domingo, mayo 27, 2007

Se acabó el exilio

Lo lamento. Estoy de nuevo. Acá

domingo, mayo 20, 2007

la incomodidad de la locura




Mi abuelo no sólo se rompió la cadera hace dos semanas. Mi abuelo rompió toda conexión con la realidad.

Mi abuelo siempre fue un hincha pelotas; cuando era chico, me seguía de incógnito - con un detectivesco sobretodo negro - para ver que no me pasara nada cuando iba a la plaza a jugar al fútbol. Hoy mi abuelo es un hincha pelotas: me pregunta cuarenta veces en diez minutos si soy titular de cátedra, me habla de la filosofía y la completitud, y después entra en una gelatina de palabras; una gelatina mal echa, de esas que vos ponés algo encima y se hunde; lo podés mirar desde afuera pero siempre te va a parecer que está irremediablemente abajo.


Mi abuelo siempre prefirió que yo no me moviera y que me quedara tranquilo, sin moverme, sin necesitar nada. Mi abuelo, por ejemplo, no entiende que yo viva solo. Y cuando digo que no lo entiende no quiero decir que está en desacuerdo sino que no entiende el concepto.

- Abuelo, soltate de la barra.

- Pero es que si me suelto, me caigo.

-Pero si estàs en una cama.

- No, estoy parado. Con el cansancio que tengo y no me puedo ni sentar.

- Abuelo, estás acostado sobre la cama.

- Bueno, tiráme una manta en el suelo y por lo menos me siento.

- Estás en la cama.

- Ah.

- Bueno, quedate tranquilo. Dormí que estás cansado.

- Y dónde me acuesto yo?

- Ya estás acostado. En una cama.

- Y dónde me acuesto? Aunque sea en el suelo.

-Abuelo, ya estás acostado.

- Mirá que estoy muerto. Quiero tirarme a descansar.

- Ves? Mirá.. ¿ves que son tus piernas?

- Ah, claro, no sé que me pasa.

- Bueno, ya está dormí. Son las 3 de la mañana.

- Y dònde me acuesto yo?



miércoles, mayo 09, 2007

PH en exilio interno: La medición del pene de Diego Corrales

Por Playmobil Hipotético

No todo el mundo puede entender el boxeo; tampoco es posible que todo el mundo entienda la muerte.

Ayer murió Diego Corrales. ¿Quién carajo es Diego Corrales, se preguntarán, que motiva que yo salga de un exilio interno que está siendo más complicado de lo que se creía originariamente?

Diego Corrales fue uno de los protagonistas de la pelea más emocionante que ví en mi vida. Ayer, justo ayer, cuando Corrales decidía viajar en moto pero no decidía que se iba a morir viajando en moto, se cumplieron dos años de esa pelea. La pelea fue entre José Luis Castillo y Corrales.

El boxeo supone la puesta en práctica de lo que todos, más o menos conscientemente, hacemos teóricamente: medirnos el tamaño de la poronga. Hasta el round 9, Castillo había hecho sangrar a Corrales por todos lados; en el décimo lo tiró dos veces.

Yo había grabado esa pelea porque me imaginaba que mi novia de ese entonces se iba a quedar dormida por el efecto del porro y porque yo me iba a despertar por un bajón considerable. Efectivamente, a eso de las 2 de la mañana, luego de irme a buscar lo que fuera que hubiera en la heladera, prendí la tele y empecé a ver la pelea.

Las banderas mexicanas de la parte más alta del estadio flameaban y el triunfo de Castillo era inevitable. X seguía durmiendo, yo seguía comiendo y la recuperación de Corrales era tan quimérica como lo iba a ser la posterior reconquista de X.

En el medio de la noche, en el medio de unos ojos hinchados de recibir golpes, Corrales descubrió que sus manos podían quebrar a un confiado Castillo y lo cagó tanto a palos durante casi treinta segundos que el referí paró la pelea y Corrales ganó por nocaut técnico.

Como un idiota, o más bien como si hubiera sido un fanático total de Corrales de toda la vida, empecé a saltar y a gritar con el único motivo de hacer lo único que se podía hacer frente a un tipo que ya estaba muerto y que, sin embargo, había matado.

Hoy, después de dos años de peleas y revanchas más o menos anodinas, Corrales se murió; es raro, pero pienso que es mejor que se haya muerto y no que se hubiera convertido en el eterno recordador de esos treinta segundos de un pasado que ya no vuelve. Para eso estoy yo.

martes, mayo 08, 2007

Ser padre hoy (7)


Por Matías Pailos


-Te voy a contar algo, papá. No te espantes. Yo fumo. Y no cigarrillos.

Okey. Podía soportarlo. Ya no me parecía algo tan grave.

-Pero no es eso lo que quería contarte. El otro día salí con unos amigos de la Facultad. Uno de ellos tenía merca. Les pedí que se peinaran unas líneas, que quería ver cómo se las tomaban. Uno de ellos, Gastón, estuvo particularmente insistente. Quería, aparentemente a toda costa, que probara. Me boludeó. Me boludeó de lo lindo. Decía algo así como “¿Qué te pasa, Fede? ¿Qué onda? Vos estás haciendo todo el camino por etapas. Primero fumás unos tres, cuatro años, mirás como pegan merca, después te clavás un ácido, después un éxtasis, después, solo después, te aspirás una línea. ¿Cuál es la diferencia? Hacelo ahora”. Tiene razón. Claro que tiene razón.
No te lo digo para que te preocupes. Hace más de tres o cuatro años que fumo, y no tengo ganas de probar otras cosas más fuertes, no todavía. Pero sí, si estoy haciendo algo, lo estoy haciendo por etapas. ¿Cuál es la diferencia de hacerlo todo de golpe? Ninguna. Una puramente mental. Si lo hacés todo de una, tu cerebro se encarga de reacomodar las fichas para que eso no te parezca forzado, para que se vea natural. Sin embargo, prefiero el recorrido escalonado. Y no es que afirme que estoy transitando por ninguna escalera, ojo.

Claro que es un drogón. Seguro que se clavó un ácido, el pendejo. Seguro. Sí, me preocupa. Le tengo miedo a las drogas, sí. Soy un viejo choto, soy todo el medio pelo que se pueda conseguir. Sí, ese soy yo. Tengo miedo. Tengo miedo que se bandee. Ese, sin embargo, no es el punto. El punto es que yo también prefiero viajar con escalas en el camino. Y el día anterior había quemado etapas a lo tarado. De apenas hablar, de solo insinuar bosquejos de historias, le zampo una de las más pesadas que se pueda imaginar. ¿De dónde salió eso? Del porro.
No nos engañemos: salió del porro. Sin el porro no hubiera visto la luz nunca. Claro: estaba en mí. Al menos como posibilidad, aunque más no fuera estaba en las cuarenta del mazo. ¿Quería que Fede se cogiera a Laura? Ni en pedo.
O sí. Pero ni en pedo.
O sea: ni en pedo.
Sin embargo…
¿Qué era ese ataque de celos? ¿Era mi “cerebro encargándose de reacomodar las fichas para que eso no me parezca forzado”? Porque de hecho me parecía forzado. Porque no la estaba pasando bien, pendejo. ¿Entendés? ¿Entendés, pendejo? Todo por tu culpa.
Ni siquiera lo podía enunciar de un modo convincente. Soy grandecito. ¡Soy su padre, por Dios! La responsabilidad sobre mi vida es mía, mía y solo mía.
Sin embargo…
Me resistía a creerlo. Quería culparlo, lo culpaba. Me moría de celos. De solo pensarlo, de solo imaginarme cogiéndose a Laura, se me paraba la pija.
Sí. ¿Qué me pasaba? De solo recordar a Laura gimiendo estaba a punto de acabar.
Hablé, les dije. Casi conté otra historia. Después me arrepentí. Después me solté. Los relatos fueron, desde cierta perspectiva, clásicos. Los protagonistas éramos, en general, ella y yo. A veces metía a otra mujer. A veces metía a su mejor amiga, una gortita tetona. Y se recalentaba.
Nunca, jamás, nunca ni jamás como aquella primera vez, fumada, con mi hijo.
Un día me animé.
Habíamos fumado otra vez y se lo conté de nuevo. Y después de coger, le pregunté si se cogería a Federico.

-¿Qué? ¡¿Qué?! ¡Ni en pedo!
-…
-Ni en pedo.
-Te lo digo en serio.
-…
-Yo quiero. Quiero que te lo cojas. Quiero que te coja.

Ella me miró. Enrojeció. No dijo nada.

-No sé

murmuró. Yo supe que había levantado la tranquera. Se lo iba a coger.
¿Lo supe? ¿Qué supe, qué vi? No vi, no supe nada. ¿De qué estoy hablando? Solo vi que se apagaba, o que prefería brillar a escondidas. ¿Qué vi o supe? Nada, a ciencia cierta.
¿Quería?

-Tenemos deseos y creencias contradictorias, papá. Más deseos que creencias, en algún sentido. La cosa es poner orden para gozar mucho y sufrir poco. La cosa es ser feliz.

Qué original, Fede. ¿En serio?
Lo que me reventaba era que él sí parecía implementar en el paño estas declaraciones. Mi asentimiento no se traducía en ninguna maniobra concreta. Aunque, ¿quién sabe? Hacer lo que le hice, decirle lo que le dije a Laura quizás, solo quizás contara como una traducción a una mayor satisfacción. ¿Y Laura? A Laura le fue presentado Federico.
Una cena. Una cena como tantas otras. El restaurante lo eligió Fede. Yo estaba inquieto. No va a pasar nada, me decía. Vino el vino. Las lenguas se soltaron. Se perdieron.

-El sexo hay que vivirlo a pleno. Nunca sabés cuándo se te va a cortar el chorro.

Ella sonrió. Sí, sonrió. Le sonrió. Sabía que yo estaba ahí, mirando, y le sonrió. Indisimuladamente, adrede. Para provocarme y solo para provocarme. Para excitarme. Para calentarse, la muy puta. ¿De dónde salió? ¿De dónde salí? ¿Quién soy?
Más, no puedo más. ¿Por qué ahora, ahora que quizás se me esté terminando la soga, ahora que quizás se me esté cortando el chorro?
Sexo. No hubo otro tema.
Estábamos tirados en el suelo, incomodísimos. Que lindo, es incomodísimo.
Él acerca su oído al de ella. Ella se ríe y sonríe. Le sonríe. Me sonríe. Es una gran, uniforme, incólume puta. Estoy a punto de estallar. Estoy recaliente.

-Después está el tema de las fantasías. Me están quedando pocas sin concretar.

Le sonrió. Él a ella. El círculo se cerraba. Era inminente. Las gigantescas sombras del futuro se cernían sobre el presente. Fastas o nefastas, ambas quizás, no podía comprender. Estaba cegado. De calentura, de celos. Tomé más vino.

-¿Cuál es la tuya?
-¿Mi qué?
-Tu fantasía sin realizar, Laura.

Ella no sonrió. Se quedó, copa en mano, mirándolo. Pero luego sí sonrió. Y mientras me miraba, sonrió.
Apreté cuchillo y tenedor. Separé otro filamento de entraña y me lo incorporé. Lo mástique poco y mal. Rápidamente, me hice de más y más pedazos, hasta que desapareció de mi plato.

-¿Estás bien, papá?

Lo miré. ¿Era mi hijo? ¿No debería ser uno como yo? Quizás lo fuera. Quizás yo no era quien creía ser. El lugar común, que para mi desgracia capté al instante, indigestó mi intelecto. El resto de mis facultades psíquicas ya estaban nubladas.
Llené la copa. La alcé. Lo miré a los ojos.

-Salud.

Brindamos. No sabía cómo había llegado hasta ahí, aunque me parecía bastante natural. Vi Federico en todos lados. Eso era. Sangre de mi sangre, eso era. Estaba dando de comer a la fiera. ¿Eso era? ¿Era yo otra víctima inconsciente de los mecanismos evolutivos? ¿Estaba operando selectivamente, aún sin saberlo, precisamente, quizás, por no saberlo, a favor de mis genes? ¿Qué estupidez es esta?
Debía huir. Ese no era mi mundo. Esta mano no es mía.
Hasta acá llegué. No voy a boicotear ninguna fiesta. Yo no soy así. No me meto con nadie si no se meten conmigo. No me meto con nadie. Ni si se meten conmigo. Soy un cobarde. Soy un soldado de futuras batallas.