lunes, enero 15, 2007

El Pasado

Por Matías Pailos


Conozco quien dice solo tener amigas. Sin embargo, su actividad sexual es, por decir poco, regular. Otro, que no coje más ni menos que aquél, sostiene estar plagado de novias. Un tercero niega que las chicas con las que ocasionalmente comparte lecho pertenezcan a uno u otro agrupamiento. Esto, que amerita estudio sesudo de esta Alta Casa de Estudios, va a servir de poco más que como una excusa para adentrarnos en los sombríos terrenos que nos preceden, nos rodean, condicionan, y sirven de guía: las ex.
Hablaremos de las ex novias, y en lo antedicho puede que ya constituya una llave para acceder a otra sala, aún más interna, casi dentro de la cámara sepulcral del faraón y sus tesoros: la influencia de ellas en nosotros, su importancia y su por qué. Lo anterior sirve, si no más, para comprender lo arduo de la tarea de precisar el concepto de ‘ex novia’. Optaré por una vía blanda, por el sendero anchuroso: dejaré que dentro de él caigan relaciones duraderas, o afectivamente trascendentes. (La disyunción es inclusiva, por lo que basta con que la fémina en cuestión satisfaga una de las dos categorías para poder ser rotulada como ‘ex novia’.)
Decía, antes de perderme (heme aquí de nuevo), que quizás lo sustancial no esté en la parte de ‘novia’, sino en la de ‘ex’. Es decir, lo más significativo de ella en nosotros yace allá lejos y hace tiempo. No ahora. Aunque puede que todavía, claro, puede que aún merodee. Pero al pensar en ella, al mentarla, traemos a colación, se instancia solito y solo un inmenso cartel luminoso privado que clama “¡Ex!”. Ya no más. Para bien o para mal.
Esta es, entonces, otra dicotomía: ¿queremos que se haya adentrado en nuestro pasado, o la queremos aún en este ápice vertiginoso entre ‘ya no’ y ‘todavía no’ que somos nosotros, aquí y ahora? Si es lo segundo, estamos bajo su poder. Si es lo primero, es capital emotivo y vivencial disponible para futuras conquistas, relaciones, y rupturas.
¿Fuimos dejados, o dejamos? (Otro tema: ¿qué prefiere, lector?) Suele pensarse que, en general, la que nos deja graba a fuego su recuerdo; no así la otra.
Creo que hay razón en esto.
Y sin embargo…
Sé de quién no quería y dejó, y lloró en el intento. ¿Por qué lloró? ¿Cuánto de sentimiento había presente? ¿Cuánto de estar a la altura de las circunstancias, cuánto de cumplir con lo que su papel especificaba? Tampoco aquí me detendré. (Pero prometo volver.)
La ex deja marcas. No aludo con ello a cortes, heridas y suturas en el alma. Más bien me refería a objetos de mediano tamaño, que suelen poblar, a la intemperie o en fatigosos recovecos, nuestro cuarto. Las ex dicen presente bajo la modalidad de fotos y cartas (ambas escondidas, guardadas bajo siete llaves); pero también están las prendas que uno exhibe, como recordatorio, como constancia de una vida rica y diversa. Como modos de tenerlas todavía con nosotros. “¿Para qué, si tanto daño nos hicieron?”, oigo lamentarse a PH. Lo que recordamos en los cachivaches no es el daño, sino el amor, la felicidad, la diversión, los momentos de sosiego. El dolor, también. Más específicamente, cómo lo superamos.
Los pequeños trastos de mis ex son legión, pero solo hablaré de dos. Ni siquiera hablaré. Me dedicaré a una actividad bastante menor: el nombrarlos. Uno es un león desarmable, antigua sorpresa de un chocolatín Jack, regalo de una rubia escultural, condiscípula, con la que salí apenas dos meses. Nuestra primera noche de sexo fue previa al primer parcial de Ética, con el docentemente extinto profesor Guariglia. Todavía no había ocurrido un beso, y ella se apareció con la golosina. Levanto la vista y veo cómo ruge. Si girase a mi izquierda, operación que acometo en el acto, puedo ver una piedra colgando de uno de los estantes de mi biblioteca, y sobre la piedra un signo: una estrella de David. ¿Usted no salió con chicas de la Cole? Yo sí. Es probable que, dado el volumen de las preguntas que le infligía acerca de las celebraciones israelitas, haya sospechado que planeaba convertirme. Lo común a ambos es su carácter de ofrenda de la que estaba exento el amor. No así su promesa.
¿Dije ‘ex’? Dolina prefiere el mote de ‘antigua novia’. No recuerdo sus argumentos. Creo que alegaba una mayor elegancia para la última fórmula; ¿encontraba resonancias leguleyas en la primera? El amplio uso de esta, desdeñada expresión (‘ex’) nos dispensa de mayor justificación para su empleo. Veamos otro tópico: ¿cuál es la relación de las ex con la actual novia?
Es el enemigo, y está bien que así lo sea. Para ellas, para las nuevas, las ex son el remolino que les chupa a su hombre, es la otra Eva tentándolos. Aquí, sumariamente, les reconozco que tienen un punto. Vuelvo a Dolina. “¿Cuál es la mujer más importante de su vida?”. Confrontado a ese interrogante, suele responder, expeditivo: la actual. Y tiene toda la razón. Uno ya no ama a las ex. Uno ama a la presente. Las ex son fantasmas. Quizás deberían cuidarse más de las venideras.
Pero esto son generalidades. Hay otras en gateras, que tiran en sentido contrario.
Finalmente: ¿quién no ha vuelto con una ex? ¿Quién, dije? Yo, me contesto. (¿Miento?) No conozco muchos casos; sí algunos, notables. Los resultados son variados. ¿Y el renombrado ‘touch and go’? No soy un especialista en el tema. Hay algo de exhibición de nuevas habilidades (Pauls habla de esto apenas nos asomamos a su última novela, y lo hace mejor que nadie), hay una competencia entre los amantes en los nuevos trucos aprendidos en otros cuerpos. ¿Qué más? Mucho más.
No fui exhaustivo; no lo pretendía. Lo anterior es, apenas, un asomarse al abismo. Mis colegas, para su deleite, procederán a tirarse de cabeza a las profundidades para contarles lo que registren en la caída.

2 comentarios:

Luciana dijo...

Sr. Pailos:

Déjeme felicitarlo por el texto que ha posteado.

Acuerdo con usted, acuerdo (eso sí) con el negro... creo que desde ahora tendré nostálgica la mirada cuando me sorprenda pensando en algunos antiguos novios que he sabido tener

Anónimo dijo...

Bonjorno, afiebrados.blogspot.com!
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