El Pendejo (2da. parte)
Por Matías Pailos
Se sentó al lado de mí, enjarretada con esas prendas y afeites que sería incapaz de describir, pero que revelaban gusto, mesura, y, por sobre todo: dinero. (Mi única tesis es la siguiente: (por lo general) a mayor guita, mayor belleza.) Cruzó las piernas, logrando que el pantalón tres cuartos se tensara y me permitiera descubrir dos cosas: usaba medias muy cortas y el acentuado escote (los escotes, por supuesto, no solo son pronunciados: a veces también se acentúan) permitía comprender que tras él poco había. No me importó. Prefiero culo a gomas. Soy de esa mitad del universo (heterosexual masculino). Y de culo venía fenómeno.
Era medio narigona. Era de carita minúscula y de una sonrisa perpetua. Tenía algo de irregular en sus facciones. No me gustó. No: no me gustó. Pero estaba caliente, pero más estaba a la busca, y más que nada quería no dejar pasar la más recóndita posibilidad. Así que, una vez hubo desplegado el programa del ciclo (del que puedo dar detalles, y no me privaré de hacerlo), tuve el tino de hacerle un comentario sin sentido sobre el film que acababan de exhibir, y que yo había visto la semana anterior. Era… ¿les digo? ¿Les digo o me sigo haciendo el misterioso? No no: bastante me cuesta tenerlos ahí leyendo como para hacerme el difícil. Era ‘Gozu’, vean. ¿Que qué era? Era ‘Gozu’: ‘cabeza de vaca’. Era una de las mil películas de Takeshi Miike, de quien soy fan. Ya saben, y para los que no saben, les cuento: un exceso. Contar un exceso a una chica, contarlo con cierta reticencia, con alguna delicadez y algún rebusque (idiomático, particularmente) equivale a engancharla. Quizás no a enamorarla. Eso es más difícil. Pero sí a comprometerla (por más que ella no lo sepa) a otra salida. Eso, exactamente, fue lo que pasó. Le conté los highlights de Gozu, y, nuevamente: ya saben. El caniche yakuza revoleado por los aires, el asesinato general en la carretera, el parto insólito. El principio y el final, con un montón de atmósfera Lynch en el medio. Bueno: eso basta. Sépanlo. Contribuyo, a qué dudarlo, que en a continuación proyecten esa joya de la filmografía mundial y atemporal (otro exceso) que es ‘Donnie Darko’. El conejo, o el hombre conejo soñado y profético, ya saben (yo hablo como si supieran. Puede que no sepan, de acuerdo. Pues: ¡entérense! Donnie Darko es eso: es el conejo, o el conejo soñado y profético). Claro: Donnie Darko también es ‘The Killing Moon’, el tema de Echo & The Bunnymen (uia… ‘Los hombres conejo’… me siento muy boludo: recién me doy cuenta. Richard Kelly y la concha de tu madre… (Richard Kelly es el director: ¡y la concha de su madre!)).
Les quiero contar cómo me levanté a Julieta y no puedo. ¡Ah, la afición a la digresión, a los paréntesis, a la nota al pie! (La misma cosa, ¿no?) Le dije esa gilada (¿Cuál era?), ella se rió, yo repliqué, ella replicó, yo: otra gilada, ella: otra risa (menos pronunciada), yo: otra réplica y ella: otra réplica, y yo: otra gilada y otra réplica y ella: otra (poderosa) sonrisa y (silencio) otra réplica, y yo: un comentario en voz baja, porque la película ya comenzaba. Ella dijo algo que no escuché. De todas formas asentí, sonriendo (es importante hacer creer que uno escucha aún cuando no escucha) y la película comenzó.
¿Qué pasó? ¿Me olvidé de Julieta durante la proyección? ¡No! ¡De ninguna manera! Estuve atento a ella cada cambio de cámera, cada cambio de plano, sí: cada fotograma. Sin embargo (noten cómo funciona un obsesivo, un hombre más allá del medio en que se mueve) lograba mantener a parte mi puntilloso recuento de cada indicio de movimiento de Julieta de mi atención gozosa de la pantalla y su devenir. ‘Donnie Darko’, probablemente sea mi película favorita. Puedo decir lo mismo de tres o cuatro películas más. Lo importante es que también lo puedo decir de Donnie Darko (lo que es la experiencia: uno ya no tiene una película, un libro, un disco de cabecera. Uno tiene multitudes. Uno, sabiamente, calla este hecho.). Por suerte, lamentablemente, la película terminó.
La miro. Me mira. Sonrío. Sonríe. (¡Puta madre! ¿Vas a dejar de copiarme? (¡Vamos carajo! No dejes de copiarme).) ‘¿Vamos?’, digo. ‘Vamos’, repite. Me paro, se para. Sale, y sí: tiene un culo redondo y paradito. Bajamos la (interminable, subjetivamente) escalera y logro, en el pasillo a la sazón recta final, ponerme a la par.
-Uff…
-¿Cómo?
-La película. Uff…
-Sí.
-Y sí. Me sobrepasó.
-¿Te gustó?
-Me encantó. [Acá comentario: la manifestación de cualquier actitud que rebase la media inhibe al interlocutor. Si usted padece ese tipo de actitud, por exceso o defecto, no dude en hacerla pública y tomar control de la conversación. Claro: si eso es lo que desea.]
-Ah.
-Me mató. Muy Lynch, ¿no?
-Nunca vi nada de Lynch.
-¿No? Ah, eso hay que remediarlo. Inmediatamente.
-Te parece tan grave.
-Es gravísimo.
-Voy al baño.
-Vaya.
Y se fue. Y yo: atornillado, por un instante, a la baldosa que impedía que me precipitara al centro de la Tierra, mirando como Julieta subía las escaleras. Mirándole el culo. Buen culo. Corrijo: muy buen culo. Muy buen culo no basta para ser una belleza. Julieta (les dije) no lo era. Miraba su culo y calculaba: ¿cuánto tardaré en cogérmela? Después recordaba lo fatal: yo nunca había sido infiel. Y luego, o al mismo y superpósito tiempo: antes me la tengo que levantar. Levantar una mina x (digo: cualquier mina) seguía siendo en mi imaginario comparable a escalar el Himalaya. Por supuesto (y en esto se perdió en el baño, me parece. Dejé de prestarle atención, en cualquier caso), yo ya había escalado el Himalaya antes… una decena de veces, digamos. Es decir: algunas menos.
Sí, bueno: no tenía experiencia. ¿Y qué? ¿Qué, soy un pelotudo, acaso? ¿Se me van a reír en la cara por eso? Ah. Creía.
Sí sí: soy muy inseguro.
Sí sí: tengo temor pánico a la opinión ajena. A la burla. Al menosprecio. Al ninguneo.
Se me cruzó una imagen: Julieta en cuatro. La espalda arqueada, la espalda desnuda, su cuerpo agitado. Apareció Julieta. Ni me miró. La distancia entre la chica que, vestida, bajaba los escalones, y la perra desnuda que me abría sus cantos me pareció infranqueable. Bajó. ‘¿Vamos?’, me preguntó. ‘¿Me esperás que voy yo al baño?’. ‘Sí’.
Subí, lentamente, los escalones. Quería, anhelaba, ansiaba ser visto. Quería que sus ojos y su cara y todo su ser pendieran de mi lento ascenso al lavabo. Sabía que no, pero no lo sabía en ese preciso momento.
Me demoré en los aprestos y la realización (ubicar el mingitorio, bajar la cremallera, sacar al amigo, retirar el capuchón y entonces: respirar una, dos, tres veces, pausado; cerrar los ojos, pensar en el pensar, dejar fluir el chorro. Agradecí que no hubiera nadie en el baño. Una maldición que acarreo dificulta mi libre mear en presencia ajena), en el aseo posterior (con agua, sin jabón –como en la mayoría de los baños públicos. ¡Oh, miserables codiciosos, pendientes de la menor erogación…! ¿Qué les cuesta poner un jabón de morondanga para hacer del lugar de enjuague, uno de lavado? En fin: me miré a los ojos, sequé mis manos en mi pelo, puse cara de malo). ¿Qué hago? No planear. ¿Qué hago? La acompaño. ¿Hasta dónde? Hasta dónde sea; hasta donde sea razonable. Bien. ¿La invito…? Mmhh… Na. Le pido el teléfono. Eso: le pido el teléfono.
Bajé. Ella miraba para otro lado.
7 comentarios:
por más que esté bien escrito gramaticalmente hablando, tenés que hacer algo con ese comienzo.
saludos.
gracias por el consejo. Sí, tengo que hacer algo. En verdad ya lo hice. El comienzo no es el comienzo. Esta 'segunda parte' es en verdad la parte del medio del primer capítulo, que por cuestiones de espacio viviseccioné acá.
Voy a ir de a poco. El resto del primer párrafo... ¿qué te pareció?
una segunda parte aún más machista que la primera, aún más altanera que la primera, aún más claramente pendeja que la primera. las disgresiones cuando están cerca de la teoría acerca del levante, van como carozo a la aceituna; cuando no, son como las sardinas dentro de la aceituna: contingentes
ah, las cosas que dice, ph. Seguro que se las dice a todos. (Tengo una relación amor-odio con las digresiones.)
¿Para cuándo un texto de ph en esta página?
Pailos, me gustó mucho. Creo que me gustó aún más que la 1° parte, no lo sé, no lo corroboré. En verdad, es una sensación que probablemente esté relacionada con que acá, además de sus pensamientos también van pasando otras cosas, que haya de ambo(pensamientos y otras cosas) lo hace interesante y espero ansiosa la 3° parte.
Coincido: a por menos cháchara y más acción.
El pendejo y su segunda parte esta mas que bien.
Un saludo.
Att: calderas de gas
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