viernes, septiembre 01, 2006

La teoría

Por Dragón del Mar

Gerónimo sostenía que los grandes personajes de la historia fueron viajeros en el tiempo que interpretaban un papel.
—Los libros de historia son el guión —le explicaba febrilmente a quien quisiera escucharlo.
En la facultad lo tomaban por loco. Sus prédicas sólo encontraron eco en Eugenio, un estudiante de Historia que vivía medicado a causa de un trastorno bipolar. Al principio, Eugenio tomó las palabras de Gerónimo como una revelación. Luego comenzaron las dudas:
—La historia es, ante todo, interpretación. No hay una versión última de los hechos. ¿Cómo saben los viajeros qué papel es el que deben representar?
La pregunta los entretuvo durante un largo rato. Ambos sentían una enorme estima intelectual por el otro y se refutaban o confirmaban mutuamente las hipótesis. Eugenio tenía la viva sensación de que Gerónimo era un iluminado en la materia. A veces, éste último lo llamaba a altas horas de la madrugada:
—¿Cómo supo el viajero que interpretó a Jack el Destripador, cuáles eran los pasos a seguir?
A lo cual Eugenio, tras cavilar durante un largo rato, respondía:
—Debe haber actuado con suma inteligencia. Sólo pudo haberse tratado de un profundo conocedor de los crímenes, alguien que sabía qué pistas dejar para que la lista de sospechosos siga creciendo hasta el día de hoy.
Pero sus elucubraciones le parecían comentarios al margen de la gran teoría que creía adivinar, todavía balbuceante, en las palabras de Gerónimo. Sólo era cuestión de tiempo, pensaba, para que la desarrollara por completo. Y él se sentía orgulloso de formar parte, aunque fuera de manera lateral, de semejante acontecimiento.
Tras varios meses de darle vueltas al asunto, volcaron sus conclusiones en un paper que luego publicaron en internet. Nadie les prestó atención pero a ellos no les importó. Sus indagaciones los condujeron naturalmente a querer constrastar las hipótesis.
—Necesitamos a un gran hombre —dijo Gerónimo con aire meditabundo.
Contrariando su habitual verborragia, Eugenio permaneció en silencio. Esa noche se separaron sin decir nada, ambos cabizbajos por motivos diferentes. Al día siguiente, cuando volvieron a encontrarse, Eugenio disparó:
—¿Dónde está la máquina?
Gerónimo no lo escuchó.
—Estaba pensando en Kofi Annan, pero no sé si será suficiente... Además no creo que acepte reunirse con nosotros por este tema. Y Guariglia tampoco nos sirve. Tiene que ser alguien más.
—¿Dónde está la máquina del tiempo? —volvió a preguntar Eugenio que empezaba a perder la paciencia.
Entonces Gerónimo levantó la mirada.
—¿De qué estás hablando?
—¿En qué año naciste?
—En mil novecientos setenta y...
—¡No mientas! —lo cortó Eugenio—. ¿Te pensás que no me doy cuenta de las cosas? ¡No soy un pelotudo!
Gerónimo empalideció. Permaneció unos instantes observado el rostro de su amigo, por cuyas mejillas resbalaban dos lágrimas incipientes.
—Estás equivocado —le dijo—. Yo soy de esta época, igual que vos.
Los labios de Eugenio temblaban. Se habían puesto de color azulado, como si estuviera tomando mucho frío. Al cabo de unos instantes rompió a llorar como un bebé. Gerónimo lo abrazó pero no pudo contener sus gritos de desesperación. Luego de unos minutos decidió llevarlo en taxi hasta su casa. Allí le suministraron unos calmantes que le indujeron el sueño. Fue la última vez que lo vio. Meses más tarde se enteró de que había abandonado la facultad y pasaba sus días leyendo a Kant y regando los malvones del jardín.
Gerónimo dejó de lado sus estudios acerca de los viajes temporales —después de todo, si la teoría hubiera sido acertada, él debería haber nacido en el futuro y no en el pasado— y en adelante puso mucho cuidado en no divulgar sus hipótesis, de las cuales ésta resultó ser la menos imaginativa y aventurada.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Ah, la preocupación dostoievskiana por los superhombres! Sumemos a eso dos arquetipos a los que los lectores solemos ser afines: el intelectual dado a las hipótesis interdisciplinarias de ciencia ficción, y el loquito afiebrado de ideas, y, convengamos, es difícil que el relato pueda fallar. No lo hace. Pero, me parece, usted trunca el final, lo siega demasiado abruptamente. Bueno, quizás no 'demasiado' abruptamente. Es un bello cuento corto (que conste en actas).

Dragon del Mar dijo...

Qué alegría tenerlo por acá, querido Pailos! Como siempre, coincido con sus apreciaciones. Está en camino una versión más elaborada de este relato, que me parece quedó un poco demasiado corto.
Lo tendremos publicando entre nosotros en algún momento?

Anónimo dijo...

En breve, Dragón. Ya llega otra novela por entregas. La vuelta del decimononismo.

Libelula de Acero dijo...

Bueno que nunca creí que iba a estar de acuerdo con Sr Pilos pero aca me ve.
Tan lindo cuento! y tan abrupto el final.
Claro que siempre se puede reescribir.
Adoré el abrazo. Me faltó un poquito de hacerse cargo de Gerónimo hacia el pobre de Eugenio.

Bisus!

Luciana dijo...

Dragón, me da miedo lo que voy a decirle, quizá termine como Eugenio, pero me gustó tanto su talento en este relato que se lo debo: cada vez que hago combinación con la línea A del subte siento que viajo al pasado y sinceramente es una agradable percepción. Qué maravilla, es usted un talentoso!

calderas dijo...

que arte para escribir estas historias.
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