lunes, agosto 28, 2006

Gerónimo

Por Dragón del Mar

Gerónimo era un chico muy neurótico. Quizás por eso, cuando terminó el secundario, se metió a estudiar Filosofía en la facultad. Allí aprendió teorías elaboradas por otros neuróticos, más asumidos y aplicados que él, y conoció personas que compartían su misma vocación por el desánimo. En segundo año se puso de novio con Carla, una chica tres años mayor que estudiaba Artes y estaba preparando su tesis sobre los carteles de "The End" en el cine norteamericano del período clásico.
—¿Viste todos esos firuletes que les ponen? —le explicaba a Gerónimo— Cada uno tiene su razón de ser.
Al principio las cosas marcharon bien. Pero con el tiempo, Gerónimo empezó a mambearse con la idea de que la pasión que su chica sentía por los finales debía tener un correlato en la realidad. De pronto sintió que cada despedida, aunque fuera momentánea, sería definitiva. Como si Carla estuviera todo el tiempo despidiéndose de él.
—¿De dónde sacaste esa idea? —preguntó ella, extrañada, cuando Gerónimo le confesó sus temores.
Él hizo una breve referencia al romanticismo alemán y luego cambió de tema porque empezaba a sentirse incómodo. Se le acababa de ocurrir que, por ser hija de padres separados que además se llevaban muy mal, Carla debía tener una triste imagen de las relaciones de pareja. Por este motivo, se dijo, cualquier mínimo disgusto o fastidio que él le produjera, la conduciría sin escalas y sin remedio a la nefasta idea de la separación. Y no estaba dispuesto a perderla.
Con el paso de los meses elaboró un complejo mapeo mental de todas las cosas que podrían provocarle alguna molestia a Carla. Renovó su ropa interior, moderó sus hábitos alcohólicos y empezó a bañarse a diario. Lucía tan pulcro y equidistante de las cosas, que un psicótico que vendía libros en la planta baja se convenció de que Gerónimo era una ficción. Cada vez que Carla le preguntaba qué le pasaba, él se limitaba a sonreir y asentir con la cabeza. Cuando ella se desesperaba, Gerónimo le pedía perdón.
—¿Perdón por qué? —se asombraba Carla— ¡Si estás ahí parado sin decir nada!
—Justamente por eso —respondía él, enigmático, con la vaga sensación de estar diciendo una estupidez.
De tanto joder, al final ella lo terminó dejando.
—Era una mina que no valía la pena —le comentó un amigo que lo quería consolar.
—No —dijo Gerónimo—, Carla tenía razón.
—¿Razón en qué?
En algún momento se le ocurrió la repuesta, pero al cabo de unos instantes la olvidó.

3 comentarios:

Eugenia Rombolá dijo...

Estoy muy contenta por la vuelta de Dragón.

Saludos!

Dragon del Mar dijo...

Gracias! Espero volver a leerte yo también, pronto!!

Tatuajes dijo...

Un post bastante interesante deberian escribir mas cosas como esta.
Att:
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