miércoles, agosto 30, 2006

Escribir en un huevo

Por Playmobil Hipotético

Sobre el escritorio hay un huevo. No llegó de casualidad, no es que llegué y alguien lo había abandonado ahí; tampoco es un huevo metafórico; menos que menos es el producto de una gallina inexistente. Es un huevo. Y está sobre mi escritorio.

El huevo es blanco y su forma es la de un óvalo. Si lo apoyo sobre la parte menos ancha, rueda, rebelándose a su posición artificial. Si lo apoyo lentamente y con cuidado sobre la parte más ancha, se queda ahí, como si ése fuera su estado natural. Sin embargo, cuando estoy tecleando el huevo se mueve como si lo estuviera arrullando.

¿Qué hay de interesante en un huevo, Sabrina? Sabrina no me contesta. Sigue obstinada en su silencio; a veces la saludo y siento que ya no me respeta, que hace como si yo no existiera, como si ya no estuviera junto a mí.

Si yo rompiera el huevo, tengo la certeza de que saldría un líquido viscoso; primero, la clara, transparente y gelatinosa; si yo quisiera tocar la clara se quedaría pegada a mis dedos, construyendo un hilo de clara que se iría estirando cada vez más; como si tocara mi propio esperma.

¿Querés que rompa el huevo, Sabrina? Mirá que lo limpio yo, vos no te preocupés. Sabrina no me mira, creo que ya no le importa qué haga o qué deje de hacer. Creo que si finalmente me decidiera y rompiera el huevo, Sabrina lo dejaría ahí por la infinidad de los tiempos; pasaría el tiempo y Sabrina y yo podríamos constatar cómo la clara se va adhiriendo al escritorio, primero como una especie de montículo gelatinoso, luego como un montículo sólido y luego como un montículo rodeado de bacterias y de cenizas de cigarrillo.

Después de que salga la clara del huevo, saldría la yema, un poco menos gelatinosa que la clara pero con un color vivo, el amarillo. La yema es el pollo que no nació, que se convirtió en yema, en algo amarillo con menor consistencia que la clara. Si los espermatozoides tuvieran otro color, mi esperma sería blanco con pintitas verdes. O no, quizás fuera blanco si es que soy infértil.

¡Sabrina, vení, el huevo no es una esfera perfecta! Sabrina no viene, está cansada de mis observaciones de que cuando Galileo dijo que la Luna no era una esfera perfecta, los aristotélicos dijeron que, en realidad, la Luna era una esfera perfecta pero que sus cráteres estaban llenos de una sustancia invisible, el éter. Pero, realmente, este huevo que estoy tocando y que está sobre esta mesa que estoy tocando, no sólo no es una esfera perfecta sino que tampoco es un óvalo perfecto.

Cuando paso mis dedos sobre el huevo tiene pequeñisimas imperfecciones como si tuviera pequeños pocitos y pequeñas montañitas. Me llevo el dedo con el que toqué al huevo a mis fosas nasales y tiene un olor bastante feo. Mi nariz de fumador, llena de mocos y vacía de aire puro, me hacen recordar algo. Cierro los ojos y trato de concentrarme pero no doy con la referencia pasada del olor; por eso no soy Marcel.

Quisiera acordarme cómo era el olor de mis dedos después de metérselos en la concha a Sabrina. Me imagino que no sería muy diferente al de las otras, pero como no me acuerdo, siempre voy a creer que era distinto, que lo podría reconocer así como esa escritora inglesa reconocía el camino a su amada por el río que ésta dejaba rumbo al cuarto.

El huevo se está llenando de unas pequeñas motitas negras; pero no es que esté pasando algo raro. Era previsible: es el segundo cigarrillo que fumé desde que estoy acá y cuando respiro más fuerte, cuánto más necesito que me llegue el aire a los pulmones, la ceniza del cenicero, también blanco, se eleva un poco y algunas partículas de ella aterrizan sobre el huevo. Si el huevo se quedara acá al lado del cenicero sobre el escritorio sobre el cuál tengo el teclado, en pocos días sería un huevo negro.

Sabrina no se daría cuenta que el huevo se convirtió en negro, no notaría nada peculiar en ello porque ya no se acerca y me abraza de atrás cuando estoy escribiendo. Sus manos ya no buscan mi pija dentro de mi pantalón. ¿Y para qué va a venir a éste lugar, a este sillón que es mío, que desde que no viene, es mi propiedad más crucial?

Estoy mintiendo. Tengo una silla, una computadora, un cenicero, un paquete de cigarrillos que para todos sería abundante para lo que resta de la noche pero que a mí me hace pensar que probablemente tenga que bajar a buscar más en el medio de la noche.

Y tengo un huevo. Blanco, con forma de óvalo imperfecto (¿pero entonces es un óvalo?), cubierto de cenizas y lejos de las manos de Sabrina.

En MTV ví una serie donde a una chica le daban una tarea; le entregaban un huevo y le pedian que lo cuide durante todo un día. A la chica se le rompía el huevo a las pocas horas y eso mostraba que no tenía responsabilidad. Mi huevo blanco no tiene esa función; mi huevo blanco no me mira, no me pide que lo cuide ni que le tenga cariño; ni siquiera me pide que no lo rompa. Es mi huevo y puedo hacer lo qué quiera con él.

A veces pienso que Sabrina quiere que yo elija entre mi huevo y ella. No dudaría ni un segundo. Me quedaría con ella. Este huevo no sirve para nada, es inútil, no es perfecto y siempre está a punto de romperse. Pero si lo rompo, ya no tendría nada que ofrecerle a Sabrina. ¿Y si Sabrina volviera a este estado de incomunicación una vez que rompí el huevo? Conseguiría otro; los huevos son intercambiables, no son individuos con derechos negativos de no interferencia. Los huevos no me importan. Más bien, me chupan un huevo.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Ay pero que cosa!

MAlditos huevos. Malditas Sabrinas.
Malditas transferencias y benditos cigarrillos.

Yo dele llorar. Maldita sensibilidad.

Anónimo dijo...

Tentativa de agotar un huevo porteño. Gesta noble y experimental, aunque con cierta alcurnia.
No le voy a mentir: el texto aumenta su interés a medida que el protagonismo de Sabrina aumenta. O
a medida que el interés del protagonista por el interés de Sabrina aumenta.
Remueva el chiste del final.
Me gustó más de lo que inicialmente creía. Eso no es nada. Me gustó mucho.

Luciana dijo...

A mí también me gustó mucho, realmente, pero debo reconocer que coincido con el señor Pailos: si removiera el chiste del final, me gustaría aún más.

Anónimo dijo...

la verdad me encanto...
me sorprendio mucho... jamas me espere que un huevo en un escritorio iba a ser objeto de un relato.
comparto que el chiste final, como cartago, debe ser destruido.

calderas de gas dijo...

Que complicado es escribir en un huevo no?
att:
calderas de gas
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