Se acabó el exilio
Lo lamento. Estoy de nuevo. Acá
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Lo lamento. Estoy de nuevo. Acá
Publicado por Playmobil Hipotético en 10:57 p. m. 12 comentarios
Publicado por Playmobil Hipotético en 3:26 a. m. 19 comentarios
Por Playmobil Hipotético
No todo el mundo puede entender el boxeo; tampoco es posible que todo el mundo entienda la muerte.
Ayer murió Diego Corrales. ¿Quién carajo es Diego Corrales, se preguntarán, que motiva que yo salga de un exilio interno que está siendo más complicado de lo que se creía originariamente?
Diego Corrales fue uno de los protagonistas de la pelea más emocionante que ví en mi vida. Ayer, justo ayer, cuando Corrales decidía viajar en moto pero no decidía que se iba a morir viajando en moto, se cumplieron dos años de esa pelea. La pelea fue entre José Luis Castillo y Corrales.
El boxeo supone la puesta en práctica de lo que todos, más o menos conscientemente, hacemos teóricamente: medirnos el tamaño de la poronga. Hasta el round 9, Castillo había hecho sangrar a Corrales por todos lados; en el décimo lo tiró dos veces.
Yo había grabado esa pelea porque me imaginaba que mi novia de ese entonces se iba a quedar dormida por el efecto del porro y porque yo me iba a despertar por un bajón considerable. Efectivamente, a eso de las 2 de la mañana, luego de irme a buscar lo que fuera que hubiera en la heladera, prendí la tele y empecé a ver la pelea.
Las banderas mexicanas de la parte más alta del estadio flameaban y el triunfo de Castillo era inevitable. X seguía durmiendo, yo seguía comiendo y la recuperación de Corrales era tan quimérica como lo iba a ser la posterior reconquista de X.
En el medio de la noche, en el medio de unos ojos hinchados de recibir golpes, Corrales descubrió que sus manos podían quebrar a un confiado Castillo y lo cagó tanto a palos durante casi treinta segundos que el referí paró la pelea y Corrales ganó por nocaut técnico.
Como un idiota, o más bien como si hubiera sido un fanático total de Corrales de toda la vida, empecé a saltar y a gritar con el único motivo de hacer lo único que se podía hacer frente a un tipo que ya estaba muerto y que, sin embargo, había matado.
Hoy, después de dos años de peleas y revanchas más o menos anodinas, Corrales se murió; es raro, pero pienso que es mejor que se haya muerto y no que se hubiera convertido en el eterno recordador de esos treinta segundos de un pasado que ya no vuelve. Para eso estoy yo.
Publicado por Playmobil Hipotético en 12:15 a. m. 5 comentarios
Publicado por Playmobil Hipotético en 12:01 p. m. 6 comentarios
Por Playmobil Hipotético
Estoy esperando que se baje el capítulo 13 de la tercera temporada de Lost. También que empiece la pelea de Manny Pacquiao, un filipino con cara de niño malo y peleador (una especie de Nelson pero más chiquito).
Publicado por Playmobil Hipotético en 12:29 a. m. 18 comentarios
La integrante femenina de Afiebrados, Luciana, en uso plenipotenciario del teclado de su computadora, acaba de abrir un nuevo blog: La muerte del ratón. Pasen y vean…
Publicado por Dragon del Mar en 11:16 a. m. 0 comentarios
Publicado por Playmobil Hipotético en 3:01 p. m. 9 comentarios
Publicado por Playmobil Hipotético en 12:05 a. m. 2 comentarios
Por Luciana
Publicado por Luciana en 4:51 p. m. 5 comentarios
Es notable cómo uno se miente. Fueron escasos los minutos que tardé en comprender que, no, no había desactivado de una vez y para siempre el darle vueltas a la ideas. Darle vueltas, dije. Nada más falso. Era la idea que me acosaba, que me insistía, que me daba vueltas, que se multiplicaba y me acosaban, y me insistían, y me daban vueltas. En cualquier momento iban a empezar a cagarme a trompadas.
Llegué al encuentro con Laura con dudas. Como la acción pone en retirada las neurosis, ya que no el pensamiento, que suele incrementarse, las vacilaciones se limitaron a cumplir funciones de coro griego. Muchísimo, dirán. Sí. Mucho menos, sin embargo, que no dejarme en paz.
Al momento de coger comencé con las porquerías de rigor. Me sentía bien. Me asombraba. El comienzo fue trabado. No estaba suelto. Me podía mover, ojo. Pero no estaba del todo en el asunto, con la mente acompañando el movimiento, con la mente jugando con el cuerpo, con mi mente y su mente y mi cuerpo y su cuerpo en el mismo lugar, para lo mismo, haciendo lo mismo. Juntos. No.
Yo no estaba del todo en sintonía. Pero casi. Sentía que casi casi, pero no, y se me escapaba. Seguía cogiendo. Cuando dije la primera porquería me soné falso. Ella no reaccionó. Pensé en bajarme. En dejar que siguiéramos hasta que todo terminara. Hasta la próxima oportunidad. No sé quién eligió por mí seguir. Le dije otra basura de rigor. Apenas un gemido. Repetí. El gemido fue más sólido. Le dije: puta. Al rato acabó, y yo con ella.
Me sentía como si no me sintiera, y estaba muy bien. Muy muy bien. Porque me sentía bien, seguro. Era, no obstante, como si no me sintiera. Intenté un segundo arresto, pero esos días ya se fueron para no volver. Estuvo divertido. Intentamos un 69. No podría afirmar que ella estuviera excitándose. Más bien era como una satisfacción ligeramente potenciada. Logré una erección. No así mantenerla. Repito, estuvo muy bien.
Los días posteriores pensé mucho en sexo. Poco, sin embargo, en la táctica Federico de contar historias, de fabular. Reparar en ella era en general pensar en una práctica impensada de un pueblo exótico. Llegada la fecha del nuevo encuentro, las cosas fueron diferentes.
Todo me remitía a sexo con Laura. Por partida doble: a sexo, y a sexo con Laura. No podía discriminar bien entre ambas. Comencé a pensar que, como un pelotudo, me estaba enamorando. Temí y deseé ya estarlo.
Un pelotudo enamorado, pero con suerte, y que coje. Y que, ¡Dios!, estaba de novio. Rarísimo. Me sentía comenzando a ennoviar, y deseaba y no temía volverme un novio de 60 años. Con toda la intención de boicotear un estado de cosas que me favorecía, que me hacía feliz, se hizo presente el fantasma narrativo. Me instigaba a abandonar mi presente de plenitud, a dar un salto, a seguir y seguir. Contar historias, me decía, no es una opción. No, porque ella lo quiere. No, porque vos lo querés. No, porque el sexo va a ser mucho pero mucho mejor. No, porque si no lo hacés, todo va a ser peor. No hay eterno presente. Vos sabés, nada permanece en su lugar. Permanecer es envejecer. A la larga, es morir. ¿Querés que lo que tienen muera?
Claro que no quería. Claro que el cúmulo de verdades evidentes se me venía encima, y volvían a acosarme. Sin embargo, todavía seguía, de cierta manera, sin sentirlo.
Entonces fue el cine. A instancias de Federico, fui a ver una película yanqui, muy corta, sobre una pareja que retomaba, diez años después (todavía eran jóvenes. Tendrían 30 años cada uno), un breve romance interrumpido. Era muy buena. No me pareció excelente, pero era muy buena, sí. Pero no hablaba sobre mí: hablaba sobre mi hijo. No importó. No era la película. Éramos Laura y yo, viendo una película.
Luego fue la cena, que tampoco fue una cena, sino otro modo de ser de Laura y de mí.
Conduje a casa, dejándome nuevamente acariciar el pelo. Hablamos poco. En alguno de nuestros cafés compartidos, desde mi separación para acá, Fede me había dicho, glosando no recuerdo a quién, que lo que uno quiere con respecto a la pareja es estar en silencio, pero estar bien en silencio. Asentí inmediatamente. Uno no quiere hablar. Uno no quiere el silencio incómodo. Lo que uno quiere es lo otro de eso. Pero lo quiere con ella. Fede escuchó lo que tenía para decir. Sonrió. Permaneció sonriendo desde mi primera aprobación.
-Yo no creo eso.
Eso dijo el hijo de puta. Echa luz sobre mi vida y después me dice que no está de acuerdo. Alguien más sensato… alguien más intuitivo, más bien. Alguien con más calle, más pillo que yo hubiera presentido algo. Al menos se hubiera puesto en guardia.
-Yo soy feliz hablando. Siempre.
-Siempre de vos.
-Yo soy lo que hablo. Y más. Pero todo lo que hablo soy.
El modo epigramático de hablar. Tan suyo, tan infantil. Bueno, Fede. Ahora era yo el que sonreía.
Pero solo que no lo hacía. Hubiera querido hacerlo. No lo hice. Me desconcertó. Siempre, en algún punto de la charla, me desconcertaba. Creía (siempre lo hice) entenderlo, en muchos aspectos, en lo sustancial. Veía, entonces, que me engañaba. ¿Por qué hablaba así? ¿Qué quería decir? ¿Quería decir algo, quería solo hacerse el astuto, el ingenioso, el culto? ¿Por qué quería eso? En general ni siquiera me preguntaba eso. Solo habitaba un desconcierto, una extrañeza incómoda. Algo vagamente desagradable. Súbitamente desagradable. ¿Cómo, no estaba hablando con mi hijo de un asunto importante? ¿Quién es este tipo, quién es este extraño? Más que nada: ¿dónde dejó a Federico?
No quiero hablar más de Federico.
Quiero contarles que estábamos en silencio, en el auto. Quiero contarles que ella me acariciaba el pelo, y que yo la miraba y le sonreía. Quiero decirles que transitábamos por todos los lugares comunes de una pareja mayor de enamorados, y lo hacíamos a sabiendas, felices, satisfechos. Llegamos a casa.
Ella subió adelante, y pude ver sus muslos y su firme culo, enfundado en la falda negra ajustada. Cerré la puerta y nos besamos. Puse mis manos dónde quería, en ese culo relleno y duro, en ese culo maduro y todavía jóven. Estaba al palo. Como hacía mucho no estaba. Ella se separó de mí y fue a la pieza. Caminaba de modo deliberadamente insinuante, de la manera en que la televisión y el cine nos enseñaron a calentarnos. Desde el marco de la puerta, me sonrió ligeramente, rimando con los gestos previos, y con el dedo, en la misma tónica, me dijo vení.
Dentro de la pieza nada fue como esperaba.
¿Cómo decirles? Ya cosa ocurrió así:
Al llegar me dio un beso. Corto. Un pico. Me dijo
-Sentate.
Y me senté. Me dijo:
-No te asustes. Quiero hacer algo. No sé si lo vas a aprobar, pero quiero hacerlo con vos. Porque siento algo muy fuerte por vos. ¿Entendés?
Publicado por Dragon del Mar en 1:27 p. m. 2 comentarios
Publicado por Luciana en 1:54 p. m. 6 comentarios
El gobierno provisorio de Afiebrados adhiere de todo corazón a esta campaña. Ante cualquier duda remitirse a www.nomiresmtv.com. Desde ya, muchas gracias.
UPDATE: Según diversas fuentes que estimamos de confianza, el video clip "Amo a Laura" y su sitio web asociado forman parte de una campaña publicitaria de la MTV española. Su parodia, en cambio, tiene un origen más dudoso. Algunos informantes atribuyen la responsabilidad de la misma a jóvenes escépticos vinculados al Opus Dei.
Publicado por Dragon del Mar en 2:50 p. m. 0 comentarios
Publicado por Playmobil Hipotético en 12:43 a. m. 4 comentarios
Publicado por Playmobil Hipotético en 4:05 p. m. 5 comentarios
Por Matías Pailos
Hasta que un día me fue revelado. Un viernes. Volvíamos de una milonga. Ella baila muy bien. Yo, ¿a qué negarlo?, me las rebusco. Prefiero el tango de salón, el baile clásico. Hoy día está muy de moda eso de revolear las piernas a los cuatro vientos y olvidarse de abrazar a la dama. Mariconadas. Perdonen, pero mariconadas. Bueno, me fui de tema. Volvíamos de este piringundín medio caretón, en el que a pesar de haber mucho pendejo, primaba el baile clásico. Precisamente por haber mucho pendejo, permítanme aclarar. No hay forma de revolear las piernas en un salón atestado de gente sin sacarle la cabeza a uno. Así que, a las patadas, todos bailaban como se debe. Habíamos cenado, habíamos bailado. Ahora, a coger.
Durante el trayecto, mientras yo manejaba, ella me acariciaba la cabeza. Eso me relajó. Además, me la puso tiesa.
Bajamos del auto. Ella subió y abrió la puerta. Yo me acerqué lentamente. Mi mirada en la suya. Sus ojos en mi boca. En mi pecho. En mi bulto. Le acaricié los hombros. Bajé por sus brazos. Dimos vueltas. No sabía dónde tenía mis manos, salvo que estaban recorriéndola. En el comedor le saqué la blusa. En la cocina me sacó la camisa. La detuve cuando pretendía tirarse en la cama. Removí su sostén. La senté. Retiré sus bragas y dejé que la saliva abandonara mi boca y recorriera la piel reseca de sus senos, panza y vientre, hasta perderse en bajo su vello púbico. Siguiendo su derrotero, yo también me perdí. La lengua se ocupó de atrapar migajas de mucosa liquifecta, que era sorbida por mi ávida garganta. Los gemidos se prolongaron. Se hicieron más intensos. Sus muslos lo oyeron, y comenzaron a trepidar a su ritmo. Más tarde, mis pocos pelos se tensaron en las manos de una mujer que reclamaba, enérgicamente, una pija adentro. Me paré. La miré. Le dije: mirá la pija, le dije: mirá mi pija, le dije: la vas a sentir adentro, le dije: tomá, le dije: tomá, le dije: tomá, yeguita, le dije: qué yegua que sos, le dije: cómo te gusta que te la metan hasta el fondo, y acabó.
Sus piernas se cerraron reteniéndome, apresándome, como haciendo patente, como destacando y señalando y resaltando lo que acababa de pasar y quién era el culpable. De repente, un alarido. Laura reía inconteniblemente.
Esa fue la primera vez que hablé. En mi vida. No la última.
La vez siguiente no dije nada. Cuando fuimos a la cama de nuevo ella dejó caer sobre mi oído un ‘hoy decime porquerías’. Se me puso dura.
No sé qué pasó por mi cabeza. Cuando me reuní de nuevo con Fede, en la estación de servicio de Libertador y Melo (por fin se había mudado solo. No había, sin embargo, mudado de barrio), debatiéndome todavía si hacerlo o no, él dijo:
-¿Qué tal las cosas con Laura?
Y le conté todo.
Evidentemente quería decírselo.
-Pero no es la primera vez que le decís cosas a una mina… ¿o sí?
Le dije la verdad.
Sonrió.
Hubiera preferido que se cagara de risa. Hubiera sido menos humillante, e infinitamente menos condescendiente.
-Y, escuchame, ¿ya probaste contándole historias?
Se ve que reaccioné de modo extraño, como pidiendo explicación, como no comprendiendo de qué estaba hablando, porque pasó a detallar a qué se refería.
-¡No! Tenés que probar, no sabés cómo se calientan. Las vuelve locas. Pero locas, ¿eh?
Debo haber reiterado el gesto, porque el muy forro prosiguió en la misma tesitura.
-Probá. Variá. Empezá con ustedes dos en la misma situación. Contale lo que están haciendo. Después ves. Las historias se te van a ocurrir solas. El siguiente escalón pueden ser los lugares raros. La cosa no tiene límites, te garanto. Podés terminar contándole cómo la viola un burro, o cómo te cogés a tres minas. No importa. Vos probá. Ella te va a poner el límite solita. Además, no hay nada cómo imaginar situaciones de infidelidad. No importa quién sea el infiel.
Pregunté.
-No. No importa.
Es decir que…
-Sí. No importa. Nadie está siendo infiel. Es solo fantasía. Si le contás cómo se coge a Jessica Cirio, y acaba con eso, no es que es lesbiana. Ni siquiera implica que considere la posibilidad de cogerse a una mina. No implica nada. Pero nada, ¿eh? Es como hacerse la paja de a dos, pero mejor. Es como compartir una fantasía, solo que en lugar de sacudirte solo, se la metés como quieras. Es inofensivo, y de las cosas más estimulantes que probé.
¿Era mi hijo? Digo: ¿él y yo compartíamos código genético? Me era difícil imaginarlo. Recelé de él. No pude dejar de lamentar constatar un progreso de generación en generación.
Por el momento con decirle porquerías bastaba.
Publicado por Dragon del Mar en 3:03 p. m. 4 comentarios