Ser padre hoy (3ra. parte)
Por Matías Pailos
Me enamoré antes de conocerla. No había hablado y ya había decidido que me gustaba. ¿Decidido? Sí. Hay un punto en que uno decide que una mina le gusta. ¿Decide? Bueno… es como levantar las exclusas que retienen un dique que amenaza ser desbordado. Pero a veces se puede contener las crecidas. ¿Para qué? Vivimos en un páramo lleno de simientes que dan frutos sin árboles al ínfimo contacto con el agua. ¿Para qué, entonces?
Laura tiene 51 años.
Laura venía de un divorcio.
Laura no había tenido una relación estable desde hacía 5 años. Desde su divorcio.
Laura es hermosa.
Laura es callada.
Laura es la mujer que más amé en mi vida.
Laura trabaja como abogada laboral en un estudio de Avellaneda. Gana bien, pero no tanto. Lee lo que Radar recomienda, más o menos lo que mi hijo me recomienda.
Aceptó mi invitación con cierta renuencia, luego de una seguidilla de vacilaciones tendientes a que me echara atrás. Ese viernes estábamos cenando en un restaurante de Valentín Alsina que no paraba de recomendar a Federico. Es ideal para una cena romántica, y el único que podía tener una cena romántica era él.
-Andá vos.
-No tengo mina, macho.
-Otra buena razón para conseguirte una.
Tenía razón. El hijo de puta acertó otra vez. Me alegré descubrir que tenía razón. Me alegraba de su inteligencia. Más me alegraba su astucia. Ver que entendía alguna cosa del corazón, que no era todo libros y timidez, como en algún tiempo temí. ¿En qué tiempo? O mejor: ¿cuándo dejé de temer?
Cuando me separé. Creo que ahí sentí por primera vez que ya no era un chico. Y empecé a temer que me diera más de una vuelta.
Pero soy el padre. Deseaba que me diera más de una vuelta. Deseo que sea todo lo feliz que se pueda ser. Deseo que es convierta en un dios omnifeliz. ¿Deseo? A veces me olvido. Deseaba.
Esa noche la besé.
Dos salidas después tuvimos nuestra primera noche de sexo. Como siempre, no se me paró. No de entrada, al menos. A veces, a algunos, sirve que nuestra partenaire sea suficientemente persuasiva. No a mí. A mí me sirve cambiar de tema. Ella, a dios gracias, hizo exactamente eso: no hizo nada. Pero exagero, y en mi exageración, la deprecio: hizo mucho. Me abrazó, me dijo todo bien, me tiró de la lengua. Y yo hablé. Nunca hablo. (Me engaño sobre este punto, pero no es el momento de expandirme sobre el punto.) Esa vez sí hablé. Ya lo creo que hablé. Hablé hasta por los codos. Hablé hasta llenarla de palabras. Hablé hasta que se me paró la pija.
Hice otra cosa que no suelo hacer la primera vez. La puse en cuatro. La azoté. Bah, la cacheteé. Le di de nalgadas a más no poder.
¿De dónde salió eso? No suelo hacerlo, menos la primera vez. No sé. Creo, ahora que recuerdo, que fue la reacción al lugar común. ¿Por qué antes no reaccionaba a él? Porque su vehículo no era el adecuado. Porque no era mi (o su) momento. Fue Federico. Me había reunido con él tres días antes. Él me había narrado lo que tomaba por penurias amorosas (pero no entendí por qué). Eso me dio pie para soltarme, y que yo le contara las mías. En algún momento, entre el vino y las entrañas chorreantes, dijo:
-A las putas hay que tratarlas como princesas, y a las princesas hay que tratarlas como putas.
¿Cuántas veces había escuchado eso antes? ¿1000, 10000? ¿1000000, tal vez? Entonces, ¿por qué pareció que lo escuchaba por primera vez?
Federico:
-Mirá, en mí las perogrulladas siempre tienen el efecto de la buena nueva, de la noticia de nuestra salvación a manos del profeta. La menor gilada se me revela como la verdad esencial de la vida. Siempre, claro que sea dicha por la persona adecuada en el momento justo. El momento justo es uno en el que estoy con la guardia baja. La persona adecuada es una a la que admire o quiera mucho.
La puta que te parió, pendejo. ¿Es posible admirar a un hijo? Creo que no. Lo lamento. Lo siento, hijos del mundo. Sí es posible quererlo más que al Universo Todo, más que a la Historia Toda. Más que a la mujer amada.
Acertó. Seguía sin poderlo admirar, pero acertó. Tenía, y eso sí, un orgullo elevado a la enésima potencia por la perspicacia del pendejo para acertar con el consejo.
El sexo con Laura no paraba de mejorar. Empezaba tierno, terminaba infaltablemente violento. Siempre. Pero siempre, ¿eh? No era yo cuando cogía. Era un hijo de puta.
-Hay que ser un hijo de puta. Con las mujeres hay que ser un hijo de puta. En algún momento, tienen que notar nuestro costado hijo de puta, tienen que creernos capaces de hacerles mal. No hay caso: quieren un hijo de puta que las haga sufrir. Hay que asumir que uno quiere ser ese hijo de puta. Que solo queremos que lloren por nosotros.
Mi hijo, se los presento.
Muy bien, Federico. Para nada machista, por sobre todas las cosas.
Claro: tiene razón. Ese es un problema. ¿Es machista el que les da a las mujeres exactamente lo que quieren?
Seamos caritativos con alguien que, por otra parte, no merece nuestra piedad. Él no está diciendo que hay que pegarles a las mujeres (a menos que lo pidan, a menos que acepten, a menos que sepamos de alguna manera, quizás mejor que ellas, que eso es lo que más desean), no está diciendo que hay que hacerlas llorar (a menos que lo exijan, lo reclamen, lo imploren y clamen por ello, a menos que su masoquismo alcance cotas inconmensurables). Solo dice: que vean un costado sádico. Solo aclara: dejemos libre al guacho puto interno. Soltate, con Wellapon soltate. Eso dice. Así habla.
7 comentarios:
Sr. Pailos:
Qué maravilla! Debo felicitarlo sin antes hacerle, si es que me lo permite, una sola obrservación: siento que al principio le cuesta arrancar, la disgresión se lo lleva, pero cuando empieza qué bien que lo hace!
Laura tiene 51 años.
Laura venía de un divorcio.
Laura no había tenido una relación estable desde hacía 5 años. Desde su divorcio.
Laura es hermosa.
Laura es callada.
Laura es la mujer que más amé en mi vida.
Pailos, nuevamente lo felicito, es un placer leerlo.
Gracias, Luciana. Mientame, que me gusta. En otro lado me acaban de pegar un bollo considerable. Y necesito todo el apoyo anímico para que la réplica sea certera.
PD: ese párrafo es el mejor de esta parte, me parece.
Yo no se que le preocupa tanto Matías!!
Su escribir es bello.
Como bella es su masculinidad destilante entre las letras.
No de perfecto y armonioso, sino de auténtico olor a hombre (aca iba otra imagen que era muy fuerte, algo como que escribe con olor a calzón de tres días seguido, pero dicho distinto).
Que no se malentienda, sus escritos aclaran y confunden. Eso no es común. Eso es solo suyo.
Lo otro es solo un celo de un amigo. Que pasará. Como todo siempre se pasa.
Quiero mas de "ser padre..." y poco tiempo en las manos, espero que a mi regreso haya mas. Mucho!
Soy libélula de acero, pero blogger versión nueva se empeña en firmar con mi mail y alias google!
Libélula: gracias por los mimos. Me quedo con la escritura con olor a calzón de tres días seguido.
Con mi amigo ya nos hemos cagado a piñas, partido algunos dientes, y tomado una cerveza para celebrarlo.
La semana que viene lo repetimos.
Excelente,muy buenos temas de discusión
calderas
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