jueves, febrero 22, 2007

Papá

Por Luciana

Escribo con la libertad que me otorga saber que papá no va a leer. No es la primera vez que me dedico a esto, papá tiene en su haber todas las cartas, relatos y hasta poemas que la poca represión de mi infancia pudo darle.
Es cierto que nunca fui del todo sincera, no porque no lo quiera, no me refiero a la falta de franqueza en esa clase de expresiones, sólo que el afecto no se desenvuelve naturalmente.
Me acuerdo ahora de cuando papá y yo salíamos. Exigía que le diera la mano fuerte, por eso, cuando estaba enojada con él, solía dejarla floja y con los dedos colgando sin sostener su mano firme como él sostenía la mía. Odiaba que no le diera la mano “bien”, se quejaba de eso.
A decir verdad, tengo buenos recuerdos de papá, pero la mayor parte de ellos remiten a la infancia y porque a papá le gustan los chicos también pienso en su propia infancia, una fascinación de banderines, historietas y libros de medicina; una infancia adorando bananas y odiando pollos (no fue una buena idea dejarlo ver cómo mi bisabuela degollaba a uno).
No sé si de chico fue feliz, es algo que nunca le pregunté, imagino que no me contestaría con la gravedad que tal pregunta merece y esas cosas me molestan de él.
Yo no fui feliz de chica pero tuve un buen padre, jugábamos juntos, me llevaba a patinar a las calles poco transitadas de Florida, dejábamos entrar al perro cuando mamá no estaba y me decía que para dormirme piense en que nos tomábamos un helado gigante entre los dos.
Yo también tengo algunas cartas de él, de cumpleaños o de navidad. Lo que no conservo (y lamento) son los dibujos que hacía. ¿Los tendrá él en algún lugar?. A papá le encantaba dibujar cerditos sonrientes, con el hocico y los ojos enormes. Si la fascinación de papá habían sido los banderines, la mía eran las caras redondas de los cerditos.
Y así fue que ya nos queríamos. Es extraño que sienta que pasábamos tiempo juntos porque ese tiempo era escaso. Tengo más presentes las escenas con papá que las escenas con mamá, con la que sí al principio pasaba muchas más horas. Hasta los seis, que se separaron, mamá no trabajaba y se dedicaba exclusivamente a mí.
A medida que fui creciendo, fui perdiendo la espontaneidad y creo que papá, de alguna manera, también. Yo sentía que ya no tenía la capacidad de dejar entrar a ningún perro a escondidas. Sentía que ya no podíamos planear hacer lo que nos diera la gana siempre y cuando no hiciéramos mal a nadie.
Pero yo no estaba dispuesta a aceptarlo. Tuvo que ayudarme a pintar con distintos colores las provincias de los mapas de Argentina, tuvo que explicarme matemáticas y tuvo que hacerme practicar ejercicios. En esos momentos, el niño de papá volvía a jugar: en una hoja borrador ponía el título de prueva, sí, con ve corta y con letra trémula emulando mis nervios frente a los exámenes, para que yo me riera y le dijera que prueba iba con be larga. Si papá y yo hubiésemos sido chicos al mismo tiempo, hubiéramos sido excelentes amigos.
En la adolescencia tuve algunos encuentros con papá. Si había lágrimas, podía entonces quedarme para siempre con sus pañuelos de tela celeste a rayas. La mujer de papá una vez le preguntó si él no me pagaría un pasaje a Nueva York para que yo fuera a buscar a la persona que más amaba y papá dijo que sí. No fui porque nunca fui tan valiente como su mujer. No tiene importancia. Él me hubiese dado la oportunidad y eso bastó para varias cosas. En principio, para que pelee por lo que quiero.
El ingreso al mundo adulto para mí nunca fue algo maravilloso. Alcanzaba con que me dejaran llegar por la mañana siguiente a casa. Hube de coleccionar algunos pañuelos más y papá me tuvo paciencia pero su terquedad sirvió para que no abandonara la empresa de presionar para que trabajara además de estudiar. Es algo que hoy le agradezco.
Papá es despistado pero un tipo íntegro e imagino que cuando tenga nietos va a traer de regreso al papá del perro adentro de la casa y yo probablemente pueda rescatar de alguna tarde de crayones, un cerdito sonriente con ojos celestes desmesuradamente abiertos.

viernes, febrero 16, 2007

Ser padre hoy (5ta. parte)

Es notable cómo uno se miente. Fueron escasos los minutos que tardé en comprender que, no, no había desactivado de una vez y para siempre el darle vueltas a la ideas. Darle vueltas, dije. Nada más falso. Era la idea que me acosaba, que me insistía, que me daba vueltas, que se multiplicaba y me acosaban, y me insistían, y me daban vueltas. En cualquier momento iban a empezar a cagarme a trompadas.
Llegué al encuentro con Laura con dudas. Como la acción pone en retirada las neurosis, ya que no el pensamiento, que suele incrementarse, las vacilaciones se limitaron a cumplir funciones de coro griego. Muchísimo, dirán. Sí. Mucho menos, sin embargo, que no dejarme en paz.
Al momento de coger comencé con las porquerías de rigor. Me sentía bien. Me asombraba. El comienzo fue trabado. No estaba suelto. Me podía mover, ojo. Pero no estaba del todo en el asunto, con la mente acompañando el movimiento, con la mente jugando con el cuerpo, con mi mente y su mente y mi cuerpo y su cuerpo en el mismo lugar, para lo mismo, haciendo lo mismo. Juntos. No.
Yo no estaba del todo en sintonía. Pero casi. Sentía que casi casi, pero no, y se me escapaba. Seguía cogiendo. Cuando dije la primera porquería me soné falso. Ella no reaccionó. Pensé en bajarme. En dejar que siguiéramos hasta que todo terminara. Hasta la próxima oportunidad. No sé quién eligió por mí seguir. Le dije otra basura de rigor. Apenas un gemido. Repetí. El gemido fue más sólido. Le dije: puta. Al rato acabó, y yo con ella.
Me sentía como si no me sintiera, y estaba muy bien. Muy muy bien. Porque me sentía bien, seguro. Era, no obstante, como si no me sintiera. Intenté un segundo arresto, pero esos días ya se fueron para no volver. Estuvo divertido. Intentamos un 69. No podría afirmar que ella estuviera excitándose. Más bien era como una satisfacción ligeramente potenciada. Logré una erección. No así mantenerla. Repito, estuvo muy bien.
Los días posteriores pensé mucho en sexo. Poco, sin embargo, en la táctica Federico de contar historias, de fabular. Reparar en ella era en general pensar en una práctica impensada de un pueblo exótico. Llegada la fecha del nuevo encuentro, las cosas fueron diferentes.
Todo me remitía a sexo con Laura. Por partida doble: a sexo, y a sexo con Laura. No podía discriminar bien entre ambas. Comencé a pensar que, como un pelotudo, me estaba enamorando. Temí y deseé ya estarlo.
Un pelotudo enamorado, pero con suerte, y que coje. Y que, ¡Dios!, estaba de novio. Rarísimo. Me sentía comenzando a ennoviar, y deseaba y no temía volverme un novio de 60 años. Con toda la intención de boicotear un estado de cosas que me favorecía, que me hacía feliz, se hizo presente el fantasma narrativo. Me instigaba a abandonar mi presente de plenitud, a dar un salto, a seguir y seguir. Contar historias, me decía, no es una opción. No, porque ella lo quiere. No, porque vos lo querés. No, porque el sexo va a ser mucho pero mucho mejor. No, porque si no lo hacés, todo va a ser peor. No hay eterno presente. Vos sabés, nada permanece en su lugar. Permanecer es envejecer. A la larga, es morir. ¿Querés que lo que tienen muera?
Claro que no quería. Claro que el cúmulo de verdades evidentes se me venía encima, y volvían a acosarme. Sin embargo, todavía seguía, de cierta manera, sin sentirlo.
Entonces fue el cine. A instancias de Federico, fui a ver una película yanqui, muy corta, sobre una pareja que retomaba, diez años después (todavía eran jóvenes. Tendrían 30 años cada uno), un breve romance interrumpido. Era muy buena. No me pareció excelente, pero era muy buena, sí. Pero no hablaba sobre mí: hablaba sobre mi hijo. No importó. No era la película. Éramos Laura y yo, viendo una película.
Luego fue la cena, que tampoco fue una cena, sino otro modo de ser de Laura y de mí.
Conduje a casa, dejándome nuevamente acariciar el pelo. Hablamos poco. En alguno de nuestros cafés compartidos, desde mi separación para acá, Fede me había dicho, glosando no recuerdo a quién, que lo que uno quiere con respecto a la pareja es estar en silencio, pero estar bien en silencio. Asentí inmediatamente. Uno no quiere hablar. Uno no quiere el silencio incómodo. Lo que uno quiere es lo otro de eso. Pero lo quiere con ella. Fede escuchó lo que tenía para decir. Sonrió. Permaneció sonriendo desde mi primera aprobación.

-Yo no creo eso.

Eso dijo el hijo de puta. Echa luz sobre mi vida y después me dice que no está de acuerdo. Alguien más sensato… alguien más intuitivo, más bien. Alguien con más calle, más pillo que yo hubiera presentido algo. Al menos se hubiera puesto en guardia.

-Yo soy feliz hablando. Siempre.
-Siempre de vos.
-Yo soy lo que hablo. Y más. Pero todo lo que hablo soy.

El modo epigramático de hablar. Tan suyo, tan infantil. Bueno, Fede. Ahora era yo el que sonreía.
Pero solo que no lo hacía. Hubiera querido hacerlo. No lo hice. Me desconcertó. Siempre, en algún punto de la charla, me desconcertaba. Creía (siempre lo hice) entenderlo, en muchos aspectos, en lo sustancial. Veía, entonces, que me engañaba. ¿Por qué hablaba así? ¿Qué quería decir? ¿Quería decir algo, quería solo hacerse el astuto, el ingenioso, el culto? ¿Por qué quería eso? En general ni siquiera me preguntaba eso. Solo habitaba un desconcierto, una extrañeza incómoda. Algo vagamente desagradable. Súbitamente desagradable. ¿Cómo, no estaba hablando con mi hijo de un asunto importante? ¿Quién es este tipo, quién es este extraño? Más que nada: ¿dónde dejó a Federico?
No quiero hablar más de Federico.
Quiero contarles que estábamos en silencio, en el auto. Quiero contarles que ella me acariciaba el pelo, y que yo la miraba y le sonreía. Quiero decirles que transitábamos por todos los lugares comunes de una pareja mayor de enamorados, y lo hacíamos a sabiendas, felices, satisfechos. Llegamos a casa.
Ella subió adelante, y pude ver sus muslos y su firme culo, enfundado en la falda negra ajustada. Cerré la puerta y nos besamos. Puse mis manos dónde quería, en ese culo relleno y duro, en ese culo maduro y todavía jóven. Estaba al palo. Como hacía mucho no estaba. Ella se separó de mí y fue a la pieza. Caminaba de modo deliberadamente insinuante, de la manera en que la televisión y el cine nos enseñaron a calentarnos. Desde el marco de la puerta, me sonrió ligeramente, rimando con los gestos previos, y con el dedo, en la misma tónica, me dijo vení.
Dentro de la pieza nada fue como esperaba.
¿Cómo decirles? Ya cosa ocurrió así:
Al llegar me dio un beso. Corto. Un pico. Me dijo

-Sentate.

Y me senté. Me dijo:

-No te asustes. Quiero hacer algo. No sé si lo vas a aprobar, pero quiero hacerlo con vos. Porque siento algo muy fuerte por vos. ¿Entendés?

viernes, febrero 09, 2007

Virginia

Por Luciana
Virginia iba con el nombre arañado; con el maquillaje corrido como si hubiese sido su cara la que se cambió de sitio abrazándose toda a su oreja derecha; iba con los zapatos puestos dolorosamente, sus zapatos destruidos en una sola noche por un baile perverso que ella no quiso bailar.

Iba mirando el efecto rosado y diluido que tomaba la sangre a través del nylon de sus medias claras; las manos con dos o tres uñas rotas; iba con el reloj sin el cristal sobre las agujas. Detenidas.

Virginia caminaba y la noche era un corso de monstruos que le hacía burla, que tenían lenguas demasiado anchas. Sintió asco por la sensación del brilloso frío que le rodeaba aún el cuello.

En la esquina vomitó. Cerró los ojos con fuerza para no pensar en las manos lechosas, obscenas, peludas. Su corazón era una llaga en medio del tajo del escote.

Un hilo de elástico le rozaba la cadera. Virginia sin ropa interior pensó en dos manchas negras de encaje sobre las baldosas de la vereda.

Llegó a su casa. Se asomó al dormitorio de sus padres. Ambos dormían con placidez. Se sintió ajena para siempre a ese sentimiento. Mientras los miraba, escuchaba la respiración pausada del sueño, parada como un ángel muerto en el marco de la puerta.

jueves, febrero 08, 2007

Amo a Laura

El gobierno provisorio de Afiebrados adhiere de todo corazón a esta campaña. Ante cualquier duda remitirse a www.nomiresmtv.com. Desde ya, muchas gracias.





UPDATE: Según diversas fuentes que estimamos de confianza, el video clip "Amo a Laura" y su sitio web asociado forman parte de una campaña publicitaria de la MTV española. Su parodia, en cambio, tiene un origen más dudoso. Algunos informantes atribuyen la responsabilidad de la misma a jóvenes escépticos vinculados al Opus Dei.

miércoles, febrero 07, 2007

Breakpoint (1)


Por Zedi Cioso

Es una mañana soleada y apacible. El brillo del astro rey reverbera en las veredas por donde la gente pasa caminando tranquila, contagiada tal vez por la displicencia que flota en el aire y distribuye generosamente el domingo de primavera. Todo eso, en Paris, porque acá, en Buenos Aires, hemos amanecido con un cielo plomizo que, como si hubiese aguardado paciente toda la noche a que despertáramos, ha descargado una breve y portentosa tormenta condimentada por vientos que en el trópico llamarían brisas pero acá designamos con el pomposo título de huracanados y que aún con su soplido famélico alcanzan a derribar las ramas y hasta los troncos podridos y enfermos de los árboles que decoran nuestras calles. A nadie importa, excepto a mí, que la rama de uno de esos árboles, negra y tenebrosa como una boa constrictora petrificada, haya caído sobre el baúl de mi auto. El flash informativo de la radio anunciaba, cuando la prendí al despertar, que “no se sufrieron inundaciones. Cayeron algunos árboles, producto de los fuertes vientos, pero no hubo que lamentar daños de gravedad” Claro, ¿Quién va a lamentar la destrucción parcial de una derruida pieza de la decadente industria metalmecánica rumana sino su desgraciado dueño? En el recorte de realidad que extraen, procesan, empaquetan y distribuyen los medios no hay lugar para este ínfimo suceso y su incidencia tiende a cero. Algo similar experimenté la noche que fui a un recital de Los Redondos y un policía de la montada sin decir agua va me encajó un palazo en la cabeza que me deparó quince puntos de sutura. Los programas al otro día sólo hablaban de “una fiesta del rock” a la que no llegaron a empañar unos “incidentes aislados”. Ya hubiera querido yo darle unos “incidentes aislados” en la cabeza a los que redactaron esas crónicas, las que habrían mutado de inmediato en una “brutal e inconcebible agresión a la prensa”. Por ese entonces estudiaba Comunicación Social. hora ya estoy graduado y soy periodista. Un periodista en la puerta de su casa que mira con ojos azorados y brazos cruzados la destrucción parcial del baúl de su Dacia modelo 93’ por obra y gracia de la furia desencadenada de los elementos. Y ahora, pienso en el seguro, ¿A quién reportar la cuenta? La cuenta. La nueva cuenta en el rosario de mis desdichas. Pero soy periodista y tengo trabajo por delante, así que dejo atrás mi auto medio aplastado por la rama negra y podrida y me dispongo a caminar las escasas cuatro cuadras que me separan del bar de Cid Campeador, en el centro geográfico de la ciudad, donde he montado mi sala de prensa. Repito, soy periodista. ¿Escuchaste Marcia? ¿Marcia? ¿Podés oirme? ¿Podés verme? Donde quiera que estés, soy periodista. Dejé la pileta. Y dejé, sobre todo, el vicio de la literatura, bueno ¿y que esto que esto es? Okay, hay vicios que nunca pueden abandonarse del todo, pero lo importante es que ya no transcurro las horas leyendo con sumo placer delante de una pileta vacía, templada en invierno y fresca en verano, con las mañanas libres para escribir todo lo que se me antoje. Lo admito, Marcia, tenías razón cuando me señalabas la quimera que representaba ser un guardavidas escritor. Es cierto, vos no utilizabas la palabra quimera. Capricho, despropósito, imbecilidad, tal vez, pero la figura mitológica se ajusta muy bien a esa fusión imposible: mitad bañero, con short y ojotas, mitad autor, con anteojos, pluma y pose reconcentrada. Ahora sí: abandoné la pileta y desistí de la literatura y trabajo diez horas por día en la sección contenidos de un portal de Internet. Ahora sí que puedo ser escritor: un auténtico periodista escritor. Aunque debo admitirlo, la extenuante jornada laboral agota mis energías mentales y gano la mitad del sueldo pero, como vos decías Marcia, ¿Hola? ¿Marcia? ¿Podés escucharme? ¡Tenías razón! Por algo había que empezar. Y ahora estoy a cargo de la sección deportes. Es una verdadera lástima que no participe en información general para poder informar acerca de “los graves daños que el temporal de hoy ha causado a cierto automóvil de ascendencia rumana” pero, en fin, no puedo quejarme. Los domingos, a falta de otros acontecimientos, deportes es la vedette del portal y sobre todo hoy, en este día de gloria para el deporte argentino porque, aunque nadie pueda creerlo, Marcos Sandiz llegó a la final de Roland Garros.
NOTA ACLARATORIA DEL GOBIERNO PROVISORIO
(El Lic. Cioso sufrió un grave accidente que lo tiene inmovilizado por el momento; mientras oramos a la Virgen Desatanudos de las Fiebres Puerperales de Ignaz Semmelweiz por su pronta mejoría, comenzamos la publicación de su hasta ahora inconclusa y potencialmente póstuma novela o cuento (no lo tenía - perdón -, no lo tiene decidido aún). Asimismo, pedimos disculpas al distinguido auditorio por su faltón al Congreso Afiebrados Exnovias.
Se aceptan donaciones de velas para el Santuario en Construcción en la Oficina de Redacción del Gobierno Provisorio.
Actitud Afiebrados 2007 +