domingo, noviembre 05, 2006

Intercambio epistolar de un matrimonio proletario (ii)

por Playmobil Hipotético


Paso del Sapo, 29 de octubre de 1984

Querida Edith:

Decirte querida me ayuda a escribir porque me hace acordar a lo falso, a lo miserable, a lo que me tuve que convertir cuando estaba con vos. Seguro que no te acordás; porque no tengo duda que todavía pensás que estoy equivocado, que después de quince años todavía sigo enamorado de vos.

Bajo esa maraña de pelos con olor a pis de gato, que no viene de tu pelo, que no viene de la ropa, que no viene del gato, sino que viene de tu piel, de tu más profunda esencia – si te oliera, te reconocería aunque me dejaras ciego, aunque me dejaras mudo - , debés seguir pensando que yo todavía no me dí cuenta ni de lo que quiero ni de lo que tengo que querer.

Tendría que haberlo intuido cuando te conocí y me convenciste de que yo no quería comer ravioles a la bongole, sino que quería una suprema a la maryland. Yo no quería otra cosa más que saber qué escondían esas uñas recortadas al filo de los dientes, si efectivamente eras gorda o si eras flaca o si la ropa disimulaba demasiado bien. Y de repente, cuando ya estábamos en la cama y a mí lo único que me importaba era salir a comprar cigarrillos, me fuiste enredando en tus sábanas y en tus piernas con preguntas que yo no podía contestar pero que sin embargo, tenía que buscarles una respuesta, una excusa para no quedar como un estúpido sin respuestas.

Era junio y, sin embargo, la noche no era fría. Nos metimos debajo de un acolchado de esquimales. Me reí los primeros diez minutos, te abracé los próximos quince y después me faltó el aire, empecé a transpirar, a resbalarme de tu cuerpo sudoroso. Dije algo así como hace mucho calor y vos dijiste que eso era porque yo era un maricón pero que a vos no te importaba que ya me ibas a cambiar. Me callé, te olí el pelo y no entendí de dónde venía ese olor. Tendría que haberme ido pero no pude. La amenaza de que fueras la única y la última que me quisiera coger había hecho estragos.

No te llamé por dos semanas y cada vez que volvía de trabajar estaba el teléfono sonando, no una, sino mil veces. Cuando atendía, tu voz, que no tenía olor, pero que sin embargo se sentía recordado, me preguntaba si ya me había dado cuenta.

¿Cuándo fue que te empecé a querer? Creo que nunca. Te quise pero no te empecé a querer. Fuiste una enfermedad terminal, de esas que nunca empiezan pero que un día se presentan como algo inerradicable, inevitable. Y en realidad, no era cariño sino la necesidad de sentir el tumor en el medio de las piernas.

Estoy sólo en este pueblo de mierda. A la bruja le mando plata todos los meses para que continúe el trabajo. Sé que no va a dar resultado, que no te vas a morir antes que yo, que no voy a poder ir a tu funeral a poner la corona que diga: Viva el cáncer. Porque estás ahí, resguardada entre la caramelera y la foto enorme de tu abuelo comisario, con los ojos mirando hacia la mejor forma de cagarme la vida. Estás ganando.

Walter

5 comentarios:

Libelula de Acero dijo...

Walter esta derrotado. Estamos todos cagados.

Anónimo dijo...

Grande, PH, grande. Siga así. Guárdese el resentimiento, no lo despilfarre. Que esté sobrevolando cada párrafo. Si esto va a ser un cuento, que esté presente también. Si va a ser una novela, trate de que paulatinamente se vaya quedando tras bambalinas.
La comparación de ella (o el cariño que él le tenía) con una enfermedad terminal es excelente.

Anónimo dijo...

buenas.
en el año 97, carlos menen nos regalo un viaje de capacitacion a paso del sapo, chubut.
fue una experiencia alucinogena.
todavia esta la montaña que conquistamos en nombre de la matanza.

Anónimo dijo...

si me pongo a pensar que tengo para decir no escribo nada...
la verdad es que me encanta.
espero poder ampliar

Anónimo dijo...

el tono de walter.
la carta en clave de olor a pis. el llamado con el ¿ya te diste cuenta?
quiero creer que walter en serio ya no la quiere... creo que por esa tension me gusto tanto.