven, mi pija indiscreta, puta, así. Así, trolita, así, cagadora, putita infiel, así me estás metiendo los cuernos con mi hijo, hija de puta, tomá. Tomá, guacha, cogiéndote a mi hijo, yegua, trola, recagadora. Putita infiel, tomá tomá tomá, cómo te gusta culearte a mi hijo, cómo te gusta que te ponga en cuatro, así, y te la inserte hasta el fondo, yeguita, putita, tomá, puta, ¡tomá, tomá, tomá!

Jadeé, y no pude más. Ella hundió sus uñas en mi piel, y tampoco pudo más. Me fui, me extinguí y perdí la conciencia. Al recuperarla, segundos u horas más tarde, Laura todavía temblaba.
Hubo otros escarceos. Insólitamente, la pija se me paró de nuevo. Laura me chupó la pija cómo nadie más lo hizo. (Las putas no cuentan.) Volví a traer a la cama a Federico, la obligué a que se tocara, la hice tragar esa pija jóven y dura que no era la mía e hice que se tragara toda la lechita. Obediente y golosa, se limpió los restos con la lengua.
No puedo decir que no me sintiera muy extraño al día siguiente. La miré, y la miré raro. Ella lo vio. Agachó la cabeza. Pero sonreía. Me abrazó.
Cedí.
La besé, e intenté hacerlo tiernamente. Pude. Quise. La amaba. La amé hasta que se fue.
Al cerrar la puerta y quedarme solo, fui arrebatado. Un ataque de celos. Unos celos que no podían cuajar, que se negaban siquiera a ser dichos. ¿Por qué? Es evidente por qué.
¿Lo es?
Cogimos otras veces.

lunes, marzo 05, 2007

Intercambio epistolar de un matrimonio proletario (iv)


Por Playmobil Hipotético


Monte Quemado, 4 de enero de 1985


Edith:

Esther era la puta que visitaba cada vez que tu mamá se instalaba durante dos meses en el living de casa y no me dejaban ni siquiera dar vuelta el diario por que les molestaba el ruido. Una vez, vos te habías ido a hacer la manicura o a teñirte el pelo – total, nunca te miraba demasiado – y llegó la viuda eterna, cargada de bolsas marrones de modistas de Mataderos, y con su tapado verde oscuro. Empezó a tocar el timbre y yo no atendí. Los Teraksy la dejaron pasar al pasillo de la casa y como si no hubiera entendido que si se toca el timbre y nadie atiende es que no hay nadie, siguió durante cuarenta minutos apretando el timbre.

Había algo raro en esa casa, en ese living; siempre pensé que era el tufo que dejabas, el olor de tu bombacha sudada en el plástico de las banquetas. Y siempre pensé que eso no sólo me deprimía sino que era como un anestésico. Tu concha anestesiaba. En vez de empezar a cagarme de risa porque la vieja pelotuda estaba afuera, con ese sobretodo tan viuda de Onganía, empecé a tener miedo. Me imaginaba que la vieja encontraba la llave que dejábamos en la maceta de afuera o que llamaba a la policía y les decía que adentro había terroristas y entraban con tanquetas. Mientras los perros me mordían los talones para que no escapara por las escaleras, tu vieja se ponía a tomar mate en la mesa y se reía con el comisario. Fue tanto el miedo que me cagué. Y me cagué de verdad, no de metáfora. Y mientras trataba de no hacer ruido al bajarme los pantalones en el baño, sentí tal olor a mierda que supe que lo único más fuerte que tu menopausia anestésica era mi mierda miedosa.

Se murió la vieja. Es una pena. Ojalá la hubieras tenido que cuidar por toda tu vida. Decís que ahora ya nada te retiene en Buenos Aires, que ahora estás preparada para venirme a buscar. ¿Cómo hacés para entender tan poco de todo?¿Cómo hacés para que todas las palabras que rozan tu cerebro nunca, nunca jamás tengan influencia sobre una acción tuya? No sé. Nunca lo voy a poder entender; es como una energía, me dijo la bruja esa de mierda que estuve visitando, en valor negativo. Todo lo que te toca, todo lo que te roza, esa energía se encarga de alejarlo de vos.

Quizás hasta me asuste que todo esto que estoy haciendo, que lo empecé a hacer por el más puro resentimiento, ahora se haya convertido en otra muestra de tu influencia. ¿Qué yo te confiese mi odio es lo que te hace estar más cerca de mí? Reniego de todo. Me arrepiento de todo. No quiero odiarte porque eso te hace bien, te da existencia. Quiero verte muerta. Quiero nunca haberte conocido. Quiero que no me hubieras cagado la vida. Quiero que llegues acá y tengamos un duelo criollo. Te voy a clavar un cuchillo, no, mejor una punta oxidada de la cama que tengo en la pensión en toda esa carne que rodea tu nada. Y después de hacerlo, me voy a matar yo. Para que no existas más.

Walter.