miércoles, septiembre 13, 2006

Záfiro (parte I)

Por Zedi Cioso
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“Los privó de su fuerza y de su figura y los redujo a meros reflejos serviles. Un día, sin embargo, sacudirán ese letargo mágico” Jorge Luis Borges

Escribo esta carta de amor desde una habitación en llamas, siguiendo al pie de la letra el consejo de un célebre escritor. Aunque para ser sincero no creo que tenga ya otra alternativa. El líquido inflamable salpica las paredes. El fósforo está echado. Ardo ya.Pues bien. Hago memoria. En esa época yo me encontraba cursando el tercer año de la carrera de Letras en la UBA y en mi casa ya me habían lanzado un ultimátum para que obtuviera mi propio sustento. Entonces se presentó esta oportunidad a través de un amigo de la infancia de mi papá y no la desaproveché. De esa forma ingenua e inocente nos encaminamos al patíbulo de nuestras desgracias. Y solemos ir charlando jocosamente con el sacerdote que intenta infructuosamente darnos la extremaunción, riendo, contando chistes. Se trataba de un trabajo simple que no requería ningún tipo de compromiso físico ni intelectual. Me desempeñaría en el turno fijo de ocho de la mañana a cinco de la tarde “el turno de la muerte” según mis compañeros que temían con pavor aquello que yo más anhelaba: estar encerrados en un cubículo oscuro de dos metros cuadrados mientras puertas afuera la vida, la mañana, la dicha, acontecían. Yo, en cambio, ¿Qué más podía pedir que tener nueve horas de máxima concentración para leer todo lo que se me antojara y encima cobrar un sueldo nada desdeñable por ello? Creo que nunca volví a leer tanto como durante ese período de mi vida. No, no cuento con tanta disciplina. Ahí, en cambio, no había otra cosa que hacer y además experimentaba un placer añadido cada vez que pasaba una página del libro o una hoja del apunte anillado, como si le hiciera una zancadilla a la plusvalía. Nunca me veía en la obligación de solicitar días de estudio, todo lo contrario, a veces pedía que me aplazaran los francos para poder estudiar mejor. Hasta que tomé ese trabajo había sido un alumno irregular y algo díscolo. No me faltaban buenas ideas pero era reacio al esfuerzo que implicaba llevarlas adelante. Estoy convencido que de no haberme incorporado a aquella actividad no habría elevado mi promedio ni obtenido la adscripción. Ahora soy ayudante de primera y vivo holgadamente gracias a una beca de doctorado. El Estado me paga por leer y ya no tengo que hacerlo a escondidas. De todas maneras no quiero dar una impresión errónea: yo me desempeñaba correctamente en mis funciones y nunca defraudé la confianza que el conocido de mi papá había depositado en mí. Si bien es cierto que cuando veía por la pantalla del monitor que su auto alemán atravesaba el portón y se estacionaba en el lugar que siempre le estaba reservado, yo procedía a guardar prolijamente el libro o apunte que estuviera leyendo en ese momento. Por entonces tenía veintitrés años y ni se me pasaba por la cabeza ser escritor. Tampoco lo pienso ahora, que cuento con treinta y dos y lo único que me interesa escribir es mi tesis de doctorado. Solía despuntar el vicio, eso sí, con algunas poesías que se perdieron en el revés de los cuadernos de apuntes, y aún hoy desgrano mis retahílas de versos de cuando en cuando. Pero escritor, lo que se dice escritor, como aquellos a los que dedico mis monografías, no fui ni pienso serlo jamás. Se trata tan sólo de que mis amigos ya se cansaron de prestarme oídos para escuchar esta historia y me instan a que la ponga por escrito a ver si en el acto de compartirla con el mundo logro sacármela de una buena vez de la cabeza. De modo que a duras penas escribo estas torpes líneas y por lo tanto creo que es mi deber informar que es esta la primera vez que me aventuro en la prosa y espero que en virtud de esa confesión sabrán ustedes disculpar todos mis errores y torpezas de iniciado. Por ejemplo, llevo un buen rato escribiendo y todavía no precisé en qué consistía mi trabajo. Pues bien, me desempeñaba como recepcionista en un albergue transitorio. Un “telo” bah, como se lo conoce popularmente. Mi papá se refiere a él como “el amueblado” y un amigo de Mendoza lo llama “el ponedero”, pero todos apuntan a lo mismo y entienden bien de qué se está hablando: se trata de un hotel al paso donde se alquilan habitaciones por horas y al que acuden parejas para mantener relaciones sexuales. Nada del otro mundo. ¿Quién no visitó alguna vez o varias veces alguno de estos lugares? Los hay de todo tipo: desde los sórdidos de Constitución hasta los lujosos de la Panamericana, donde una habitación puede costar lo mismo que la suite de un hotel cinco estrellas. Nunca tuve ningún tipo de prejuicio al respecto. No creo que tenga nada de malo trabajar en uno de estos lugares. Nada de malo, repito. Excepto que te enamores de una cliente.
(Continuará)

2 comentarios:

Playmobil Hipotético dijo...

no, es verdad, no tiene nada de malo. Es un negocio como cualquier otro. Lo que más me gustó fue el final, el que dice que usted tendría que escribir, amigo cioso, zedi, algo así como guiones para tele; el final es justo, es justo lo que nos da intriga para seguir leyendo. Y otra cosa que nos da intriga: con quien baja su padre del auto (no me venga a decir que va solo a ver cómo anda el negocio familiar; no me venga a decir eso)

Anónimo dijo...

Bueno, me alegra que le haya gustado. El relato todo tiene un aire de guion televisivo. Sí, seguramente se adaptaría bien a este formato. Pero lamento decepcionarlo en un aspecto, el que se bajaba del auto no era mi padre, sino su amigo, (el dueño del telo que me había contratado como recepcionista).
La próxima semana, la segunda entrega.