El cuadro del comedor
Por Luciana
El cuadro del comedor es una reproducción poco feliz. Está enmarcada en un dorado que luce opaco por el efecto de las luces oscuras de la sala, o por el tiempo, o por la tristeza que producen esos colores lavados.
La situación es la siguiente: el cielo no tiene nada de llamativo, podría ser un día nublado, con neblina o un quince de enero a las tres de la tarde con un calor sofocante que terminó en diluvio y en serenidad como suele ocurrir a menudo.
Los árboles son flacos y desparejos, los hay a ambos lados y en las copas el color se debe de haber mareado y probablemente haya caído al charco de agua que se fue asentando a lo largo, hasta suponer que el camino seguirá mojado y desolado siempre y con ello, la consecuente resignación.
Entre el barro y el agua estancada aparecen en el extremo inferior izquierdo una serie de patos; uno de ellos parece nadar como en una laguna, con ese nado lacio y subrepticio de los patos, mirando siempre al frente mientras se deslizan hábilmente.
Más atrás la presencia de dos niños; podrían ser dos varones o un varón y una nena. No tienen cara, es como si sintieran vergüenza de la lascivia de los ojos que se dan a mirar lo que sea, de la impudicia de poseer nariz y de la ostentación de la boca con la que se pueden pronunciar palabras inadecuadas.
Y así, estos dos niños que van acompañados por un perro negro y petiso o por una mancha oscura que es un reflejo en el agua, se acercan a la figura de una persona, hombre o mujer, también sin cara que, agachada, o bien se encuentra con el atado de una cosecha, o bien le da una terrible puntada en el estómago, o bien se entretiene mirando lo que flota bajo sus pies y lo examina con una ramita.
Además, al fondo hay otra silueta que mantiene la misma vaguedad o el mismo pudor que las otras y está parada al lado de una tranquera que lleva a un descampado desde el cual se pueden, de todas maneras, divisar algunas casas, sumadas a la que se encuentra detrás de la persona que permanece en cuclillas que posee una chimenea apagada a la cual se le ha atascado una nube gruesa y definida o bien es el humo espeso, algodonado y blanco que se desprende con las primeras brasas y el mástil recién lavado y deshollinado.
A decir verdad hay otros elementos sobre los cuales resultaría tedioso detenerse salvo por una torre similar a la de los dibujos animados que frecuentemente ocultan en las sombras a algún ser malvado y sin escrúpulos y, si esta fuese realmente una obra célebre, sería grato imaginar que es el lugar de residencia del autor empalmado al escenario donde transitó los años de su infancia y demás detalles que jamás son comprobables pero sí necesarios para las visitas guiadas a galerías de arte.
Igualmente, a esta obra le falta firma como para evitar el derecho a insultos o agravios, caso similar al cuadro que lo mira desde la pared de enfrente que, donde descansa una pareja en un banco que está sobre un suelo colorado y se lee rojo en el extremo inferior izquierdo sin saber si se trata del nombre del creador o de una indicación absurda.
La situación es la siguiente: el cielo no tiene nada de llamativo, podría ser un día nublado, con neblina o un quince de enero a las tres de la tarde con un calor sofocante que terminó en diluvio y en serenidad como suele ocurrir a menudo.
Los árboles son flacos y desparejos, los hay a ambos lados y en las copas el color se debe de haber mareado y probablemente haya caído al charco de agua que se fue asentando a lo largo, hasta suponer que el camino seguirá mojado y desolado siempre y con ello, la consecuente resignación.
Entre el barro y el agua estancada aparecen en el extremo inferior izquierdo una serie de patos; uno de ellos parece nadar como en una laguna, con ese nado lacio y subrepticio de los patos, mirando siempre al frente mientras se deslizan hábilmente.
Más atrás la presencia de dos niños; podrían ser dos varones o un varón y una nena. No tienen cara, es como si sintieran vergüenza de la lascivia de los ojos que se dan a mirar lo que sea, de la impudicia de poseer nariz y de la ostentación de la boca con la que se pueden pronunciar palabras inadecuadas.
Y así, estos dos niños que van acompañados por un perro negro y petiso o por una mancha oscura que es un reflejo en el agua, se acercan a la figura de una persona, hombre o mujer, también sin cara que, agachada, o bien se encuentra con el atado de una cosecha, o bien le da una terrible puntada en el estómago, o bien se entretiene mirando lo que flota bajo sus pies y lo examina con una ramita.
Además, al fondo hay otra silueta que mantiene la misma vaguedad o el mismo pudor que las otras y está parada al lado de una tranquera que lleva a un descampado desde el cual se pueden, de todas maneras, divisar algunas casas, sumadas a la que se encuentra detrás de la persona que permanece en cuclillas que posee una chimenea apagada a la cual se le ha atascado una nube gruesa y definida o bien es el humo espeso, algodonado y blanco que se desprende con las primeras brasas y el mástil recién lavado y deshollinado.
A decir verdad hay otros elementos sobre los cuales resultaría tedioso detenerse salvo por una torre similar a la de los dibujos animados que frecuentemente ocultan en las sombras a algún ser malvado y sin escrúpulos y, si esta fuese realmente una obra célebre, sería grato imaginar que es el lugar de residencia del autor empalmado al escenario donde transitó los años de su infancia y demás detalles que jamás son comprobables pero sí necesarios para las visitas guiadas a galerías de arte.
Igualmente, a esta obra le falta firma como para evitar el derecho a insultos o agravios, caso similar al cuadro que lo mira desde la pared de enfrente que, donde descansa una pareja en un banco que está sobre un suelo colorado y se lee rojo en el extremo inferior izquierdo sin saber si se trata del nombre del creador o de una indicación absurda.
5 comentarios:
lo bueno sería saber la firma del otro cuadro, el de la pareja, aunque en el fondo, todos sabemos quien lo firma.Me gusta me gusta su comedor.
gracias, playmobil... y tiene razón, ahora lo que me asusta es averiguar cómo fue que a mis padres se les ocurrió colocar ese espantoso cuadro en el comedor de mi pobre casa.
las personanas sin cara son una marca de fábrica de la etapa final de Edvard Munch. Esto es como la versión literaria de Munch.
El relato me hizo acordar a un cuento que, presuntamente, escribió Di Benedetto. Cuenta Antonio que, respondiendo a un desafío de Sábato, se propuso escribir un relato sin rastro humano. (Por lo que comenta acerca del cuento, fracasó.)
Los cuadros de Munch son una maravilla, distan tanto del cuadro del comedor! pero ahora que lo dice, Pailos, lo voy a mirar con otros ojos y, como siempre, agradezco sus comentarios que son tomados en gran consideración.
Siempre me ha gustado el arte. Buen aporte Gracias. Un saludo
Att: calderas de gas
tatuajes madrid
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