domingo, noviembre 26, 2006

Boxer: ¿la falsa síntesis de la razón palometeada?

Por Playmobil Hipotético


Mi vida está cargada de eventos simbólicos que tienen más ansias de convertirse en símbolos que una real referencia en la realidad; es decir, soy un neurótico importante decidido a cambiar de vida todos los días y no lograrlo nunca – no tanto por estupidez como por vagancia o inercia.

Me imagino que ese día debía haber visto fotos mías de pequeño, en la playa, en las Sierras de Córdoba, en el Parque, en el Deportivo Español, todas con pantalones cortos de esa tella brillosa, de ese tamaño deseado por los voyeuristas, por los depravados y por los futuros pedófilos con Internet. No eran mis calzoncillos, es verdad, pero sí me hacían pensar en ellos, en unos slips de colores amarillo patito, blanco, gris y todos los demás colores que podían delatar rápidamente si el nene se limpiaba bien el culo o si se lo limpiaba mal.

Porque no había cosa más vergonzosa que te dijeran “pero mirá cómo tenés este calzoncillo, y señalaran los cadáveres de los cóndores - ya no eran palometas -, tenés que lavarlo vos”, y ahí nomás con siete años, con anteojos del estilo que usaba mi abuelo con unas ondas rubias que no se resistían a ningún orden, yo limpiaba y la mierda se descorría también con mis lágrimas.

Por suerte, tenía un compañero de la primaria que venía a mis cumpleaños. Llamémoslo Nicolás porque así se llamaba. Nicolás era de Boca, yo era de River y además era intolerable. Lloraba, gritaba, pataleaba, era tremendamente nervioso y siempre era una incitación a cagarlo a trompadas. No siempre, no siempre, pero sí se potenciaba en mis cumpleaños en Español, aquellos cumpleaños de los que tendré que hablar en algún momento que tenían como estructura mínima veinte pendejos corriendo atrás de una pelota durante 8 horas, un padre haciendo patys, y una madre metiendo los patys medio mordidos en una bolsa.

En el baño del Club no había inodoro, había letrina. Nicolás no sabía cómo defecar ahí. Lo llama a mi viejo, mi viejo le da las posiciones básicas. Mi viejo vuelve a la mesa. A los dos minutos, mis padres sentados en la mesa, Nicolás corriendo hacia la mesa con un objeto en la mano. Arroja el objeto en el medio de la mesa no sin antes decir: “Me cagué!!!!!!!!!!!!!”, mientras lloraba humillado y arrojaba su slip azulcito que aterrizaba sobre el centro de la mesa.

Debe ser por todo eso, que ese día me dije que tenía que convertirme en un hombre. Es claro que para un adolescente convertirse en hombre significa garchar. Era igual de claro que no lo iba a hacer, así que empecé por la parte más sencilla que fue comprarme unos boxer de algodón. No los puedo olvidar: líneas celestes que formaban un cuadriculado sobre un blanco estándar.

En cuanto me los puse, confirmé mi hipótesis principal: la libertad estaba ahí!!!! La libertad no era la revolución, no era ir a las marchas en contra de la Embajada Yanki, quemar banderas y hablar con Granados. No, no no. La libertad era el movimiento pendular de mis bolas antes atenazadas por el slip. Caminaba, saltaba y sentía físicamente la libertad. ¿Qué hago, qué hago con tanta libertad?

Y sí, me fui a ver a Actitud María Marta y El Otro Yo en Cemento. Intimamente, me imaginaba que las adolescentes correspondientes al ver la libertad en mi cara, iban a querer ver la libertad en mis bolas. Imaginaba Traka Traka mientras yo debutaba y los boxer estaban al costado de una cama desconocida, llena del ambiente sónico del comienzo de los 90.

Actitud María Marta estuvo bárbaro. En ese recital del Otro Yo habló mucho María Fernanda y yo me cansé de ella, de la carencia de mujeres sin novio y de mi nulidad absoluta en el arte de levantarme a alguien. Me imaginé que lo que tendría que pasarme era quedarme sin pantalones y que todas pudieran observar el movimiento anárquico de mis testículos cuando hacía pogo, cuando hacía mosh.

Antes de que terminara el recital, sintiendo que el fracaso era grande y que la libertad de las bolas no era algo seductor, fui a la puerta, le pregunté a Chabán donde paraba el 6 y me volví a casa. Creo que había una película de La Coca Sarli en la tele.

7 comentarios:

Cobiñas dijo...

Amigos:
ante esta serie de reflexiones /
me saco el sombrero y también los calzones.
Muchas gracias por tanta magia. Abrazos, Cobiñas

Francisca Keller dijo...

LA verdad, muchachos, después de leer estos tratados sobre los calzones, entiendo un poco el origen de cierta imbecilidad masculina... Me han abierto los ojos!! jajaja Todo comienza entre los 2 y 3 cuando se deja el pañal!

Anónimo dijo...

Estimados afiebrados: disculpen la tardanza de mi commnet, los felicito a cada uno de uds. por sus exposiciones, cada uno en su estilo, una maravilla.
Me hubiese gustado la participación de Luciana, una mirada femenina sobre el tema, también han dejado totalmente apartado al calzoncillo largo, me parece (mi humilde opinión) que había mucha tela para cortar por ahí..

saludos.

knoppix dijo...
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Unknown dijo...
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linux dijo...
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linux dijo...

Excelente,muy buenos temas de discusión
calderas