miércoles, octubre 18, 2006

El Pendejo (3ra. parte)

Por Matías Pailos

Eso me desanimó, pero tampoco ni que tanto. Una vez más, la pregunta:
-¿Vamos?
-Ajá.
Sonreía. Irradiaba, ¿qué? No sé. ¿Irradiaba?, me pregunté minutos más tarde. No sabía. No creía –me decía: es lo que quería creer. Quería convencerme de que valía más que el polvo. ¿Para qué más? Porque yo siempre busco todo, en cada oportunidad. Porque además de polvo, quería novia. ¿La quería para ser infiel? No lo tenía presente.
Caminamos. No le di tiempo para sentirse incómoda: ya la estaba rodeando con palabras. La película. El nuevo cine independiente norteamericano. La película. La banda de sonido. ('¿Viste? Empezó con 'The Killing Moon', el tema de Echo & The Bunnymen. Ajá. ¿Qué quiénes son?') La película. Mis impresiones. Mis y sus impresiones. A ella le había gustado. No, no le habían volado la cabeza. A mí sí. Eso dije. Eso me admití. (Digresión: ¿cómo saber si algo lo conmovió definitivamente, o uno solo juega al conmovido? Hay una decisión involucrada. Subterránea, quizás inconsciente. Hay una decisión. Lo que no hay es posibilidad de error: si se duda si nos conmovió definitivamente, tenga por cierto que nos conmovió. En ese entonces sentía sobre mí, de modo todavía acuciante, la condena moral a la máscara, al disfraz, al juego. A la exageración. Ya había leído Gombrowicz, todavía no me había analizado. El que dominaba mi conciencia no era el moralista kierkegaardiano, el incólume fanático. Todavía no lo había encerrado en el pasado, sin embargo… ¿Podemos volver al relato?)
Caminamos por San Juan hasta la estación de subte. Era temprano. No: no iba a tomar el subte, me dije. Mejor desaparecer en cuanto ocurra. Mejor que todo cierre, si no de modo dramático, al menos sí definitivamente: que ella desapareciera en la boca de subte. Yo me esfumaría más arriba. -Sabés qué, ¿no?: este es el momento en el que te pido tu teléfono.
Ella me miró. Al instante, sonrió.
-Todo bien, pero no estoy nunca en casa. Y ayer perdí el celular.
-Muy bien. ¿Soy muy indiscreto si te pido una dirección de mail?
Volvió a sonreir.
-No, para nada. ¿Tenés para anotar?
Claro que tenía. Me anotó su dirección, yo le anoté la mía.
-Una última pregunta: ¿cómo te llamás?
Adivinen: sonrió.
-Julieta. ¿Vos?
-Federico. Federico.
-Mucho gusto.
-El gusto es mío.
Nos besamos y ya no la vi más. Bueno: por ese día no la vi más.
Mientras volvía sobre mis pasos, en busca del 29 perdido, cavilé: ¡qué bueno es la conquista! ¡Qué bueno es la busca! ¡Qué bueno es hablar con minas! ¿Me dará pelota? Finalmente: ¿me la cogeré?
Pensé: qué espamentoso que soy para las solicitudes de teléfonos, cuánto recato, la reconch. Recordé, claro: las minitas aman los payasos y la pasta de campeón. Pasta de campeón, mmhh… payaso sí puedo ser. Payaso, ¿soy? Tengo que serlo más. Especulé: es el temor reverencial que me despiertan las mujeres, es el miedo atávico.
La burla. El menosprecio. El ninguneo.
El rechazo. La negativa. El fracaso.
Caminé más cuadras de lo necesario. San Telmo en esa zona no me merecía la mayor de las calmas. Caripelas que podían trocar fácilmente en maleantes que me despojaran de los escasos morlacos que llevaba encima. Quería, quiero, ahorrarme el susto del momento y la rabia posterior.
Vino el puto 29 y monté con decisión. Me tumbé en un asiento individual y, con los auriculares emitiendo las ondas sonoras provocadas por una populosa radioemisora de rock local, cerré los ojos, feliz.
No me pude dormir.

2 comentarios:

Playmobil Hipotético dijo...

pocas veces mejor usada esta frase, pocas veces: las minitas aman los payasos y la pasta de campeón.

pero además el pendejo ha llegado al momento de olvidarse - aunque sea momentáneamente - de dos cosas y eso está muy bien para el futuro del relato

Card Counting dijo...

It is remarkable, it is the valuable answer